Los grabados provienen del libro Revolución de Lima, de Héctor F. Varela (1872).
Los grabados provienen del libro Revolución de Lima, de Héctor F. Varela (1872).

Hace casi seis años, cuando comencé a investigar los hechos alrededor de la brevísima rebelión de los hermanos Gutiérrez y las condiciones que condujeron a su tremebundo final, caí en la cuenta de que la coyuntura política durante los comicios de 1871-1872 me sonaba harto familiar. Vale la pena recordar que se trataba del fin del gobierno de José Balta, y que el escogido por los colegios electorales fue Manuel Pardo; es decir, significaba el cierre de un capítulo del militarismo peruano, y el ascenso del primer mandatario civil en medio siglo de república.

Al vuelo: después de tres décadas de bonanza guanera, el país no había crecido en términos republicanos, nacionales, sino que durante esta era que Basadre motejó de “prosperidad falaz” el dinero se despilfarró torpe o inescrupulosamente, como cuando José Rufino Echenique decidió enriquecer a un significativo número de familias en el “escándalo de la Consolidación” de 1854, que de hecho llevó a Castilla a darle un golpe de Estado. La política partidaria no existía, por el contrario, cada caudillo que llegaba al poder tras tumultuosas refriegas debía improvisar un aparato burocrático donde pocas veces operaban los más calificados. Ya hablando de los comicios del 71, se evidenció, por ejemplo, que existía una prensa que tomaba posición con financiamientos privados; que se practicaba con descaro la desinformación o la propalación de lo que ahora llamamos fake news; que el transfuguismo (entonces “tronchismo”) era una maña común en el Congreso; que lo común eran los enfrentamientos arteros con la política como pretexto; que las elecciones eran turbias y violentas; que campeaban la corrupción y las componendas (Henry Meiggs podría ser un ancestro de Jorge Barata); que la represión de los enemigos políticos podía ser salvaje; que el golpe e incluso el autogolpe de Estado siempre eran una opción.

La mañana del lunes 22 de julio de 1872, cuando finalmente Balta —temperamental, voluble— decidió que no seguiría con el plan de dar un autogolpe (cuando solo meses atrás había jurado cortarse un brazo antes de cederle el gobierno a Pardo), el coronel Tomás Gutiérrez y sus hermanos, un cuarteto impopular percibido como ignorante, “serrano” y feroz, no tuvo más opción que continuar con la conjura: resultaba imposible detener una maquinaria de siete mil militares que temían el fin de su statu quo. Es decir, Gutiérrez no pensaba llegar a gobernar, ni ciertamente estaba preparado para ello. Al mismo tiempo, el Congreso de entonces, en juntas preparatorias y presidido paradójicamente por Echenique, tomó la muy controversial decisión de declarar a los golpistas “fuera de la ley”, lo que, en resumen, avalaba que cualquier ciudadano podía atentar contra su vida lo que, como señaló entonces el notable jurista Federico Panizo, sirvió de justificación para que tres de los cuatro Gutiérrez acabasen no solo asesinados, sino vejados de formas insólitas cuando entre el 26 y el 27 de julio el centro del poder político, social; el núcleo simbólico del país se convirtió —muy probablemente con el auspicio del pardismo traducido en dinero, alcohol y contratación de maleantes— en una Fuenteovejuna infernal.

Evité evidenciar en el libro las conexiones con el presente porque preferí que cada lector las infiriese. Pero todo lo ocurrido en las pasadas décadas y, con mayor énfasis, en los últimos seis años, me permiten discrepar amablemente con Alberto Vergara cuando dijo, en una entrevista publicada el domingo pasado, que “la inestabilidad se ha convertido en nuestro rasgo más estable”.

La crisis, la crispación comenzaron con el país.


EL AUTOR

- Dante Trujillo (1973) es periodista, escritor y gestor cultural. Ha publicado los cuentos de El palacio de la felicidad y el libro electrónico de entrevistas Puesto de confianza.

Portada del libro 'Una historia breve, extraña y brutal'.
Portada del libro 'Una historia breve, extraña y brutal'.

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