La Lá canta esta noche en el Centro Cultural de España. (Foto: Piko Tamashiro)
La Lá canta esta noche en el Centro Cultural de España. (Foto: Piko Tamashiro)

Sueña con una casa en el campo y componer canciones en la naturaleza. Sueña con lo mejor para su familia. “Me preocupa más la felicidad que el éxito”, nos dice mientras mira jugar a la pequeña Amara, su hija. 

La cantante se presenta esta noche, a las 8 p.m., en el Centro Cultural de España, a modo de despedida porque se va de gira por primera vez a Europa, desde donde lanzará un adelanto de su próximo disco. 

Estudió filosofía, pero la dejó por la música. A sus 36 años de edad, recién está aprendiendo los acordes de la guitarra, pero eso no importa, porque tiene el talento de un ave rara, de un ave que vuela libre y silbando, buscando la felicidad.

En una entrevista que te hice en 2015 subrayaba el hecho de que hayas sido una suerte de revelación un año antes. ¿Hoy qué podríamos decir de La Lá?
Soy la misma persona. Soy una mujer de 36 años trabajando duro con mi familia. He aprendido cosas sobre mi propio trabajo como cantante. Ya puedo hacer un presupuesto de producción detallado (risas).Ya no dudo tanto.

¿En algún momento has sentido cerca la palabra éxito?
No. ¿Económicamente? Cero. ¿Popularidad? Es relativo. Masivos son Los Hermanos Yaipén.

¿Qué es el éxito?
Si puedo alegrarme de haber conseguido algo es vivir de mi trabajo, dedicarme a lo que me gusta, que es la música. Eso es un éxito. Ahora, es una palabra bien extraña, como que nunca la uso. Más me preocupa la felicidad que el éxito.

¿Y qué es la felicidad?
A veces la encuentras por caminos que tú no planeabas. La felicidad es la plenitud de uno mismo.

¿Cómo cantante qué buscas?
No necesariamente buscas algo para hacer las cosas. Las hago porque me gusta hacerlas. Si no hiciera música, quizá tendría muchos problemas personales, psicológicos. La música es una necesidad, no tiene necesariamente un propósito. Cantar es una sanación.

¿El aplauso del público qué sería?
Es una respuesta a lo que hago. De hecho sí siento un compromiso con las personas que me escuchan, de entregarme a ellas. No tengo una estrategia de publicidad, ni una imagen, no tengo nada que haga que la gente se interese en mi música que no sea la música misma. Mi relación con el público va más allá del aplauso. Hay una comunicación profunda, sentimental. Aunque creo que la música me tocó. Yo no he estudiado música, estudiaba filosofía y esta posibilidad de hacer canciones me agarró de sorpresa.

Ya empezaste el camino hacia los 40 años de edad. Sin embargo, noto que pervive en ti una sensibilidad de niña y adolescente. ¿Es así?
Tengo retardo emocional (risas). Pucha, mi papá es así, mi mamá era así. Siento que mis padres me han enseñado a no dar nada por sentado. Siento que uno nunca sabe lo que es la vida, ni lo que va a pasar. Siempre todo es una sorpresa.

¿Es una forma también de escapar del mundo?
La mentira social es que el mundo es una sola cosa, que las cosas tienen un camino, que las cosas tienen un orden. Esa es la debilidad de muchos adultos. Y el mundo no es así: cerrado ni delimitado. Tu visión solo abarca un espacio y creer que eso es todo, hace que anule lo demás. Y encima, lo que sabemos, todo el tiempo cambia.

¿Qué tienen en común la filosofía y la música?
Todo. Se comunican, conversan y se necesitan. La filosofía aspira a respuestas y razonamientos tan complejos que no se resuelven en el análisis, sino en el espacio de lo espiritual, en el arte.

¿La Lá hace filosofía en su música?
Tengo esa actitud ‘filosófica’, de sentir, pensar. Los vacíos y huecos que aparecen en la vida me hacen componer. Esa sensación, ante el mundo, de desconcierto.

