Martín Roldán es uno de los invitados en el Hay Festival Arequipa. (Renzo Salazar)
Martín Roldán es uno de los invitados en el Hay Festival Arequipa. (Renzo Salazar)

‘Generación cochebomba’ se empezó a escribir en la década del 90, fue publicada hace 10 años y hoy vuelve en su quinta edición bajo Seix Barral de Planeta. Es uno de los primeros escritores que sitúa su obra en la movida subterránea. Afirma que “la literatura es como una canción de punk rock: te debe remover en tus creencias, ideologías”. Y esta semana, el autor será uno de los invitados del afamado . Para él, el buen momento que vive “es como el chiquillo que empieza a jugar en el equipo del barrio y llega a Alianza Lima”. El escritor Martín Roldán (Lima, 1970) está en las ligas mayores.

‘Generación cochebomba’ también puede ser una historia de amor, como la portada de la segunda edición. O una historia de ‘patas’. También un retrato de la violencia. O una historia de ‘subtes’. Y, finalmente, un relato del individuo y su entorno, que la portada de la cuarta edición refleja. ¿Con qué descripción crees que se identifica más el libro?
-Hay una cosa curiosa que me has hecho notar: cada portada refleja cada uno de estos aspectos que señalas. La primera portada es un collage del contexto, del rock ‘subte’; la segunda es de esta pareja besándose; está la portada del skin amarrándose los ‘chancabuques’; la de Pepitas de Calabaza es más punkie –aunque la veo media emo (risas)– y la última más del contexto… Sí pues, tiene muchas lecturas. Los Poetas del Asfalto dicen que es realismo sucio, que es una novela bukowskiana, pero yo no tengo nada que ver con Bukowski; es más, no me gusta mucho su obra. Me han dicho que cuando una novela tiene varias lecturas, es porque tiene varios matices que explotar. Yo solo quería contar una historia de cuatro amigos. No pensé en hacer una literatura de la memoria.

También es una novela bien cinematográfica.
-Sí, hay una propuesta con Roberto Barba ‘El Jarcor’ para llevarla al cine. Él viene de la mancha ‘subte’ y es la persona más indicada porque conoce la esencia. Una de las referencias que tuve para escribir ‘Generación cochebomba’ era de películas. En la época ‘subte’ no leíamos mucho, no había referentes literarios, pero sí del cine, de películas como ‘Rumble Fish’, ‘La Naranja Mecánica’, ‘Los Marginados’ de Coppola. Además, mis referencias de novelas peruanas venían con ‘Los geniecillos dominicales’ de Ribeyro y ‘Conversación en la catedral’ de Vargas Llosa. Y también ‘Al final de la calle’, de Óscar Malca, que cuando lo leí dije: manya, se puede escribir así, contar lo que uno ha vivido en las calles.

Esta reedición llega en un momento singular: cumple su primera década, 25 años de la captura de Abimael Guzmán y en el último año se han publicado varios libros que recuerdan –desde distintos puntos de vista– el momento vivido en los años ochenta y principios de los noventa.
-Según la editorial, el interés por la novela iba más allá de las efemérides. Planeta estaba buscando publicar novelas que habían marcado pautas dentro de la narrativa peruana última. En palabras del editor, darles el sitio que se merecen. Pero claro, cuando paso por las librerías la novela está junto a Gorriti, Zapata... Todo un pack de los ochenta, infórmate (risas).

¿Por qué crees que en el último año hubo una suerte de renacimiento del tema ‘rock subterráneo’? La exposición en el MAC, los libros de autores como Shane Greene y Fabiola Bazo.
-Una de las cosas importantes que se dieron dentro de ese contexto terrible que vivió el Perú fue el rock subterráneo. Recuerdo que en una radio salieron los del rock comercial de esos años y decían ‘qué tanto hablan del rock subterráneo si fueron 200 gatos, en cambio nosotros llenamos el Amauta, teníamos discos de oro’. Pero nadie les ha escrito un libro. Porque no era expresión pura de un contexto histórico terrible. Además, la movida ‘subte’ era música, artes plásticas, poesía.

La calidad de culto que puede haber adquirido tu libro ha sido fruto también del boca a boca, como un casete que fue de mano en mano.
-Cuando llego con la novela, esta era huérfana de todo. No tenía conocidos en el medio literario ni entre los críticos. Solo mis dos o tres profesores como Miguel Gutiérrez, Antonio Gálvez Ronceros y Jorge Valenzuela –bueno, qué profesores¬–. Yo iba de librería en librería distribuyendo mi libro. Recuerdo que fui a El Virrey de Lima y pensé que si ahí me aceptaban, entraba a todos lados. Me dijeron: déjalo para evaluarlo, llama en tres días. Dejé uno y luego me pidieron cinco, de ahí 15, 20… Es más, para la contraportada de esta última edición me pidieron que me consiga reseñas de críticos o escritores conocidos para ponerlas ahí, pero no había nadie del peso que pretendían. Entonces, eso quiere decir que la novela en este tiempo (logro notoriedad) por lectores y no por recomendación de críticos.

