Lalo Mir hoy conduce Encuentro en la cúpula. (Fotos: Marco Ramón).
Lalo Mir hoy conduce Encuentro en la cúpula. (Fotos: Marco Ramón).

De padre taxista y madre costurera, dibuja desde pequeño, cuando soñaba con ser marino mercante por haber leído tanto a Emilio Salgari. En su casa de San Pedro, a hora y media en auto de Buenos Aires, no había televisión y se sintonizaba la AM, porque no existía la FM. Era de esos pueblos donde ‘todos’ se conocían, de 25 mil habitantes.

A orillas del río Paraná, apenas pudo aprender algo de la guitarra. En la música terminó siendo quien hacía las preguntas, el que narraba las historias, quien presentaba a los artistas y sus canciones. Lleva más de 50 años como locutor y es una de las instituciones de la radio argentina. “Soy viejo, eh”, me dice Lalo Mir y dibuja una sonrisa que lo ilumina, esa sonrisa que ha llevado a la televisión y que encontró una de sus cumbres en el programa Encuentro en el estudio, que muchos seguimos con admiración a través de Internet, y que hoy mutó a Encuentro en la cúpula. 

La semana pasada estuvo en el Perú de vacaciones. Y nosotros las interrumpimos. Fue su séptima vez en el Cusco, uno de sus lugares favoritos en el mundo. “A ver si un día me animo a ir a Choquequirao. Cuando cumpla 70, será un desafío”, se reta a los 67 años.

Cuando cursaba el tercer año del colegio, un sábado por la mañana fue a un ciclo que se llamaba ‘Adelante, juventud’. Él se quedó mirando, con la curiosidad del niño que descubría la radio, con la curiosidad que hasta ahora conserva.

-A los 15 años de edad llegaste a la radio. ¿Qué pasó para que te quedes?
Me propusieron reemplazar a la persona que cortaba las noticias principales del diario y que las pegaba en un papel para que el locutor las leyera. Pero eran noticias del día anterior. Entonces, propuse que yo podía escuchar y escribir las noticias del día, que pasaban Radio Rivadavia y Radio El Mundo, para que las lea el locutor. Generé un escalón más alto en el proceso de producción en la emisora de San Pedro (sonríe). Y en algún momento me puse a jugar con el micrófono y alguien dijo: “Vos podés hacerlo”. Empecé leyendo avisos comerciales.

-¿Qué te atrapó?
No lo sé, es como mi segunda casa. Es de lo que vivo. Me es fácil. Me siento como pez en el agua. Es mi lugar. Y me ha ido bien.

-¿Por qué ha sobrevivido la radio, pese al avance de las tecnologías?
Porque lo más elemental del ser humano es hablar, ya sea con el psicólogo o con el amigo, o con la familia. Salvo que estemos mirando los celulares, hablamos. La radio es eso. Es como en el principio de los tiempos.

-¿La radio no va a morir?
No. Mando un WhatsApp y es radio. Puedo escuchar la radio en el celular, en Spotify, en un podcast.

-En el Perú pasa un fenómeno en la radio: está el reclamo de que no transmite la música que se produce hoy en el país. ¿Ocurre lo mismo en Argentina?
No. No estamos tan pegados en el pasado.

-¿Es justo el reclamo?
Pueden hacerlo, es parte de los derechos del hombre. Pero también el dueño de la radio tiene el derecho de pasar lo que quiera (risas).

-Se pide que haya cuotas. ¿Crees en ellas?
No hay más cuotas. Los usos y costumbres los maneja la gente. Los gobiernos no pueden imponer leyes.

Lalo Mir
Lalo Mir

-Volvamos a Lalo Mir. ¿Es cierto que odiabas tu voz?
Sí. Ahora me escucho y soy un poco más condescendiente. Pero es como cuando uno se mira en una foto: no te gustas. Hay que ser muy vanidoso para gustarte.

-Al final, te mimetizaste con la voz del locutor.
Y, tal vez, sí. Mirá qué buena idea. No la había pensado. Sí, ahora me parezco más a mi voz (sonríe).

-Pero también has dicho que lo importante no es la voz, sino la palabra. ¿Eso se ha olvidado hoy en la radio?
Pablo Neruda no tenía una linda voz y cautivaba a las audiencias por radio cuando se ponía a leer un poema. Obviamente, lo más sencillo es ser cautivado por una voz, pero en realidad lo que importa es lo que se dice. Si lo que se dice es potente, no importa la voz.

