Osvaldo Cattone: El tiempo entre telones. (Mario Zapata)
Osvaldo Cattone: El tiempo entre telones. (Mario Zapata)

. Argentino nacionalizado peruano. Ochenta y cinco años. Es actor y director de teatro. Estudió arte dramático en Roma y vive en el Perú hace 45 años. Ha estado casado tres veces, con las actrices argentinas Amelia Bence e Inda Ledesma (quien fuera pareja de Sebastián Salazar Bondy), y también con Enriqueta Gaglione, una enamorada de juventud con quien tuvo un hijo al que no crió. Es ateo y cree que después de la muerte, no existe nada.

Llevas un montón de años respondiendo preguntas sobre la vejez. ¿Hace cuánto tiempo que te consideran viejo?
Soy viejo para el Reniec. Soy viejo desde hace, por lo menos, 30 años. En el Perú, si tienes 50 años, eres viejo, pero, ¿para quién eres viejo? Para un chico de 20, pero, para mí que voy a cumplir 86, un tipo de 50 está en la plenitud de su energía.

¿Qué hay detrás de ese afán de la prensa de convertirte en un ejemplo de cómo llegar bien a los 60, 70, 80...?
¡Pero no es lo mismo! Los 80 ya son el umbral del final. Ayer fui a Lurín a enterrar a un señor que murió a los 88 años y pensaba: dentro de poco, este mismo grupo va a venir a despedirme a mí.

Has dicho que lo único que te queda con el paso de los años es tu inteligencia, tu ángel.
Si yo he sido un lindo muchacho, un buen actor, ¿por qué me voy a convertir en un rinoceronte? Yo voy a seguir siendo un seductor hasta que me muera. Cada vez que me ducho, me miro al espejo y digo: ¿qué pasó, Cattone?, ¿qué pasó con tu cuerpo? Yo caminaba en ropa de baño por La Herradura y me sentía un príncipe. Ahora me oculto. Si pudiera, me pondría una bolsa y saldría todo tapado.

Pero sigues ejerciendo un enorme magnetismo sobre la gente, ¿cuál es el secreto?
Recordar quién eres. Una vez, un cronista le preguntó a Marcello Mastroianni: ¿Usted cree que es buen actor? Muy bueno -dijo. ¿Y por qué tiene esa soberbia? ¡No es soberbia!, si yo realmente consigo vivir de mi carrera, tengo que ser un buen actor; si soy un mal actor, ¿qué mierda estoy haciendo acá? En esta Lima de valores relativos, hay valores indiscutibles. Yo no puedo decir que Gisela Valcárcel no es una estrella; te guste o no te guste, lo es. Ahora, yo no sé cuál es el momento en el que alguien se convierte en un éxito de masas. De repente, Carlos Alcántara hace una película y se convierte en estrella de cine haciendo “¡Asu mare! 1”, “¡Asu mare! 2”, pero luego hace otras películas y no le va tan bien. La gente quiere verlo en una sola cosa porque el público determina quién eres. Y también se equivoca. Yo, por ejemplo, hace dos años perdí cincuenta mil dólares haciendo “La casa de Bernarda Alba” de García Lorca con Yvonne Frayssinet y hubo un jueves en que vendimos una platea. Sí, una. No hicimos la función. El público nos dijo que no. Yvonne es súper popular, estaba soberbia, ¿por qué la gente nos dijo que no?

Tu decisión de irte de casa dejando un hijo de ocho meses, ¿fue la peor o la mejor decisión de tu vida?
La mejor, porque nos obligaron a casarnos y no estábamos enamorados, ella solo me usaba para tirar. Mi padre era italiano y su padre, judío. Imagínate. Pero ese niño alteraba mis planes. Yo quería estudiar mi libreto y mi mujer me decía: “Hay que lavar pañales”. Yo me veía en el baño, lavando los pañales llenos de mierda hasta que dije: basta, chao. Y me escapé. Habré sido un canalla y asumo todo lo que pasó, pero le hice un bien al chico y a mí también porque me dio la libertad de ser lo que soy. Ahora ella tiene 83 y sigue envenenada con ese rencor. ¡Ya pasó, que se deje de joder!, ¡ya somos viejos! Pero no. Sigue con rencor y yo soy un hijo de puta, evidentemente.

Muchos se resignan, ¿no? No tienen el valor de decir “esta no es la vida que quiero”.
Mira, yo he estado solo en Italia estudiando teatro y había días sin un centavo en que me moría de hambre y me paraba en la puerta de una parrillada para sentir el olor de la carne, del chorizo. No me morí, no me pasó nada, no me prostituí. Porque eso también ha conservado mi fulgor de atracción, no me vendí nunca. El que se vende, cede, baja, se humilla. Me acuerdo que en Roma había un conde que tenía un departamento maravilloso, un palacio y yo sabía que yo a él le gustaba. Me coqueteaba y todo, pero a mí no me gustaba, así que dije: no, no puedo. Si no siento lo que hago, no lo hago.