Este año publicaste con tu padre, el caricaturista Alonso Núñez, el libro ilustrado ¡Apagón! ¿Cómo ha sido tu relación con él? No todos publicamos un libro con nuestros padres.
Mi papá es adorable. Es un tipo con el que puedo hablar de todo, incluso de mi vida privada. Hacemos bromas. Es jovial. Muy curioso, talentoso. Hace máquinas, diseña motores, pinta. Es muy dotado para la música.

¿Qué te decía él cuando tú eras niña?
Que yo iba a ser abogada por cómo argumentaba. A mi hermano y a mí nos hacía cantar bastante. Nos enseñaba guarachas.

¿Ahí quizá esté la raíz de por qué eres cantante?
Es el gusto por la música de mi papá y mi mamá. Ella llegaba del trabajo y ponía la radio, y nos poníamos todos a bailar. Escuchábamos salsa, el pop de la época. Eran los ochenta. Mi mamá nunca me decía nada en serio, ella era pura joda (risas). Falleció hace tres años.

El jueves se cumplió un año más de la caída de Abimael Guzmán y ¡Apagón! tiene que ver con esos años de violencia terrorista que nos dejaba a oscuras. ¿Cómo te tocó vivir esa época?
Vivía con mi mami, mis abuelitos, mi hermano y un tío. Mis abuelos y mi mamá comentaban que había escasez de alimentos. Yo iba con mi abuelito a hacer las colas para el pan, tomábamos leche Enci. Tiempos que íbamos con nuestra bolsa de tela. Todos éramos hípster ecológicos. Hoy la gente no puede vivir sin bolsas de plásticos.

¿Y los apagones?
Mi hermanito y yo jugábamos. Me daba como una especie de miedo atractivo que hubiera apagón. Mi familia nunca me transmitía una preocupación real. Recuerdo algunos sonidos fuertes, quizá de bombazos. Pero me daba curiosidad. Vivía frente al Morro Solar y veía si faltaba alguna torre de alta tensión. Me encantaba la luz de la vela, la oscuridad. El silencio total. Era una cosa rara, distinta. Era como estar en el campo.

Tu segundo disco Zamba puta tiene poco más de un año de publicado y de alguna forma cobra vigencia con el caso de racismo en un comercial de una tienda por departamentos.
Hay racismo en los estereotipos de la TV, en los comentarios de la gente en general, en las noticias y en la misma política, porque no se toman medidas radicales por la cultura o la educación.

¿Has vivido en carne propia el racismo?
Como siempre ando con facha recontra vagabunda (risas), me han revisado mil veces la maleta al salir de un supermercado. O he entrado a comprar a una tienda ‘pituca’ y no me tratan igual que la persona con otros rasgos. Y eso que no tengo la apariencia más estigmatizada de mi país.

¿Te han dicho zamba puta?
Sí. Es una cita textual. Sin dar muchos detalles, fue una persona de la ‘pitucada’ limeña.

¿Una ex pareja?
Peor. Mejor ni te digo. No me ofendió el insulto en sí, sino la intención de insultarme. Fue algo tan declaradamente machista y racista. En ese momento pensé: lo que a esta persona le jode es mi apariencia, mi procedencia, mi origen, mi ascendencia y que yo sea autónoma sexualmente. No supe si alegrarme por no ser ese objeto servil o llorar por lo triste que es la cultura nacional en ese sentido.

¿Te sigue incomodando la etiqueta de música femenina?
No me gusta porque me siento toalla higiénica. Yo soy músico. Somos personas. Hacemos arte, no debería importar nuestro género. Pero sí entiendo la necesidad de hacer festivales de mujeres, porque es una posición política ante los espacios que no se abren a la igualdad de género.

Sin embargo, en la música alternativa, el rock y sus variantes locales han aparecido varias cantautoras y la mujer está ganando espacios.
Pero es lentísimo. Ahora que me voy al Festival Boreal en Tenerife, el 60% del cartel son mujeres. Acá no estamos siquiera cerca de eso. En el Vivo x el Rock fuimos dos.

