Katya Adaui: Como un jaguar atrapado

"El jaguar: sin pelaje, lengua afuera, jadea con ojos dislocados, en ese girar psicótico sobre sí mismo, propio de una vida en cautiverio".
Katya Adaui: Como un jaguar atrapado

Por: Katya Adaui / Escritora

Iquitos es de una hermosura ruidosa.

Los mototaxis rugen todo el día. Son el vehículo más apropiado para desplazarse. Nobles y zigzagueantes, aireados y cómodos, baratos y veloces, no encuentran resistencia entre asfalto, lluvia y trocha. Libres de silenciador, en tropel apabullante como vehículos de guerra, los choferes dicen que ganan potencia, que la bulla persuade al pasajero de elegirlos primero. Entre la desigualdad y la pobreza, competir y subsistir los obliga a un ingenio que daña. La batalla por algo de silencio para que Iquitos deje de ser la ciudad más ruidosa del Perú y de América Latina ha sido largamente perdida. Ni aunque regalados, los silenciadores son queridos.

El sonido de las aves, ausente, lejano, imaginado.

Estuve toda la semana pasada revisitando la selva.

El silencio absoluto es fantasía. El propio cuerpo es ruidoso. Pero bicho de ciudad al fin, necesitaba descansar de la ciudad.

Dos días seguidos fui a Quistococha, un complejo turístico con una playa de arena blanca en el río. Me detendría en los mitos y leyendas recreados a la entrada –el barco fantasma, la sirena, el Tunchi– y pasaría de largo el zoológico.

Para que los seres de ciudad atestiguaran la vida animal sin correr peligros ni tener que viajar. Para eso nacieron los zoológicos.

Conócelos y presérvalos, se lee en los letreros frente a cada animal.

El jaguar: sin pelaje, lengua afuera, jadea con ojos dislocados, en ese girar psicótico sobre sí mismo, propio de una vida en cautiverio.

El delfín rosado. Tímido y cauteloso, siempre amenazado por su propia docilidad, obligado al doble espectáculo: a la exhibición y al malabarismo.

Reducido en movimiento, domesticado en una piscina pequeña. Una piscina con tamaño y volumen de entretenimiento humano.Ser rescatados del comercio ilegal para pasar a otra forma de confinamiento.

Monos, paiches, tapires, loros, tucanes, águilas, nutrias, jabalíes.

Aislados, sin comunidad, en jaulas que distan mucho de recrear su hábitat, morosos y entorpecidos. Cuando a simple golpe de vista, cuando a la distancia de unos cuantos saltos o de un vuelo fugaz, están rodeados del ecosistema que les pertenece y al que nunca jamás podrán volver. Tan cerca y tan lejos.

¿Es necesario que, a pasos de uno de los bosques húmedos tropicales más diversos del planeta, este zoológico exista?

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