Susana Baca canta lo que siente y siente lo que canta. Por eso, cuando interpreta “Si me quitaran totalmente todo” no exagera: testimonia —a través de la poesía de su amigo Alejandro Romualdo— lo que ha sido una vida habituada al despojo, a la que siempre le “quedaría aún una palabra donde apoyar la voz”. Susana supo convertir ese fino hilo que es su voz en una robusta cuerda que —gracias a su terca apuesta por el sí— ha saltado varias veces el mundo, cuerda que nos rodea con sus colores y cautiva con sus hechizos, cuerda que saltamos con el orgullo de saberla nuestra.
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Ya en 2020 su temple triunfó nuevamente al entregarnos —en pleno auge de la pandemia— ese haz de esperanza llamado A capella, álbum grabado a sola voz, obra única en su especie, que desafió la crisis y nos recordó que no todo estaba perdido porque ella venía a ofrecernos su corazón.
Pero hace un año la Inminente casi le quita totalmente todo. Nos tuvo durante meses en vilo de ese hilo que siguió hebrando y sosteniendo un cuerpo casi vencido, pero con el corazón intacto, ese incólume cajón que no dejó de latir su landó.
Que en plenas agonías estrenara el álbum Cántenme (2024), en homenaje a su maestra Chabuca Granda, es sintomático de su nivel de productividad. Susana nos ofrecía una vez más su corazón, pero esta vez —paradójicamente— para insuflarnos de energía mientras lanzábamos al unísono conjuros por su vida, repitiéndole en masa: “¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!”. Y como el poema de César Vallejo que es, Susana incorporóse lentamente, echose a andar.

Exactamente un año después de las agonías y del estreno, Susana emerge airosa y es ahora ella la que nos lanza sus Conjuros (Pregón, 2025), su nuevo álbum, resultado de un trabajo iniciado hace doce años, que reúne doce temas en los que —entre festejos, landós, lamentos y vivas— emprende el viaje a la semilla, al volar a África occidental para grabar con el coro metropolitano de Abuya, Nigeria. Este acompañamiento significa no solo un aporte clave a nivel vocal, sino que contiene una importante carga simbólica al tender puentes con esa parte del mundo donde todo comenzó.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Como siguiendo a Juan, surgen, por un lado, los cantos de adoración: “Kirie”, “Caracunde”, “Señor de los Milagros”, “Merci bon Dieu”, “Gloria”, que abrazan el disco, al abrirlo y cerrarlo, al vibrarlo de agradecimiento por seguir cantando y creando.
Estos se suceden con los cantos de tradición: clásicos como “Toro mata”, “No Valentín”, “El mayoral” o la conmovedora “Belén Cochambre”, que contrastan con los anteriores al vivir el permanente asedio de la violencia, el sufrimiento y, eventualmente, la muerte.
Conjuros demuestra una vez más que Susana no tiene fronteras. Empezó quebrándolas al cantar sin zapatos, al innovar el repertorio con su poesía, y lo ha seguido haciendo —con la complicidad de su compañero y sempiterno productor, Ricardo Pereira— al surcar enhiesta la gran diversidad de sonoridades, idiomas y alianzas que le dan a cada entrega originalidad y verdad.
Este álbum bien podría llamarse Vestida de vida, Travesías, Espíritu vivo o Afrodiáspora (nombres de anteriores entregas), lo que confirma cuán orgánico y coherente es el trabajo de Susana: cada disco, cada canción, cada verso, conforman las partes de un todo que emanan de su encuentro con la ancestralidad, la modernidad, la memoria y, por sobre todo, el desafío. Porque a Susana tantas veces la mataron y, sin embargo, sigue aquí, resucitando, cantando al sol, como la cigarra.
Dato:
-Participan en Conjuros: Ernesto Hermosa en la guitarra, María Elena Pacheco en el violín, Hugo Bravo en las percusiones, Ojima de Albuja y Juan José Chuquisengo en el piano. En la dirección de grabación, dirección musical y contrabajo: Oscar Huaranga.
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