Katya Adaui está en Lima para presentar su cuarto libro. (Fotos: Mario Zapata).
Katya Adaui está en Lima para presentar su cuarto libro. (Fotos: Mario Zapata).

No recuerda si fue entre los 23 y 24 años. Odiaba narrar noticias. No era feliz. ¿Cómo cayó ahí? Atendía la central telefónica y a su jefe le encantaba la paciencia con la que respondía las amenazas diarias de bomba. Tenía futuro en la narración. “Van a entrar al baño y dejarán una bolsa negra”, la amenazaban. “Tú no sabes quién soy yo”, le advertían. “Ah, bueno, gracias por avisar” era la respuesta mecánica que daba. Entonces, la entrenaron de madrugada para narrar. Así se quedó unos dos años frente a las cámaras de Canal N en tiempos de la caída del fujimorismo. Pero pidió su cambio a redacción y, cuando pasó, Alejandro Toledo ya era presidente. Fueron más de cuatro años, entre ‘vladivideos’, la Marcha de los Cuatro Suyos, decapitados en Iraq y el atentado a las Torres Gemelas. ¿Esa experiencia para qué te preparó? “Para dejar el periodismo”, me dice y nos reímos. “Era mucho horror. Ser testigo me hacía responsable”, añade y toma un sorbo de café.

El muy muy fue un bicho de su infancia. En playas como La Herradura y Pucusana se dieron esos encuentros de verano. El mar era ese momento inolvidable, como cuando pedaleamos en una bicicleta o bajamos un cerro corriendo. Parte de esa infancia fue fantasear con ser escritora, a los 9 años. Leía mucho. Hizo todo para serlo. Hoy, lo es. Eso sí, aclara que no tiene la “fantasía de la completud”. Por lo pronto, además de ser la nueva columnista de Perú21 y dictar talleres de escritura creativa, acaba de publicar su cuarto libro: Muy muy en Bora Bora (Penguin Random House), un cuento para niños y no tan niños. Aún recuerda cuando su padre entraba con ella al mar y le soltaba la mano, como una forma de desprenderla de su protección. Katya nadaba; como ahora, aunque en otras aguas.

Has señalado que detrás de Muy muy en Bora Bora está el ser peruano, la identidad, el mar, nuestro lenguaje. ¿Esa responsabilidad puede llegar a tener un libro para niños?
Ningún libro tiene una sola responsabilidad, pero me salió así. Siempre la palabra muy muy me convocó mucho. El bichito que se oculta y que, al mismo tiempo, necesita salir. Sobre el lenguaje, los niños aprenden mucho por la repetición. La repetición es un lugar seguro, que a los adultos nos crea mucha inseguridad. La rutina nos agobia, que las cosas sean iguales. Pero al niño el horario, la repetición, que la madre aparezca, que el padre le dé un beso en las noches lo calman. Quería que en la historia hubiera oralidad, donde la repetición es divertida. Es un libro sobre los asombros del encuentro con el mar, con tu nombre, con la posibilidad de que el verano exista.

¿Y sobre la peruanidad?
Los niños del libro representan un poco a todas las etnias que tenemos, que fue un punto en el que insistí mucho: que un niño de la selva, la costa o la sierra, aunque aún no conozca el mar, se sienta representado en el libro.

¿Qué es ser peruano?
No lo sé. Es una esperanza aterradora. Somos la repetición de los mismos errores, pero al mismo tiempo estamos frente a bellezas como el mar, la sierra y la selva.

Hoy casi radicas en Argentina. ¿La distancia otorga un afecto especial por el Perú?
Te acostumbras a tener el corazón entre dos ciudades, entre las que me muevo. Mi paisaje es la ciudad, aunque me resista. Extraño la figura del mercado, que es donde me gusta estar.

El cuarto libro de Adaui.
El cuarto libro de Adaui.

Me cuentas que practicaste atletismo. ¿Hay una similitud entre correr y escribir?
Que siempre es contra ti mismo o para ti mismo. Se parecen en la persistencia, en la entrega, en el ritmo que hay que mantener, en el remate que hay que hacer, en la partida o la partida en falso. Que el error ocurra está bien. Es muy bueno en la escritura que el error ocurra. El fracaso como posibilidad hace mucho bien para la escritura.

¿Cuándo se llega a la meta en la escritura?
Nunca (risas). Y eso es delicioso.

Es una maratón eterna.
Es como una cosa loopeada que no se termina porque hay insatisfacción, que es muy provechosa porque te permite insistir. Es un insistir para entender algo, para descubrir algo.

¿Y cuándo se pierde en la escritura?
Es que son términos muy contemporáneos y capitalistas: ganar o perder. Más bien, la escritura va contra el sistema, que te exige producir, ser, tener un nombre y ser exitoso.

