María Laura y Martín del grupo Tárbol Teatro de Títeres. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO)
María Laura y Martín del grupo Tárbol Teatro de Títeres. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO)

El barco pirata navegaba y tenía al frente otra nave. El armazón estaba conformado por un patín, un triciclo, una caja y un sillón. Hermanos, primos, muñecos y María Laura eran los pasajeros. Una fotografía inmortalizó ese momento en su casa de Miraflores. Aclara que fue una niña de barrio, que trepaba los árboles de mora y que jugaba con la Barbie, que en lugar de Ken tenía un Pinocho. “Lo mejor que puedes darle a y niñas no son juguetes hechos, sino materiales: telas, cajas, sillas”, dice María Laura Vélez.

Hoy es actriz titiritera y su cómplice de escena es Martín Molina. Ambos conforman Tárbol Teatro de Títeres, que con más de 20 años sobre los escenarios alistan El más hermoso y el más triste paisaje del mundo, el proyecto para homenajear a Antoine de Saint-Exupéry y a El Principito, la obra del autor francés. Un montaje en conjunto con la Alianza Francesa de Lima, a más de 120 años del nacimiento de Antoine. Adelantan que se estrenará en octubre. Ya diseñan y confeccionan los de esta puesta en escena. Estiman que en estas dos décadas han confeccionado más de 130 personajes, que descansan en un sótano, en espera de un nuevo montaje.

Pasó su infancia en una chacra, en el valle de Achanizo, en Caravelí, . Lo describe como un lugarcito que nadie conoce, pequeño y lindo. Casi era el único niño en una familia de adultos. Vivía en la chacra pero la recreaba en sus juegos de infancia. También simulaba el circuito de la carretera de Lima al valle, con puentes y caminos. Recrear en chiquito el mundo de afuera, casi lo mismo que hace ahora junto a María Laura.

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-En el libro publicado por Tárbol, Oficio de libres..., se plantea esta pregunta: ¿Títeres en el siglo XXI?

Martín (M): Y hoy probablemente es el mejor momento de la historia de los títeres.

María Laura (ML): Los títeres son arte tradicional por excelencia, pero no por ser tradicional han perdido fuerza. La tradición del títere está viva. Se han asumido los títeres para la danza, para el teatro, en lo audiovisual; el concepto títere está en transformación constante, porque tiene que ver con el pensamiento animista y animado.

(M): Los títeres evolucionan como evoluciona la cultura. Son versátiles y accesibles. Desde la década del 50% ha empezado a instalarse oficialmente, a ser aceptado, reconocido y valorado. Hay festivales en todas partes del mundo y los titiriteros somos itinerantes.

-¿La virtualidad por la pandemia no ha sido una piedra en el camino?

(ML): Si bien todo el escenario del 2020 se nos cayó, las giras, todo, empezamos a hacer lo que el titiritero hace toda la vida, como un acto reflejo: nos conectamos con nuestro público, hicimos el espacio ‘Quedándonos en casa podemos encontrarnos’. Sacamos los títeres frente a la cámara y el títere empezó a narrar desde otra perspectiva. Vimos que la animación del títere cobraba otro valor cuando acercabas o alejabas, con el plano detalle.

-‘El Charquito’ lo digitalizaron en pandemia.

(ML): Sí, ‘Churi, hijo del río’, ‘Cholita en los andes mágicos’, ‘Flores Nevadas’ y otros más. Son como cortometrajes.

(M): La pandemia sí fue un obstáculo, pero los titiriteros nos hemos hecho salvando obstáculos. A nuestros ancestros los han perseguido, encarcelado, les han quemado los muñecos, les han prohibido hablar y a pesar de todo, han seguido. Para vivir de esto tienes que ser creativo.

(ML): El títere más antiguo tiene 26 mil años, hecho en colmillo de mamut, en el paleolítico superior. Lo logramos ver cuando fuimos a República Checa, en el Museo de Antropología.

María Laura y Martín del grupo Tárbol Teatro de Títeres. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).
María Laura y Martín del grupo Tárbol Teatro de Títeres. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).

-¿Qué pasó cuando llegó el día de decirle a sus padres que serían titiriteros?

