Martín López de Romaña lo cuenta todo sobre su calvario en el Sodalicio.
Martín López de Romaña lo cuenta todo sobre su calvario en el Sodalicio.

La fue un lastre, un éxito pasajero e inesperado, la tentación, un secreto, la salvación y hoy es una realidad.

Repitió el año escolar porque no le alcanzaron las notas para aprobar el curso de Lengua y Literatura, pese a los cinco puntos a favor que tenía bajo la manga por haber ganado los juegos florales en la categoría de mejor cuento. Al año siguiente, le fue igual de mal, aunque no volvió a reprobar la asignatura. Era el penúltimo de la clase, pero, a su corta edad, era una prometedora figura en el , la sociedad de vida apostólica fundada por Luis Fernando Figari en 1971, con quien vivió nueve años. Futuro que, en distintos momentos, se veía amenazado por la literatura porque debilitaba su vocación hacia la pretendida santidad.

En 2008, luego de 14 años como soldado de aquel ejército religioso, con 33 años dejó atrás ese campo minado de abusos psicológicos y físicos, de intentos de abuso sexual. Y tardó siete años en escribir La jaula invisible. Mi vida en el Sodalicio: un testimonio (Debate, 2021). “Ahora me siento más en paz conmigo mismo”, me dice Martín López de Romaña, y agrega que este es un breve homenaje a todos los autores que leyó y que le hicieron ver que el universo era más grande que la cosmovisión sodálite.

La jaula invisible no solo es revelador por lo que narra, sino también por cómo lo hace, operando con precisión quirúrgica, tallando como un artesano, donde las palabras no se leen, se sienten.

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-Esta semana Mario Vargas Llosa dio algunos detalles sobre el acoso sexual que sufrió cuando era casi adolescente. Parece decirnos que nunca es tarde para contarlo todo.

Me parece que ya había escrito sobre ese tema en El pez en el agua. Pero me recuerda una estadística que señala que las personas que han sido abusadas normalmente se tardan décadas en procesar lo ocurrido y en tomar la decisión de hablarlo, de denunciar. Normalmente, ocurre que el abusado siente una culpa que el abusador no siente. En el caso del Sodalicio, mucho me temo que todavía hay personas que no pueden o que piensan que hablar o denunciar sería demasiado intenso o destructivo para ellas. Pero en mi experiencia, haber escrito un libro donde narro con toda honestidad lo que me ocurrió es siempre algo liberador que conduce a la paz interior y que también tiene un beneficio social muy alto, porque impide que los casos se repitan.

-Se dice que estamos aún ante la punta del iceberg. ¿Es así?

Es el temor que tengo, que ojalá sea infundado. Pero con base en las estadísticas que mencionaba y los modos de actuar de la institución, que eran el secretismo y ocultar todo tipo de escándalo, no me parece arriesgado o prematuro decirlo.

-Parece inaudito que el Sodalicio exista, pese a todo lo que se ha dicho, los libros publicados, los testimonios revelados en los medios y las acciones mismas desde el Vaticano. ¿Qué es el Sodalicio hoy?

Hasta donde puedo ver, es una asociación en crisis de identidad, dividida y que, pese a ello, continúa siendo ‘peligrosa’; no ofrece ninguna garantía de que los abusos psicológicos, físicos, sexuales no se vayan a repetir.

-Dices dividida. ¿Eso implica que hay buenos y malos?

En todos lugares hay buenos y malos, pero ese no es el punto preocupante. El punto preocupante es que las ideas fuerza del Sodalicio, que están en su ADN, y el sistema mismo bajo el cual se conducía pueden permitir en cualquier momento abusos. Los abusos sexuales hasta donde tengo entendido se daban de forma esporádica, pero el abuso psicológico, el control mental, el lavado de cerebro, los abusos físicos eran el pan de cada día.

-Era una estructura.

Exactamente. El Sodalicio se mantiene diciendo que lo que ocurrió fueron casos aislados y manzanas podridas, pero en realidad la cesta es la que pudre las manzanas.

-Lo diré de manera burda: ¿el Sodalicio debe ser clausurado?

Yo que no soy canonista sino una persona de a pie pienso que no hay otro camino, por el peligro que representa para la Iglesia y para la sociedad civil, en concreto para individuos indefensos como son los niños y los jóvenes. Hasta donde tengo entendido, continúan haciendo apostolado juvenil, no sé si infantil, lo cual es por lo menos riesgoso, por no decir demencial.

Martín López de Romaña lo cuenta todo.
Martín López de Romaña lo cuenta todo.

-¿Qué decirles a quienes están en la encrucijada de revelar o no los abusos sufridos?

Que se escuchen a sí mismos. Sé que es muy difícil salir de una secta, porque no solo están los mecanismos mentales sino los emocionales, que han sido puestos al interior de la persona. Pero se puede y la libertad es un valor con el cual no se puede jugar, y es lo que nos define como humanos.

-¿Y qué se hace con el miedo, la vergüenza, el dolor que se le puede causar al entorno?

En el Sodalicio se te indicaba de mil maneras diferentes que si te ibas de la institución, te ponías en pie de guerra con Dios, con tu familia espiritual y contigo mismo. Pero eso es una falacia. Era uno de los muchos medios coercitivos que manejaba la institución que había aprendido de Luis Fernando para retener a toda costa a sus miembros, y no dar la impresión nunca de que el Sodalicio decrecía en números. Los números eran algo muy importante para Luis Fernando, porque veía el Sodalicio no como una obra de Dios ni mucho menos, sino como algo más parecido a un movimiento político.

