En esas tres cuadras entre un consultorio y otro, llevando a Mara en brazos, la despedida. Quince años juntas. Nos conocimos cuando ella tenía dos meses y yo veintiocho años. Si hemos llegado a la edad que tenemos es porque otros nos han ido salvando la vida, escribió Sabato en 'La resistencia'.

Una mala praxis provocó en mi perra una profunda herida en medio de la panza. Le habían extraído un bulto sospechoso. A los pocos días el hilo se descosió. El veterinario dijo que debía ser un carcinoma, por algo no cierra. Todo se irá a necrosar. ¿Análisis de sangre? ¿Biopsia? Nada. No le habían practicado nada.

Cambié de veterinario.
Había recibido de Mara una incondicionalidad nueva, un amor verdadero que iba a verse interrumpido, y el pensar esta ausencia ya me conmocionaba. Todo lo que podía querer a un perro, yo la había querido.

Con el nuevo doctor la pusimos boca arriba. Esto está terrible. La limpió con agua oxigenada y le inyectó un antibiótico y dijo ya vengo. Yo esperaba anestesia, aguja, hilo. Regresó con un frasco de azúcar. Lo volcó en la zona y al poco rato se formó una jalea. Donde hay azúcar no hay infección, dijo. No entran bacterias. Si usan miel, todavía mejor. La envolvió con una venda especial. Una venda azul adhesiva de las que se usan para forrar y proteger las patas de los caballos. Durante cinco días, extremar los cuidados, renovar vendaje y miel. Casi no dormimos. Vigilia para que no se lamiera. Eso sobre todo.

Mara caminaba rellena como un postre y temblorosa como una yegua recién nacida.

Su panza recuperó el color vivo de la piel sana.

El método: cicatrización por segunda intención. Cerrar de adentro hacia afuera.

Curar significa cuidar. Preservar.

Mara, la geronte, la longeva. Vivirá un tiempo extra. En la sabiduría del veterinario, ella era ideal para el azúcar.

Todavía no. Yo me había adelantado, por incertidumbre y por angustia, pero todavía no.

Esta mesa, una bolsa, el clip que abrocha la página de un libro, todo lo que hemos creado, cada cosa, durará más.
Volver del particular lapso de un duelo, dejar de lamer la propia herida.

TAGS RELACIONADOS