¿Y no es por un tema netamente de convocatoria?
Un festival puede tener una intención filantrópica y de lucrar. Las dos son válidas. Pero no sé qué es peor: asumir que las bandas de mujeres no jalan gente o que el público las rechaza. Yo no creo que no haya bandas de mujeres que convoquen público. Pero sí es verdad que en el público peruano hay una desconfianza absoluta a las capacidades artísticas de las mujeres. Siempre ponen en duda el talento de las mujeres. Si eres cantante, se preguntan quién hace tus canciones. Se busca un hombre detrás de… Es como que la mujer no existe.

¿Ser madre cómo influye en tu música?
Ser mamá de una niña me hace pensar mucho en el contexto que quiero para ella. No quiero que ella viva lo mismo que yo, que la juzguen por su apariencia, ni que la limiten, ni que tenga un enamorado que la cele, ni un enamorado que la ‘ponga en su lugar’. Siempre está eso de: “no tengas tanta personalidad porque jodes, mejor es que estés a lado, calladita”. Y mi hija ha nacido súper power, y que siga así toda su vida.

¿Hacer música cómo influye en ser madre?
Mi tiempo artístico está equilibrado con mis hijos. Cuando Amara era más chiquita me invitaron a grabar un programa en Brasil con todo pagado y sueldo. Dije que no porque ella era muy pequeña. Para mí la felicidad no es una cosa u otra sino un equilibrio. El tiempo justo es uno que es bueno para mí y para ellos.

Y ahora sí te vas a Europa.
Primera vez que iré a Europa. El motivo principal es el Festival Boreal, que es ecológico, que apoya la igualdad de género, para todo público, gratuito, que convoca como 20 mil personas, llegan bandas de todo el mundo. De pasada vamos a hacer un par de conciertos en Madrid.

El 21 de setiembre, desde Europa, lanzas el primer single de tu tercer disco.
Se llama “Morir soñando”.

¿Así vivimos siempre: morir soñando?
Sí. Habla de cómo se normaliza la esclavitud de las mujeres dentro de la vida doméstica. Esa cosa de llegar de trabajar, hacer la cena, comprar, cambiar al bebé, bañar a la niña y acabas en tu cama hecha una zombie, desmayada. Quiere decir que no leíste lo que querías leer, no pudiste conversar con tus amigas, no pudiste pasarte una cremita, no pudiste pensar, quedarte sola mirando a la pared. No pudiste ser persona. Y todo el mundo dice: “así somos las mamás”. Pero no tendría por qué ser así. Y eso es súper grave, está normalizado. De eso trata la canción. Le puse el nombre de una bebida centroamericana, que es una mezcla de leche con jugo de naranja. Es dulce, rica, pero puede caer un poco pesada. Es como: ‘yeee’, me casé, tengo mi casa, pero por dentro me estoy envenenando.

¿Y cómo sería vivir soñando?
Cuando la gente se mire entre sí de igual a igual. Cuando nos respetemos y nos preocupemos del espacio del otro.

AUTOFICHA:

“Soy Giovanna Beatriz Andrea Núñez Trisollini. Pero mi nombre artístico es La Lá. Hicieron rifa con mis tres nombres. Giovanna era mi mamá, Beatriz mi madrina y Andrea era un cuy que nació el mismo día que yo (risas). Llevé cursos de fotografía, danza, canté en una orquesta de jazz, estudié filosofía”.

“Nací en Santa Beatriz. Tengo 36 años. He trabajado en dos mil cachuelos para mantener a mi hijo. De 11 p.m. a 1 a.m. compongo. Aunque odio la madrugada. Soy recontra dormilona, me dormiría a las nueve de la noche y me despertaría a las 10 de la mañana”.

“Me gusta mucho ser mamá. Mi hijo mayor tiene 11 años. Trato de escuchar música que me gusta bailar: Las Chicas del Can, Juan Luis Guerra, Rubén Blades. Me acabo de pegar con Karen Carpenter. Me gusta la música tradicional peruana, colombiana y venezolana. Pero no escucho mi música, no la soporto”.