Lurgio Gavilán. (GEC)
Lurgio Gavilán. (GEC)

En algún momento la historia del país y la suya se entrecruzan. Como si fuera posible concentrar tantos años de violencia en una sola persona. Siendo niño, en 1983, Lurgio Gavilán entró en Sendero Luminoso en busca de su hermano mayor, quien lo cuidaba tras haber quedado huérfano de madre. Dos años más tarde, el Ejército había emboscado a su destacamento y estaba a punto de ser fusilado. Su vida debió haber terminado ahí, pero continuó.

En ese momento, el teniente a cargo del pelotón desistió de tal decisión. “¿Por qué no me mataste?” es la pregunta fundamental de una carta que escribió poco después de ese episodio, en 1985, para dársela a aquel militar de quien no supo su verdadero nombre y que le perdonó la vida. Aquel escrito se convirtió en Carta al teniente Shogún (Debate, 2019), libro de no ficción que ha sido bien recibido por la crítica.

Estaba acorralado, rendido. Tenía 14 años, pero estaba cansado. Había visto la muerte desde distintos lados, y lo seguiría haciendo. Tras ser capturado por el Ejército, se quedó 10 años en esa institución, como cabito y luego como soldado. Mientras realizaba patrullas, unas monjas que ayudaban a las comunidades le dijeron “tú puedes ser sacerdote”. Él se rio, fue su primera reacción, pero tiempo después dejó las Fuerzas Armadas y se formó como fraile franciscano.

Después de unos años en el convento, dejó su congregación para iniciar estudios universitarios. Como antropólogo, actualmente, busca comprender qué le pasó al país, qué le pasó a él. Invoca a su memoria marcada por el dolor en aquel libro, del cual carga un ejemplar en su mochila y que lleva pegada una fotografía de su hija Estela, sonriendo.

Esta larga carta que es tu libro es motivo para contar tu historia y la del país.

Para pensar que las personas somos tan complicadas... Vivíamos un estado de excepción. Es fácil decir ‘fueron sanguinarios’ sobre el Ejército, por ejemplo, pero había gestos de humanidad como el de Shogún. Somos capaces de actos de humanidad y crueldad. Y no es posible juzgar viviendo en este tiempo. Eso pensé al escribir y, además, recordar a Rosaura, a mi hermano.

Esos episodios te marcaron.

Quizá sin Rosaura no habría sobrevivido en Sendero... Sentí ese amor... Sobrevivimos a las balas. Me dolió mucho su pérdida. Me han preguntado si siento culpa de haber estado en Sendero... No sé... Pero le dije una vez a Rosaura que debíamos morir o algo así juntos. Apareció el Ejército, disparó y la bala le alcanzó la espalda...

Tuviste que huir...

Yo la dejé, tan cobarde… No sé, debí quedarme ahí, pero escapé. Esto me pesó mucho tiempo, hasta ahora. No he ido aún al lugar en el que mataron a Rosaura. Veo de lejos cuando paso. Pienso ir.

¿Qué debemos pensar como sociedad si, como te pasó, vemos a niños en campamentos terroristas? Pasa en el Vraem.

En mi pueblo había sed de justicia porque hay maltrato de los hacendados, de los comerciantes... En mi tiempo, un porcentaje grande de niños estábamos ahí con el ideal de justicia social. Además, estaban nuestros tíos, hermanos. Yo quería ser como mi hermano... Y nos enseñaban que vamos a ser todos iguales. Sendero decía buscar justicia social, pero había que tomar el fusil. Es tremendo... Quizá no estaban tan conscientes los dirigentes. También estaban totalmente convencidos de que iba a ocurrir así, pero no ocurrió.

Necesitamos comprender... ¿El país ha reflexionado lo suficiente sobre sus muertos?

No lo suficiente. El mundo ahora es muy rápido con la globalización. Están preocupados en comprar un carro, un TV, celulares. Quizá por eso quizá hemos dejado de pensar un poco en el Perú.

El país sigue siendo desigual…

Sigue habiendo brechas enormes. Hay que ver eso…

¿Te hiciste antropólogo para comprender tu situación, la realidad?

Sí, para comprender por qué actuaron así Sendero, el Ejército. Necesitamos comprender por qué se levantó la violencia, por qué hay tanta pobreza, desigualdad, para que no se repita. Eso ayuda más que estar juzgando a los demás.

Y Shogún te dio la oportunidad de aprender a vivir.

Cinco meses viví con él, pero me dio la oportunidad de ser como soy ahora. No tendría a mis hijos si no fuera por él. Mis hijos tienen sueños. Me gustaría que mis hijas sean profesoras como yo, me gustaría escucharlas. Y Shogún vive, sé que vive. Me lo encontraré algún día. Si quiere salir, está bien. Me gustaría agradecerle.

¿Por qué crees que has tomado tantos caminos?

Siempre voy buscando en mi vida ciertas cosas que me dan la oportunidad para romper las cadenas. También te ata la Iglesia. Es como una cárcel. Sendero, el Ejército también son una cárcel. Por eso siempre voy escapando. Eso no es. Es posible otra manera de vivir.

¿Como cuál?

Como he disfrutado en mi comunidad, conversando con la gente, las plantas, los ríos, los animales.

¿Eso es la paz para ti?

Me trae paz... Caminar en el río, la playa. La naturaleza tiene vida, escucha, habla. Estar bien con el prójimo... Me gustaría visitar a mi hermano, que está enterrado en algún sitio. Y a Rosaura.

¿Qué es el perdón?

Entender al otro, a uno mismo. Hay muchas maneras de entenderlo. Si preguntamos a la Iglesia, dirá ‘ve al confesionario’. Si preguntas a mi comunidad, dirán ‘ve al río, al apu’.

Has visto de cerca también lo imperdonable.

En Sendero, matar a tu compañero… imperdonable.

¿Qué hacer con lo imperdonable?

Detenerlo. Está ahí, siempre estará. Hay que recordarlo, pensarlo. Queda de contraejemplo.

La historia de Shogún nos dice que no se puede vivir sin el otro.

Somos gregarios, necesitamos del otro. Necesitamos hablar, no podemos vivir siempre en pelea.

¿Siempre habrá otro que no comprendemos?

El día en que no haya otro, ya no habrá vida. Seremos robots.

AUTOFICHA

Entre 1983 y 1985 estuve en Sendero Luminoso. De ahí me captura el Ejército y me quedo hasta 1994. De 1994 a 2000 fui sacerdote. Luego estudié Antropología en la Universidad San Cristóbal de Huamanga, donde ahora soy docente. Hice mi máster y doctorado en México”.

“Estoy escribiendo un proyecto sobre soldados antes, durante y después de la violencia. Tienen historias terribles, peor que yo. Por otro lado, parte de mi tesis de posgrado quiero hacerla libro: cómo la gente migra, cómo se cura de la violencia. Se llama La invención del enemigo”.

“En 2013 me reuní con Vargas Llosa, que escribió una columna sobre mi anterior libro Memorias de un soldado desconocido. Me dijo que le gustó. Y Luis Llosa se interesó en hacerlo película, Tatuajes de la memoria, y Vargas Llosa escribió el guion basado en el libro. Están en espera, buscando financiamiento”.

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