‘Generación cochebomba’ reflexiona sobre temas que hoy son actualidad. Está el caso del personaje de Olga, que se podría emparentar de alguna forma con el discurso del empoderamiento de la mujer.
-Es que son situaciones que se mantienen hasta ahora. Pero es un personaje que está construido en base a tres chicas que conocí hace 30 años. Si se lee desde la perspectiva de estos años, se pueden encontrar elementos que a alguien no le va parecer que estén bien.

¿Cómo afrontas la forma de representar a la mujer desde la literatura cuando hay críticas que exigen un tratamiento que no sea machista?
-Si el personaje lo voy a construir pensando en agradar a las personas, creo que no va servir. Para mí la literatura es como una canción de punk rock: te debe remover en tus creencias, ideologías. No escribo para quedar bien con una visión feminista o gay. Una amiga me contó que su amigo gay, luego de leer el capítulo en el que violan a los travestis, pensó que yo era homófobo.

Esa escena es fuerte. Sin embargo, al final del libro está la otra cara de la moneda, cuando más bien la pareja ‘subte’ gay, malheridos, tirados en el suelo, se buscan, arrastrándose pese a sus heridas.
-No pienso en agradar. Solo presento hechos. No digo qué es lo bueno o lo malo. La manera de reflejar el abuso que se vivía en los ochenta, sobre todo con los más débiles, era mostrar cómo la policía mete a dos travestis a una celda (donde ya estaban los ‘subtes’ encerrados) sabiendo lo que ocurrirá.

Pero en una siguiente escena, al día siguiente, presentas a los travestis, de alguna forma, ‘felices’ de haber sido violados, lo que podría entenderse como que a los travestis les gustó que los violen. Esa lectura podría llegar a la conclusión de que no condenas un hecho sino, incluso, lo celebras.
-Pero por qué tengo que condenar. El autor no tiene que condenar nada. Si pongo mis parámetros de lo que pienso, ya no estoy haciendo literatura sino propaganda. Esa situación no la escribo para el regodeo o el morbo de la gente, sino para que el lector diga ‘qué feo que pase eso’.

'Generación cochebomba' (Seix Barral).
'Generación cochebomba' (Seix Barral).

Otro tema que es parte de la novela es la violencia terrorista, que a través de tus personajes sí la condenas, sobre todo hacia el final con el hallazgo que hace Adrián R.
-Ahí quise demostrar que el contexto que movía a los individuos se imponía sobre los anhelos de cada uno de ellos. Pero repito, en la novela no pretendo condenar sino mostrar.

¿En algún momento Sendero Luminoso te ‘ofreció’ sumarte a su causa?
-No eran tan directos. Exponían sus ideas y cuando uno los rebatía, tenían respuesta para todo, casi como los Testigos de Jehová. Una respuesta no personal, sino desde el dogma: ‘el presidente Gonzalo dice esto’. Pero yo tenía muy claro que la vía armada y el dogmatismo no iban conmigo.

Adrián R es una suerte de espectador de su generación: mira cómo se muere su padre, cómo su hermana es prostituta, cómo se va la chica que quiere. Y si no me equivoco, nunca hace nada por evitarlo.
-Su existencia es consecuencia del vaivén de los tiempos. Si hubiera hecho a Adrián R más partícipe de buscar un cambio, no sería un ‘subte’ sino un senderista.

Lo comento porque representa el perfil de la persona que no hace nada, que no se compra el pleito, que no asume un compromiso.
-Claro, el nihilista. Entre sendero y el Estado, el ‘subte’ era más o menos un intermedio. Tenía el discurso que denunciaba las carencias del sistema, que no se comía el cuento, hasta era medio moralista. Desnudaba la hipocresía de la sociedad peruana. Un grupo de personas que conocí en esos años y que se volvieron senderistas, purgaron prisión, salieron, ahora viven en el extranjero y cuando leyeron la novela me dijeron que no contribuía en nada a la toma de consciencia de un espíritu revolucionario, que era sentimentalismo pequeño burgués. Y tienen razón.

¿'Generación cochebomba' da para una segunda parte?
-Me lo han pedido. Por eso, mi último libro ‘Podemos ser héroes’ tiene un poco los personajes, anécdotas e historias que no encajaron dentro de ‘Generación cochebomba’. Lo que sí tengo en mente es hacer una trilogía de décadas. Por ejemplo, una historia ambientada en los noventa y otra en los setenta.

¿Y cuál escribes?
-El texto sobre los noventa.

En tu segundo libro, ‘Este amor no es para cobardes’, abordas la temática de barras. ¿Volverás por ese camino?
-Justo en esa novela sobre los noventa estoy metiendo algo que tiene que ver con barras. Y también música, pero no como movida sino como gusto personal de uno de los personajes.

¿Diez años después y con la experiencia de tres libros escritos, qué cuestionarías de ‘Generación cochebomba’?
-Creo que en el Lado A el lenguaje no es tan rico ni fluido como en el Lado B. La primera parte la escribí en el 95 y retomé en el 2000. Antes de venir a esta entrevista, una chica me agradecía en Twitter (en referencia a mi libro) que le gustan las novelas que hacen explotar todas sus emociones. Esa es para mí una de las mejores críticas que me puedan dar.