-¿Hoy crees en Dios, Martín?

Me parece que, como diría Bertrand Russell (filósofo, matemático y escritor), los dogmas religiosos no se sostienen al más mínimo análisis crítico ni racional. Tengo respeto a las religiones, pero no creo en la autoridad de ninguna de ellas.

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-El libro tiene una cita del décimo capítulo del Evangelio de Mateo, que se leía, meditaba y cantaba “a cada rato” cuando estabas en el Sodalicio: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada (...). El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí (...)”. Un extracto revelador del ADN de este pensamiento religioso.

Y la extrapolaban hacia el fanatismo más talibán. Y arrancaban del evangelio las páginas que les eran incómodas, como la Teología de la Liberación.

-Qué gráfico: ¿el Sodalicio era, o tal vez lo es, una organización tipo talibán?

Lo que viví, y lo puedo atestiguar ampliamente, es un fanatismo que terminaba incapacitando a la persona para decidir por sí misma y para solo tener oídos hacia sus líderes, en especial hacia su fundador, que era idolatrado.

-A las personas que sufren de abuso, en general, siempre se les formula la pregunta sobre por qué no lo dijeron antes, casi en tono suspicaz y hasta de reclamo. Has estado 14 años en el Sodalicio y seguro también muchos se preguntarán por qué no lo dijiste antes.

Es una manera muy cruel de revictimización que traslada la culpa del abusador al abusado. El abusado tiene que pasar por un calvario larguísimo y penoso para poder tener la fuerza suficiente para denunciar. La sociedad le hace pensar o sentir que el abusado tuvo la culpa de no hablar. Y pienso que cada víctima tiene el derecho de afrontar el problema como pueda, porque no estamos hablando del robo de una cartera, estamos hablando de la destrucción o de la ruptura de lo más íntimo que tiene un ser humano.

-Tengo entendido que en 2001 sale la primera investigación sobre el caso Sodalicio. ¿Hacia 2008, cuando dejas la organización, qué sabías de lo que se denunciaba?

El reportaje de 2001 no fue visto en las comunidades; sin embargo, la opinión común era que quienes hicieron el reportaje estaban influidos por el demonio y que querían destruir no solo al Sodalicio sino también a la iglesia. En ese momento yo estaba en San Bartolo. Tan solo supimos de oídas del asunto, y no se hizo ninguna reflexión crítica, todo era visto en una especie de lucha entre Dios y el demonio.

-¿Pero hacia 2008 los rumores ya eran más sólidos?

No sé si meses o un año antes de que yo saliese, ocurrió que Daniel Murguía fue encontrado infraganti por la policía con un menor de edad, un niño de 11 años. La versión que manejó la institución fue, de nuevo, lo de las manzanas podridas y los hechos aislados. Como estaba bajo este secuestro mental, no podía ver, no podía juzgar por mí mismo y con objetividad los hechos, todo lo entendía en un sentido mágico religioso donde el Sodalicio siempre era el bueno y cualquier crítica era vista como diabólica.

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-En el libro usas la expresión abrir boca y mente. ¿Con La jaula invisible ya lo contaste todo?

Siento que con este libro he sido brutalmente honesto, no solo con la institución sino también conmigo mismo, no solo por una cuestión de simetría sino porque encontraba que la única forma de poder explicar racionalmente esa dinámica entre abusadores y abusados y controladores y controlados era mostrando mi periplo tal cual. Me parece haber llegado al centro de mi problemática con respecto al Sodalicio.

-Después de la publicación del libro, ¿alguien del Sodalicio se ha comunicado contigo?

Me han escrito un par de personas, que están en el Sodalicio, que sé que son muy bien intencionadas, para de alguna manera pedirme perdón, lo cual agradezco pero no a título personal porque estas personas en concreto no me hicieron ningún daño, al contrario son personas muy buenas. De lo que sí no recuerdo haber recibido nunca es un pedido de perdón de parte de la institución.

-¿Luis Fernando Figari mantiene poder en el Sodalicio?

No lo sé. Pero eso no es lo importante, sino su legado, que me parece imposible de extirpar en la realidad porque Luis Fernando no solo fue fundador sino arquitecto de todas y cada una de las propuestas espirituales del Sodalicio. Tan solo él y Germán Doig, otro abusador sexual, escribieron sobre espiritualidad sodálite y mientras estuve ahí, ningún otro sodálite tenía autoridad sobre los temas esenciales del pensamiento, la espiritualidad y el estilo sodálites.

-¿Si tuvieras al frente a Figari, qué le dirías?

Es algo que me lo he planteado muchísimas veces. Estoy haciendo mi camino de reconciliación personal y hasta el momento me va bien. No quisiera verlo nunca más en mi vida.


AUTOFICHA:

-“Soy Martín López de Romaña Jenkins. Nací en la ciudad de Arequipa, en 1975, tengo 46 años. Acabé el colegio y estudié Filosofía y Teología. Me parece que soy licenciado en Teología. Di clases de teología y espiritualidad mientras estaba en el Sodalicio”.

- “Mi manera actual de ejercer la teología es verla como una rama de la literatura fantástica, que me va a servir como cantera quizás para lo que escriba en adelante. Luego por mi cuenta estudié varias cosas más, pero no en academias ni en universidades”.

- “La lectura me ha enseñado a escribir. Todos los libros nos enseñan a escribir; si es que no cómo hay que escribir, por lo menos cómo no hay que escribir. Actualmente, vengo soñando una novela. También soy artista plástico y me dedico al arte del collage, provengo de una familia de artistas”.

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