(M): Yo terminé el colegio y estaba en un vacío enorme. Era anti todo y no había tenido un vínculo con el arte. Terminé estudiando Psicología en San Marcos. En un curso de psicología experimental, a la fuerza me encontré con los títeres, y me negué; creía que era para niños o algo femenino, y yo era duro, oscuro, sombrío, nihilista; qué iba hacer con muñequitos, me daba vergüenza inclusive. Tuve que hacerlo para aprobar el curso. Pero cuando subí al escenario me reconecté con el juego.

(ML): Yo siempre fui bastante histriónica desde chica, decía que quería hacer teatro y ser bailarina de ballet. Jugaba al teatro hasta los 17 años y cuando dije que quería estudiar teatro me dijeron que de ninguna manera, que iba a ser bohemia. Me puse rebelde. “Te tendrás que ir de la casa”, me dijeron mis padres, muy nobles, muy bellos, pero pensaron que iba a ceder. Al día siguiente estaba en la casa de mi tía pidiéndole que me acompañe a averiguar dónde estudiar teatro. Medio turno trabajaba y medio turno estudiaba teatro. Me pagué todas mis clases.

-Se podría pensar que hoy los títeres ya no interesan a los niños, que andan distraídos con la tecnología. Y a la vez que es un arte solo para público infantil.

(M): Hay una secuencia de fotos muy linda de cuando hemos hecho teatro de calle, se trata de una niña que está con audífonos y el celular; en las primeras fotos está mirando, y luego tiene una sonrisa grande, enorme y el celular ya está a un lado. Y sí, muchas veces en los colegios nos contratan solo para inicial. Pero nosotros lo planteamos como un espectáculo para la familia. También nos hemos presentado en El Averno, en festivales góticos.

(ML): Intervenimos conciertos de rock desde el año 2008.

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-Ustedes también editan el fanzine Mil Vidas. ¿Hace falta volver a lo artesanal?

(M): Probablemente sea el único camino que nos lleve a buen puerto a estas alturas. Reconectar con el planeta, con nuestros ancestros. Es fundamental replantearnos hacia dónde estamos yendo. En nuestra incursión a la virtualidad hemos tratado de mantener ese espíritu artesanal de los títeres. Desde lo material empieza el discurso.

(ML): El volver a lo sensorial, al contacto hará que el humano sienta al entorno y a otros humanos como suyos. Si lo sensorial lo estimulas adecuadamente, tendrás una persona que tengan lo cognitivo y emocional en su sitio, ecualizado. Si se atrofia lo sensorial, la persona no tendrá empatía con nada.

(M): Nosotros teníamos nuestros juguetes. Ahora a los niños les compran algo hecho en China y que cuesta muy poco, y les quitan la posibilidad de creación; y más bien, crean consumidores a mil.

-Pero bueno, menos mal tenemos a los títeres, que son como una forma de resistencia.

(M): Así lo asumimos. Es nuestra forma de resistir desde lo bello, lo tierno y la sabiduría.

(ML): Es una resistencia alegre, no es rabiosa. Es amorosa. Se trata de transformar con amor, porque con el ojo por ojo el mundo se quedará ciego. La mejor revolución es la evolución y la evolución es educar con amor.

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AUTOFICHA:

“Soy María Laura Vélez Valcárcel. Tengo 50 años. Nací en Lima. Estudié primero ballet, luego danza contemporánea, teatro y luego teatro de títeres. Hoy integro los lenguajes. El cuerpo es como el agua, el cuerpo siempre está presente”.

“Me defino como actriz titiritera interdisciplinaria. Mis maestros son Mirella Carbone en la danza, el grupo Íntegro en el cuerpo, Alberto Isola y la Escuela Superior de Arte Dramático. Soy educadora también. Me han dicho que hay un vínculo familiar con el escritor (Valcárcel)”.

- “Soy Martín Molina Castillo. Tengo 49 años, nací en el valle de Achanizo, provincia de Caravelí, Arequipa. Estudié Psicología en San Marcos. Me asumo exclusivamente titiritero. Me formé con maestros como Felipe Rivas Mendo”.

- “Antes de Tárbol ya había empezado con los títeres. Tenía el grupo La Pera. Me quedé solo y en eso llegó el taller del grupo Kusi Kusi, ahí conozco a un exmiembro de Tárbol y me invita a retomarlo. Tárbol empezó haciendo teatro con María Laura. Ahí nos conocimos”.

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