Desde que era un niño, quería ser un piloto militar, soñaba con volar por los aires, atravesando las nubes de un lugar a otro en solo horas. Pasó algunas vacaciones escolares en bases aéreas de la FAP, donde trabajaban algunos de sus tíos y, apenas terminó el colegio, postuló a la Escuela de Oficiales, de donde se graduó como piloto de caza. Tras dejar la institución militar, logró ingresar al Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, equipo que este año ha sido reconocido con el Premio Nobel de la Paz. El peruano Germán Puente nos atiende desde África, donde vive hace nueve meses apoyando en la lucha contra el COVID-19.

¿Cómo pasó de la FAP al Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas?

Después de mi salida de la FAP, estudié una maestría y tuve algunos otros trabajos. Postulé al Programa Mundial de Alimentos y después de dos años, cuando ocurrió el terremoto en Haití en 2010, me llamaron para trabajar y aquí estoy hasta ahora.

Germán Puente el peruano que lleva alimentos a más de 100 millones de personas
Germán Puente el peruano que lleva alimentos a más de 100 millones de personas

¿Cuál fue su primera misión al ingresar al programa?

Empecé como oficial de aviación en Haití, después del terremoto, haciendo búsquedas de rescate, llevando alimentos, trasladando trabajadores humanitarios de Santo Domingo a Puerto Príncipe. Estuvimos siete meses.

¿Cómo fue esa experiencia?

Fue un terremoto muy fuerte, muchas personas fallecieron, las casas y otras construcciones se cayeron. Luego ocurrió una inundación muy grande en Pakistán, en la que 12 millones de personas se quedaron sin casas; entonces, pasé inmediatamente de Haití a Pakistán. Luego fui a Somalia, estuve durante tres años en Mogadiscio, la capital, porque hubo una hambruna y sequía muy fuerte. Después fui a Sudán del Sur –donde estoy ahora– por los problemas de la guerra civil y hay mucha gente afectada que pasa hambre y tienen que aislarse y buscar campamentos de refugiados que instala la ONU.

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¿Cuál era su trabajo ahí?

Nosotros les proveíamos de alimentos, medicina y toda la ayuda que debía llegar por avión. Cuando empezó el ébola, terminé en Sierra Leona, Liberia y Guinea trabajando en logística gracias a un convenio que había con la OMS en los tres países para tratar de erradicar la enfermedad. Después, viajé a Jordania con las operaciones especiales en Siria.

¿Qué hizo allá?

Había un pueblo que estaba rodeado por el Estado Islámico (organización terrorista) y teníamos que arrojarles comida desde los aviones, a una gran altura.

¿Hubo alguna operación en Perú donde usted haya trabajado?

Fui por el fenómeno de El Niño, estuve en Trujillo y Piura colaborando con Indeci, con los gobernadores regionales. Después volé a Etiopía por la hambruna, sequía y conflictos internos; durante mi estadía en ese país ocurrieron dos ciclones casi simultáneos en Mozambique. Fue el desastre natural más grande que ha tenido África y estuve ahí también.

En su experiencia viviendo en medio de crisis, ¿qué tan desastrosa considera que ha sido la pandemia?

Yo regresé desde febrero de este año a Sudán del Sur, y África en realidad no está tan mal, está bastante bajo en su cantidad de contagios. Aquí, en Sudán del Sur, hay 2 mil y pico de casos y 70 muertos. Un solo muerto ya es malo, pero las cifras están más bajas con relación a otros continentes. La pandemia nos ha limitado el movimiento de pasajeros porque hay que reducir la capacidad de asientos, hay que hacer cuarentena. Somos la organización encargada de la aviación humanitaria para todas las agencias de Naciones Unidas y para ONG internacionales.

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¿En qué consiste exactamente el trabajo del Programa Mundial de Alimentos?

La misión nuestra es salvar vidas, facilitar medios de subsistencia, mejorar la nutrición, la seguridad alimentaria, ayudar en la autosuficiencia de las personas más pobres y vulnerables del mundo. Estamos en 80 países y alimentamos a 100 millones de personas.

¿Qué ha significado para usted, Germán, formar parte del equipo al que le han otorgado el Premio Nobel de la Paz?

Es un orgullo para mí y mi familia el reconocimiento de que el hambre es un problema real en el mundo. Nuestro objetivo es terminar con el hambre en el año 2030.

¿Qué es lo que más extraña?

Extraño muchísimo mi casa, mis amigos, mi familia, mi comida, mi playa. Pero he renunciado a todo eso y ya estamos acostumbrados. Estoy muy orgulloso de todos mis compañeros que están en lugares tan duros y se han ganado el premio a puro pulmón.

¿Qué tan difícil es lidiar con la violencia, dolor, muerte?

Tenemos que estar bien. Tú no puedes ayudar a alguien si tú estás mal. Tenemos mucho apoyo psicológico de parte de la organización. Descansamos cada cierto tiempo, aunque ahora no se ha podido por la pandemia. Yo tengo acá nueve meses, pero felizmente me voy a mediados de noviembre a casa. El compañerismo también es muy importante y ver que haces a gente feliz te ayuda mucho y te hace superar cualquier problema que tienes.

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¿Ha cambiado algo en usted desde que empezó a trabajar con Naciones Unidas?

Me ha hecho mucho más solidario; conocemos y ayudamos a mucha gente. Llevamos en pequeños aviones a médicos que se quedan 15 días, un mes, en los lugares más inhóspitos salvando vidas, llevando medicinas, agua. Vemos sequías por un lado, inundaciones por otro; a veces no se puede aterrizar. Entonces vamos con helicópteros. Toda esa versatilidad por hacer el bien a la gente que lo necesita más te hace mucho más fuerte.

¿En algún momento ha sentido miedo?

Sí, claro que sí. Especialmente en Somalia. Pero estamos muy bien cuidados, cuidamos a nuestros pasajeros y aviones, estamos bastante bien entrenados. La ayuda no puede parar.

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