-Uno de los momentos más importantes en tu carrera ha sido Encuentro en el estudio. Y muchos en el Perú aún recordamos el magistral programa con Susana Baca. ¿Cómo fue ese encuentro?
La conocía, pero no personalmente. Sabía que venía del riñón de David Byrne. Me impactó, me enamoré. Tiene un grado de seducción… Es hermosa, liviana, se saca los zapatos y baila descalza, y te mira con esos ojos y sonríe…

-Y te habla bajito.
Es una genia. Encantadora. De eso trabajo (sonríe).

-¿Qué más sabes de la música peruana?
Eh, ¿Miki González existe todavía?

Sí, claro.
Me acuerdo de “Akundún”. También están Los Mirlos, son fundamentales en la música cumbia, es la clave del sonido amazónico. Pablo Lescano de Damas Gratis toca “La danza de los mirlos”. Y, obviamente, Chabuca Granda.

-¿Cuál es el estado del rock argentino?
Hay muchas bandas, como Usted Señalemelo, Los Espíritus. Hay una movida mendocina muy buena, una movida rosarina muy buena. Pero, claro, no suenan en los grandes medios. Pero es por cambio de usos y costumbres. Están en Spotify.

-¿Los medios tienen alguna responsabilidad?
Son parte del asunto. Los medios venden mainstream, buscan plata. Dentro de los medios algunas personas están en el tiempo y algunas se adelantan. Las que están en el tiempo son escuchadas, las que se adelantan son escuchadas por nichos. El arte está adelante, la tecnología y la ciencia están adelante, la filosofía está adelante, la política atrasa y los medios están relacionados con la política. La economía y la política atrasan, son ombligüistas, buscando un patrón signado por el dinero.

-¿Y qué tiene la música?
Es esencial. Uno a veces canta y dibuja antes de hablar. La música viene con el ser humano desde su ADN más primitivo.

-Pienso en la emisora La Colifata y el poder de la música, donde pacientes psiquiátricos conducían programas. ¿Qué aprendiste al colaborar en su desarrollo?
Que meter en un hospicio a la gente es un error. En realidad, es un invento. Un psicótico tiene un brote cíclico. Tendría que estar con su familia como un enfermo de diabetes y cuando le da el brote, ir a un hospital a tratarlo, y cuando se repone que vuelva con su familia. Aislarlo es volverlo loco. La radio les permitió salir, por eso hay tantas Colifatas en el mundo, más de 100 ya.

-¿Lalo Mir está cuerdo?
Y, estoy en ese borde impreciso: entre la locura y la cordura.

-¿Dónde se está mejor?
En el borde, siempre en el borde.

-¿La música te salvó de algo?
Es como el hilo para alguien que hace telares o los colores para alguien que pinta.

-¿Cuando haces las presentaciones de los artistas en la TV, es como pintar?
Si mucho, sobre todo cuando edito, que es como hacer collages, es transformar lo visual en audio. En las presentaciones recibo un texto de un guionista y, en general, lo reescribo, y a veces los hago de nuevo. Era como desarrollar un poema, un pequeño juego de palabras de muy pocos segundos.

-¿Cómo presentarías a Lalo Mir?
No, que me presente otro. Soy impresentable (nos reímos todos).

AUTOFICHA:

- “Soy Eduardo Enrique Mir. Nací en San Pedro, provincia de Buenos Aires, en 1952. Estudié de perito mercantil, es decir, para trabajar en una oficina. Y después hice carrera de locutor en el Instituto Superior de Enseñanza Radiofónica. Empecé a trabajar como productor en una agencia y ahí me hice”.

- “Un programa que aún no hice es así: en el último piso del edificio más alto de la ciudad, (tengo) el control de todos los cables de todos los micrófonos, tengo todo: a la Policía y las frecuencias del gobierno, todo como la CIA y transmito lo que yo quiero y de noche (risas)”.

- “Tal vez tengo mil casetes. Vinilos, unos dos mil. CD’s sí son miles. No sé qué voy a hacer con todo eso. Pero no tengo Spotify. En el living de mi casa y en el estudio hay vinilos. Actualmente, escucho mucha música del mundo, de lugares raros, de Estonia, Bosnia, China, hip hop de esos lugares”.