Pero también es eso.
Es y no lo es. El escritor se queda y donde hay una política del descarte, el escritor se queda y mira. Esa quizás es la ganancia, que te acompañes a quedarte, que puedas resistir sin volverte loco y sin volver loco al otro (risas).

Pero sí hay derrotas en la escritura. Fracasos.
Fracasos hay. Siempre. Cada texto que no te sale, que te sale, que debes corregir. Ahí hay una asimilación de pequeños fracasos. Y hay que insistir en no rendirse, en no engolosinarse con el error ni con lo que salió bien. Es un estado neutral y de calma para asistir a mi propio texto y darme cuenta si hay cerebro y corazón ahí. Y si ambas cosas se dan, hay un alivio total.

¿Está mal que solo haya técnica o solo haya corazón?
No sé qué es está mal o está bien. No son rangos con los que se mide un texto, sino salí conmovido o no, salí movilizado o no, y aun así no sirve para nada, sirve para uno. No deja de haber guerra porque se escriben libros. Uno es el que sale perturbado, dulcificado, comprometido, violentado de la experiencia.

¿Volverte escritora fue fruto de la lectura o de lo que pasó fuera del libro?
No sé. Volverse escritora es como volverse cocinero. Cuando uno está llamado a la escritura, uno sabe, no porque sea un don o algo especial, sino porque es una construcción. Todos tenemos lenguaje, palabra y voz. El ejercicio del escritor es pensar, y esa es la dificultad. Es abismarse, no es un ejercicio que se pueda hacer todo el tiempo. No creo que sea un don como nacer pintando o nacer cantando. Para escribir, tú tienes que haber vivido.

¿Qué vida has vivido?
La estoy viviendo todavía (risas). Cuando pienso en vida, es mundo interior, que se alimenta con los amigos, el cine, con el otro, tus lecturas, pérdidas, tropiezos. La escritura mira el malentendido, no mira lo que sale bien porque ahí no hay literatura. La literatura ocurre donde ocurre el desencuentro. El cuento debe acabar con los individuos transformados. Así como uno no vuelve de un viaje siendo el mismo, el personaje no debe salir de un cuento siendo el mismo que empezó.

¿Y el escritor?
De ningún día sales siendo el mismo. No digo que uno aprende algo cada día, pero ocurre algo en un día.

¿En qué se parece escribir a cocinar?
En el juego. Hay que calcular y no calcular. Hay que sazonar, mantener cierta tensión, cierto equilibrio de sabores. Al mismo tiempo, ceder el control para que esa magia ocurra, para que los sabores se entremezclen y puedas separar el arroz de la carne y sentir el sabor. Mucha paciencia, dedicación.

¿Muy muy en Bora Bora qué plato sería?
Esto lo hice con mucho amor, pensando en algo que me hubiera gustado que me lean a mí cuando era chica. El encuentro con el mar siempre es inolvidable. La Herradura era una playa preciosa para ser niño.

¿Hoy quién eres?
Un sujeto incierto (risas). Un ser en construcción.

¿Sigues yendo a la psicoanalista?
Sí, me encanta. ¿Quién puede solo? Yo no. Me gusta ir a un lugar a pensar con alguien, a pensarme con el otro. Lo hermoso de Freud es que descubrió cómo curar a través de la palabra. El psicoanálisis es el lenguaje que uno entrega y que le es devuelto. Uno va a entenderse un poco más.

¿No es mejor no entenderse?
Es una vanidad tremenda creer que uno no puede ser analizado por nadie. ¿Viste esos juegos que hacen los niños de tirarse para atrás y que alguien los sostenga? Eso es ir a analizarse. Es una delicia entenderse un poco. Siempre hay una respuesta. Me gusta, me funciona. Me gusta pensar.

“La escritura va contra el sistema, que te exige producir, ser exitoso”, señala.
“La escritura va contra el sistema, que te exige producir, ser exitoso”, señala.

AUTOFICHA:

-“Soy Katya Adaui. Tengo dos nombres, pero el segundo no me gusta. Me parece un exceso dos nombres y dos apellidos. Tengo 42 años. Estudié Periodismo en (la hoy universidad) Bausate y Meza. Hice una maestría en Escritura Creativa en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, en Buenos Aires”.

-“He escrito los libros Algo se nos ha escapado (2011), Nunca sabré lo que entiendo (2014), Aquí hay icebergs (2017) y ahora Muy muy en Bora Bora (2019). Estoy escribiendo un libro de cuentos para adultos. Está en proceso. No hago poesía porque no me sale”.

-“Estoy releyendo un libro que me encanta: En caso de amor, de Anne Dufourmantelle. Es una psicoanalista francesa que contaba sus experiencias con el amor narradas a través de sus pacientes. Hay algo del psicoanálisis que es muy afín a la literatura y que es la escucha. La capacidad de escuchar al otro me convoca”.