Tu papá era carnicero y tu mamá, una señora que lavaba ropa ajena. Sin embargo, cuando eras niño, te llevaban a la ópera.
Eran pobres, trabajadores, pero no ignorantes. Mi papá pasó de ser peón de una carnicería –y tener que hombrear costillares de res a las tres de la mañana– a tener su propia fábrica; y mi mamá después tuvo su casa propia y un anillo de brillantes. Era una pobreza que no alejaba de la sensibilidad. Cuando yo le dije a mi papá que quería ser artista, no se asustó, porque, para él, artista era María Callas.

Has dicho que no crees en los amores platónicos, imposibles y que no crees que alguna vez te hayas enamorado realmente de alguien.
Nunca me he acostado en la cama pensando en alguien, nunca. Nadie me ha quitado el sueño. Yo tengo una frase de Pavese que me encanta: “Quien no me ama, no me merece”. A veces me ha gustado alguien y yo no le he gustado y solo he pensado: paciencia, ya habrá otra, otro. Cuando me enamoré de Amelia Bence, las revistas hablaban de este chico arribista que tenía 28 años y que se había metido con una actriz de 48. Pero una mujer de 48… ¡es un bombón!, ¡un hombre de 48 está recién nacido para mí! Pero no, me criticaron muchísimo.

El prejuicio dicta que, si hay una diferencia grande de edad, el joven es un vividor arribista y el mayor, un viejo verde.
O que eso se va a terminar, pero también se termina entre jóvenes. Yo me resistí y, con el tiempo, el amor se demostró y luego de separarnos, la traje muchas veces a actuar en el Marsano y la cuidé hasta el día en que se fue. Amelia murió a los 101 años y todo le dolía, le dolía el pelo, las uñas, le dolía la vejez. Ella me agradeció mucho la ternura con que la cuidé. La crítica se equivocó conmigo. El público chismoso se equivocó conmigo.

¿Eres un tipo feliz, Osvaldo?
Claro que sí, y por eso me da cierta tristeza hablar de la partida, porque… ¡he sido tan feliz en la vida! Y eso significa que lo pasé bien aun en el dolor. Aun en el episodio de mi hijo, en la persona que me abandonó, aun en el día en que encontré a mi mujer acostada con otro tipo, aun en esas circunstancias, hice del dolor una parte de mi vida, como dijo Katherine Mansfield. La vida es como una tabla hawaiana; en un momento estás sobre la tabla y en el otro, estás hundido en el fondo, eso le pasa hasta a Sofía Mulánovich. Nos caemos todos. No podemos estar siempre arriba. Lo que sí podemos es vivir el presente siempre. No me gusta la gente que vive en la nostalgia como en “Sunset Boulevard”. Yo he montado 142 obras de teatro en Lima y otras 50 en Argentina, pero actualmente estoy, al mismo tiempo, protagonizando una y ensayando la próxima. Yo vivo en el ahora. Cuando una vez, un agente de prensa que tuve me dijo: “Osvaldo, hagamos un álbum con todos los recortes que tienes”, yo le dije que no porque yo no quiero llegar a los 80 para leer en unos papeles amarillos lo grande que fui. Yo quiero llegar a los 80 y leer el diario de hoy y encontrar mi foto ahí en la portada. Y, bueno, lo cumplí.

No hay que fosilizarse en la nostalgia, pero siempre es rico recordar, ¿no?
Dante Alighieri decía: “No hay mayor dolor que recordar la felicidad en la miseria”. Yo creo que los ojos están para ver todo lo que la vida te ofrece de bello. Yo soy muy estético, esa es una de mis condenas, yo no puedo ver un cuadro torcido o un hombre al que le falte un diente. Me gusta lo bello, me gustan los hombres lindos, las mujeres lindas, los perros lindos, los espectáculos lindos. Lo bello me da mucho placer. Además, tenemos un privilegio enorme, Beto, vivimos en un país hermoso, vivo al lado del Pacífico, subo a mi terraza y miro el mar… ¿qué derecho tengo yo a ser infeliz? De ninguna manera.

Tú has sabido conservar lealtades eternas. La de Chalo Gambino, por ejemplo.
Bueno, Chalo es mi amigo y mi socio de toda la vida.

Cuéntame la historia.
Yo hice una gira con Amelia Bence, a su provincia –Paraná– y, en las giras, uno no lleva los muebles. Necesitaba a alguien que los consiga. Entonces, alguien me da el número de Chalo, que era muy joven, tenía 18, 19 años. Lo contacté, me ayudó, simpatizamos.

Chalo debió haber sido un cuerazo.
Sí, era muy agradable, realmente. “Quién tuvo retuvo” -dicen los españoles. Bueno, nos consiguió los muebles y ahí empezó una amistad que se fortaleció con el tiempo. Cuando yo me vine a vivir a Lima, necesitaba un asistente, una persona que estuviera conmigo y él se vino a vivir acá y acá estamos juntos desde el 67.

