Sentía que todo estaba en cámara lenta. En el cine sufría ataques de pánico. Fue a emergencia unas siete veces. La depresión se convirtió en una enfermedad. Pero por las noches le daba forma a las que ocho años después conformarían El pintor de Lavoes y otras crónicas, libro que ahora es reeditado gracias a Colmillo Blanco.

‘El malo del catch’, ‘Mi rubia está buenísima’, ‘Jugo de Lu.cu.ma’ y el debutante ‘La banda de Sarita’, un relato sobre las orquestas carcelarias, son parte de esta renovada obra de culto que será presentada mañana, a las 7 p.m., en Machasqa Bar, sobre 28 de Julio 279, Barranco.

De niño, cuando le preguntaban qué quería ser, su respuesta era “aprender muchas cosas y viajar”. Tímido, reservado, a veces solitario, pero atrevido, llegó a temprana edad a la prensa escrita, luego pasó a la televisión, donde se quedó, y paralelamente encontró en la fotografía otra pasión.

Luis Miranda se trató con un psiquiatra, pastillas, tenis y viajes. Hoy la depresión es un periódico de ayer. El ‘Oso’ se sienta frente a mí, pero mira a otro lado mientras responde a las preguntas, tal vez en busca de respuestas.

¿Por qué eliges para tus crónicas a personajes como ‘Misterio’, el barrista de la ‘U’?
Cuando empecé a escribir, el Perú no tenía muchas cosas, era un país apartado, que había pasado una crisis horrible. Lo importado era lo mejor. Pero empezaron a gestarse movimientos sociales de reivindicación de lo que ya teníamos, como la cultura chicha: música y carteles, ya no como algo gracioso sino interesante.

Pero empezaste a los 19 años. ¿Ya habías estudiado algo?
Me gustaba leer muchísimo. Yo quería ser pintor en Bellas Artes. De niño pintaba mucho, dibujaba perfecto. Quería ser como Dalí. Pero se vino una crisis horrible y a mi mamá le parecía inaudita la idea de meterme a Bellas Artes. Ella quería que la ayuden con la economía. Me había criado sola.

¿El papá dónde estuvo?
Se divorciaron muy temprano. Mi papá era chileno. Falleció el año pasado. Tenía problemas mentales a raíz de un cáncer en el pulmón. Se volvió paranoico y quiso matar a mi mamá, y ella lo dejó. Me mandaron al norte, donde me he criado con mis abuelos. No me acuerdo porque yo era muy chiquillo.

¿Y luego no tuviste alguna relación con tu padre?
Cuando yo estaba acabando la primaria, apareció. Y mi mamá no quería verlo. Pero mi tía dijo que ya era hora de que lo conozca. Era marino mercante y viajaba por el mundo. Fue una sorpresa verlo.

¿Habías construido alguna imagen de él?
Nada, nunca. Él rompió todas las fotos en su locura. Las quemó. Yo sospechaba que era parecido a mi hermana. Lo vi y me sentí disminuido, a la vez con curiosidad. En esa época sí me daba mucha curiosidad saber lo que era tener padre. Ahora ya lo superé. Esa vez salimos a pasear, a comer, se me rompió el pantalón y me compró uno, y de ahí se fue. Nunca más reapareció.

¿Dirías que tienes algo de él?
Casi nada, quizá lo loco, que me gusta viajar. Quizá que no me siento muy identificado con mi familia en general. Nunca he querido ir a las fiestas de la familia.

¿Sentiste su ausencia?
En un momento sí. Todos mis vecinos tenían sus papás... Te contaba todo esto porque a pesar de que en mi familia decían que yo debía estudiar en Bellas Artes, a mi mamá no le cuadraba la idea. En esa época me puse a leer bastante y me sentía con la tarea de averiguar más. Si no tuve un padre presente, mi tío fue un referente en temas culturales. He pasado horas en su biblioteca leyendo sobre psicología, artistas, escritores. Empecé a darme cuenta de que la literatura podía ser un camino interesante y me puse a escribir historias del barrio. Y creo que empecé a escribir mejor. Me volví adicto a Borges. Ya en la universidad, cuando hicieron el primer taller de crónicas, el profesor Toro Montalvo me dijo que yo debía dedicarme a la literatura. Elegí Periodismo porque pensé que tenía el lado práctico y literario. Luego otro profesor hizo un taller y escogió a dos alumnos para entrar a trabajar a Expreso. Estaba en primer ciclo y pasé a ese diario. Tenía 19 años. Hacíamos crónicas de la calle.

Si tu padre se aparece en este momento, ¿qué pasaría?
Me sentaría a conversar porque nunca me creí el cuento de que era una persona mala, pese a que por poco y lo pintaban como secuestrador. Lo trataría como un pata cualquier, le contaría lo que pasé y trataría de averiguar cómo fue su vida. No tendría ningún rencor.

