Todo era gratuito para todas. Pero sí había que conseguir zapatillas de ballet, pantis, y ahí algunas se retiraban. Pasó el tiempo e hicimos una rifa para comprar, por ejemplo, una barra, o si queríamos un espejo. Y lo mismo si queríamos zapatillas o pantis, hacíamos una rifa. Hasta que un día, un viernes, una madre de familia me dijo si su hija podía quedarse conmigo unas horas. Dije que sí. Pero llegó las 10 de la noche y la niña no se iba. Su mamá trabajaba en un bar limpiando los baños. Le dije para dejarla en su casa. Hasta ahí conocía a las alumnas en el colegio, no sabía lo que había más allá. Cuando llegué a la casa, era de cartón, en un cerro. Ahí decidí ir a visitarlas y encontré que viven en los asentamientos humanos, la mayoría hacia el Morro Solar. Eran personas muy necesitadas.