Cincuenta y un años. Eso es un prodigio, ¿no?
Sí, es una amistad muy fuerte. Es una persona que yo respeto y valoro mucho. Yo creo que para que una relación amistosa, sexual, moral, económica o lo que fuera, perdure, tiene que haber mucha admiración. Y honestidad. Estar a tu lado incondicionalmente, ayudarte o solamente quedarse contigo y mirarte nada más, sin hinchar las pelotas. Respetar el espacio del otro o de la otra.

¿Tú crees que el amor se acaba con la muerte o subsiste?
Con la muerte se termina todo.

Sí, pero la gente que te ama, cuando te mueras, te va a seguir amando.
La gente que me ama –cuando me muera– me va a olvidar. Si uno olvida a los padres, si un amigo mío perdió a su hijo, un niño de ocho años que murió de leucemia, y no creo que haya dolor más grande para ese padre y, sin embargo, ya lo ha olvidado. El otro día le pregunté cuándo era su cumpleaños y entre él y la mujer decían: “¿Cuándo era?”. ¡Cómo no me van a olvidar a mí! ¿Qué he hecho yo en la vida para que me recuerden tanto? ¿Me llorarán, vendrán a mi velorio? ¿Sacarán mi funeral en el noticiero: qué dijo Regina Alcóver, qué dijo Sonia Oquendo, qué dijo Ofelia Lazo? Pero después de que me hayan cremado, volverán a comer, volverán a dormir y Osvaldo Cattone se irá perdiendo en el olvido.

Ese accidente que te ocurrió en la obra con Diego Bertie que hizo que tuvieran que operarte de la columna, ¿dirías que fue uno de los momentos más graves de tu vida?
Tuve la sensación de que no iba a volver a caminar. Me quedé tirado en el suelo, no me podía levantar y si me movía, me venían unos dolores terribles. Hubo que bajar el telón y sacarme. Se terminó la obra. Nunca me había pasado algo así.

Ibas a cumplir el sueño de morir en escena.
Pudo haber sido. En “El Padre” también me pasó una vez; en un momento determinado yo tenía un diálogo con Wendy Vásquez y yo sentí que me mareaba, que me venía algo y, justo en esa escena, me tocaba ir a la cocina. Fui, vomité tres arcadas, salpiqué todo. Fue una chanchada horrible y volví y seguí con la obra. Lo único que pido es no quedar inválido, sin poder hablar, sin ver, sin escuchar. Que me digan: ¡oye, viejo de mierda, te estoy hablando!, Y yo: ¿eh?, ¿eh?, ¿eh? Eso sería terrible. Yo quiero morirme sano.

Has dicho que tú no conoces esa Lima huachafa e hipócrita de la que otros hablan, ¿pero la Lima racista sí la has conocido?
Yo tenía una amiga que ya murió que era una Mama Ocllo, una Mercedes Sosa. Era así: redonda, vernacular, folclórica y, de pronto, me decía: ¡Ay, tengo una sirvienta que es una serrana, una chola de mierda! O sea, ella choleaba a la empleada, pero si tú la mirabas a ella, parecía la mamá de la empleada.

¿Qué has aprendido?
A transmitir buena onda. La gente es muy agresiva porque es muy infeliz. La mejor manera de ser feliz es ocupándose del otro. Tratando de esparcir un poco de generosidad. Yo me levanto a las 5 de la mañana a mis 85 años y saludo a mis perros uno por uno, saludo a mis gatos, saludo a la gente que trabaja. Jamás pido: ¡tráiganme un café con leche! Siempre digo: me gustaría tomarme un cafecito con leche, ¿alguien estará libre para hacérmelo? El otro día estaba en un café y, de pronto, una señora muy ordinaria, muy prepotente le dice al mozo: “¿Usted es venezolano?”, y él responde: “Sí, señora”. “¡Ah, entonces que me atienda una peruana!”.

El horror.
Y ese chico venezolano es abogado y está trabajando de mozo porque no tiene alternativa. Él y su esposa son abogados y ahora son mozos en una cafetería porque necesitan comer. ¿Qué derecho tiene una peruana de venir a insultarlo de esa manera? Acaso en España algún español pudo haber dicho “¡no quiero ser atendido por este peruano!”. ¿Qué es esto? Uno tiene derecho a vivir en cualquier parte del mundo. Yo soy extranjero, soy inmigrante, vine a este país a trabajar y lo poco que tengo lo hice acá, porque yo llegué con cien dólares y empecé de nuevo y me levanté y lo poco que tengo, lo hice trabajando y le di trabajo a mucha gente. Yo tengo el derecho de vivir en cualquier parte del mundo. En el país que yo elija. Porque tu tierra no es en la que se nace o se muere, tu tierra es la que se ara, la que se siembra y se cosecha.

Mi patria soy yo.
Mi patria soy yo, qué buena frase.

Es una frase que dijiste tú.
¿Ah, sí? No me acordaba. Mira, qué lindo y qué cierto. Mi patria soy yo.

DATO

- Inocencio Osvaldo Cattone Ripamonti. Tiene 85 años. 45 de ellos en el Perú. Se considera un seductor.

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