Él podría ser uno de tus personajes.
Podría ser. No debo juzgarlo. Incluso, te cuento un dato: mi hermana se casó con un militar peruano y le pasaron el dato que tenía sospechas de que mi padre era un espía chileno.

El pintor de Lavoes y otras crónicas
El pintor de Lavoes y otras crónicas

¿Entrar a la TV fue una forma de buscar el espacio donde narrar con imágenes, una manera de acercarte a la pintura?
Había tomado como principio no trabajar en televisión, porque lo veía tan superficial. Veía en los noticieros a Mónica Chang y eso no quería. Pero cuando entra Umberto Jara a la TV, vi que hacía otras cosas, empezó a quitar esa mentalidad chabacana. Hasta que me llamó René Gastelumendi, que fue como mi salvación. Era una recomendación para Panamericana. Fue como entrar a un lugar desconocido. Estaba muerto de miedo. Pero siempre he sido mandado. En la primera nota increíblemente me fue bien. Mi primer reportaje fue sobre Montesinos y el segundo acerca de los peluqueros de la Av. Abancay, donde encontré unas historias.

¿Era una forma también de pensar en tu padre? Un hombre con problemas mentales, padre no habido, viajero, personaje de varios mundos. Casi un perfil para tus crónicas.
Sí, hay algo, pero eso ya sería para hablar con un psicoanalista (risas). Si hay algo que creo que se debe rescatar de este libro (El pintor de Lavoes y otras crónicas) es que algunas de esas historias han logrado ir más lejos, se hubieran perdido, como la del catchascanista que lo agarré cuando ya estaba en su última etapa: olvidado, en una casa caótica, con los muebles desechos.

Vuelvo a la primera pregunta: ¿por qué eliges esos personajes?
Un poco por cariño. En esa época que lo importado era lo mejor, empezaron a descubrirse las facetas del peruano tratando de sobrevivir a través del ingenio. Ahí empezó la necesidad de rescatar esas historias. Son personas que vivían en un estado de semilocura y semimiseria, pero con la esperanza a tope.

¿Te pareces a tus personajes?
Soy peor que mis personajes (risas). Me identifico en la manera como han podido salir adelante con pocas cosas, como yo, de repente. En mi casa no sabían por qué yo estudiaba periodismo, nunca supieron que yo escribía. Me vieron en televisión y les pareció extrañísimo. En mi casa yo no pintaba nada. En algunos de los medios donde he trabajado me miraban raro porque hacía crónicas sobre la urinoterapia. Una vez una persona me paró y me dijo: “solamente escribes de circos y payasos”. Es uno conocido, no te voy a decir el nombre. Nunca he creído que eso sea denigrante.

¿Hoy hacer fotografía es otra forma de acercarte al sueño de ser pintor?
Siento que con la fotografía me he reformateado. Te acerca a la gente, sientes que eres una mezcla de máquina del tiempo con cosmetólogo, porque buscas su mejor ángulo y lo inmortalizas. Con la fotografía se puede combatir la discriminación, porque cada persona tiene una belleza particular. En la fotografía te das cuenta de que hay una belleza increíble en los rostros de cualquier parte del Perú y de cualquier edad. Es como esculpir con luz. Mi primer libro de fotografías fue sobre los rostros mochicas en Mórrope y últimamente hice el libro de Q’eswachaka sobre el puente inca, también con ese espíritu.

¿Cuando escribes también buscas la belleza?
Sí, claro. La belleza no solo es lo bonito sino encontrar una conexión interesante entre las palabras, el ritmo.

Eres un buscador de belleza.
Y siempre me han interesado los escritores que van por ese lado.

¿Qué es la belleza?
La belleza te hace una mejor persona. Hace que tu vida, finalmente, sea interesante. Vas a un museo para ver belleza, lees una novela para vivir experiencias que no has vivido antes. Por ahí va la belleza. Conocer a una persona hermosa también es estimulante.

¿Te sientes una persona hermosa?
¿Yo? Sí, creo que sí. Cuando sonrío (suelta una carcajada).

AUTOFICHA:
“Soy Luis Eduardo Miranda Rodríguez. Nací en Bellavista, Callao. Tengo 51 años. Estudié Periodismo en la Garcilaso, pero me empezaron a llamar para trabajar desde muy joven. No terminé la carrera. He trabajado en Expreso, El Peruano, Gestión, Diario Uno del 94, Somos, La República, Correo, Cosas y más”.

“En televisión he estado en Panorama, Reportajes, Contrapunto, Periodistas y Cuarto poder, donde ya llevo 16 años más o menos. Estoy preparando una exposición sobre los presos de Sarita Colonia; tengo lo del Cañón de Cotahuasi, también en fotografía”.

“Me gustaría escribir más, pero por mi cuenta, con la intención de publicar cada cierto tiempo. El editor de El pintor de Lavoes me dijo que quería reeditar el libro porque en las universidades lo leen mucho. Yo agradezco bastante que se haya valorado estas crónicas. Para mí es una sorpresa y lo agradezco”.