Sí lo sentía, definitivamente. Mis padres me exigían bastante académicamente. Siempre tuve metas muy ambiciosas. Desde que era niña siempre me dediqué a tener las mejores notas. Mejorar mis habilidades de liderazgo, de comunicación, de cómo manejar grupos, cómo manejar mis emociones. Desde primer grado de primaria mis padres ya no chequearon mis cuadernos, porque me volví más independiente. Desde ese entonces hasta ahora, la única persona que se exige y se pone más metas soy yo misma. Cada vez con la valla más alta.