Por Don Lucho
Cronista taurino
Matador, usted empezó muy joven. ¿Cómo fueron sus inicios?
Quería ser torero desde muy niño, ocho, diez años. Realmente, no tengo la conciencia del momento en que mi abuelo empezó a ponerme un capote y una muleta en las manos. Toreaba de salón con cuatro o cinco añitos y luego ya toreaba becerritas en el campo. A los diez maté mi primer becerro. Mi abuelo Leandro, padre de mi madre, fue quien me inculcó el toreo.
Había un tío suyo, Rafael Ponce, ‘Rafaelillo’, que vivió muchos años en el norte del Perú, en Trujillo, con las ganaderías de la Viña. Después, se vino a Lima y fue empresario por los años 40.
A ‘Rafaelillo’ yo no llegué a conocerle. Él murió cuando yo tenía un añito o así. Pero, lógicamente, esa sangre torera está en mis venas.
¿Y su plaza?, la de Játiva, de la plaza de Valencia, el amor de su vida, la plaza más importante.
La plaza de Valencia ha sido para mí importantísima en toda mi vida. Ahí tomé la alternativa. Soy de Chiva, muy cerca de Valencia. Ahí he toreado unas 104 tardes o hasta 105. O sea, que es una barbaridad, ¿no?
Ha tenido una temporada de casi diez años en el tope máximo, lo que se llama El club de las 100…
Es algo que llegó sin perseguirlo. Fue en los años 90, años, yo diría, esplendorosos para el toreo. Hubo un año que en España toreé 121 corridas y luego, en América, vine y toreé 30. Increíble, ¿no? Simplemente, estaba en lo más alto y me contrataban para torear en todas las plazas, y yo, pues, iba.
Fue la temporada más agradable, en la que usted se encuentra ya como torero maduro.
Una de las claves de mi longevidad y de mi trayectoria como torero en activo 30 años ha sido el renovarte año tras año e ir cada vez adquiriendo, pues, una madurez que poco a poco iba en aumento.
¿En su mente tenía algún referente?
Me he fijado en los toreros sobre todo de la generación con la que yo crecí, de los años 80. Pero hubo uno que a mí es el que más me marcó y que fue el maestro José Mari Manzanares.
Es la fuente taurina de donde más bebí. Luego ha habido toreros muy importantes de esa época, como Julio Robles, como ‘Espartaco’, como Ojeda, que fueron toreros que también me marcaron, pero con Manzanares éramos muy parecidos en el sentido de ver el toreo. Luego tuve también la suerte de ser un amigo suyo muy especial. A mí me quería muchísimo, como a un hijo, y yo a él como a un padre taurino.
Aquí decíamos que, cuando toreaba, Manzanares no se ensuciaba ni las zapatillas. Era un tipo tan tranquilo al salir al ruedo y al regresar.
Era un torero que toreaba con esa clase, con ese gusto: ese es el toreo que a mí me gusta y que siempre me ha gustado. Él me decía a mí: “Tú y yo hablamos el mismo idioma”.
¿Con qué ganadería se sentía más cómodo en sus mejores momentos?
Antes había muchas ganaderías y muchos encastes que hoy en día, desgraciadamente, se han perdido. Había como mucha variedad. Pero yo sí puedo decir que maté todo tipo de encastes. O sea, desde Domecq, Santa Coloma, Atanasio, Murube, Núñez.
¿Cómo fue su primera llegada al Perú?
Recuerdo muy bien. Me hizo mucha ilusión. Yo estaba en Quito y de repente viene Juan, mi apoderado, y me dice: “Pasado mañana vamos a torear en Lima”. Yo había oído de la afición de Lima. Llegué y ya hubo un feeling especial con la afición desde ese primer día. Ese día hubo una confirmación de orejas al toro del Capiro, Colombia.
Usted ha venido 24 veces a Acho. Esta es la número 25…
Esta es una de las mejores aficiones del mundo. Lo he dicho siempre. Es una afición con una gran sensibilidad para apreciar el toreo: el toreo bueno, el toreo despacioso, el toreo de clase. Silencio, silencio, silencio. Esa es la categoría que se respira en su afición.
Lo esperan, ¿sabe?
Es una afición que respeta al torero. Que ve el toro malo, que eso es muy importante. Abrevia. Ven el esfuerzo que hace un torero con el toro. Es una afición que tiene mucho pellizco. La plaza de Acho tiene un sabor muy especial y es la única plaza de toros en América, de capital, que sigue vigente.
Un periodista mexicano escribió hace poco tiempo un artículo que se llamaba “Perú, refugio de toreros”. Con ese mismo criterio, usted se ha convertido en un ícono de Acho; por algo tiene seis escapularios. ¿Con qué faena en Acho se queda?
A lo mejor no fue la mejor, pero creo que fue la faena con la que entré en el corazón, la del rabo.
Usted ha toreado con cinco matadores peruanos. El primero es Freddy Villafuerte. Pablo Salas, con un toro de Roberto Puga, donde se puso valiente hasta no más. Después viene Rafael Gastañeta, un toro muy fino, muy suavecito. Por último, Andrés Roca Rey, que a usted lo conoce más que nosotros, y ahora con Joaquín Galdós, que también ha ganado el Escapulario. ¿Qué le diría usted a esta afición de cara a esa corrida de despedida?
Va a ser un día muy especial, en cuanto menos, emotivo. Va a ser mi última tarde y mi despedida en una de las plazas emblemáticas en mi trayectoria, una de las plazas en que me he sentido querido, y creo que eso ha sido recíproco.
¿Cómo se ve usted después de dejar los ruedos? ¿Ganadero?
Ganadero ya soy. La verdad es que, en principio, lo poco que he hecho hace cuatro años para acá, hasta este año, ha sido estar tranquilo en casa, con los amigos, con mi gente.
Pero el toro lo va a ganar…
El toro está dentro de mi ADN. Eso no cabe duda.
No tengo nada planeado en la cabeza.
El toro, según como salga, hay que lidiarlo. Muchas veces cuando cojo la muleta no sé qué voy a hacer.
Voy construyendo la faena conforme voy sintiendo y voy viendo la embestida del toro. Lo que surja.
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