Hace unas semanas Joseph Zárate viajó a Pucallpa. Lo hizo para encontrarse con el hermano de Edwin Chota, el líder indígena que murió hace 4 años luchando contra la tala ilegal que amenaza aún al olvidado pueblo amazónico de Saweto. No era el primer encuentro entre ambos, pero sí el más importante. Joseph, un joven de sonrisa tímida y peinado inquebrantable, llevaba en el brazo un ejemplar de su primer libro que se lo iba a entregar a Fernando. Al hermano de Edwin lo acompañaba su esposa. Al recibir el libro, ambos se emocionaron.

Edwin es el protagonista del perfil que da inicio a Guerras del interior (Debate, 2018), un libro que más allá de narrar luchas medioambientales, sacude conceptos que pretenden permanecer intactos. Las crónicas sobre Máxima Acuña y el pequeño Osmán Cuñachi completan el trío de historias necesarias para cuestionar nuestro papel en la realidad.

El título, Guerras del interior, evoca distintos enfrentamientos. ¿Cuándo decides llamar así a tu primer libro?
Los escenarios de las crónicas trascurren en el interior del país, suceden por riquezas que están al interior de la tierra. Pero, además, son conflictos generados también en el interior de las personas. Son diferentes niveles semánticos del título. Lo tenía pensado desde un inicio y así decido proponer el proyecto a la editorial. Ya tenía escritas cinco crónicas, excepto la del petróleo.

¿Qué motiva a un periodista a escribir acerca de temas ambientales?
A todos les puede parecer lindo tener un libro con tu nombre y no está mal sentir eso. Yo en 2016 pude haber publicado el libro con las crónicas que tenía, pero quería que el libro, más que un producto, sea un artefacto para que la gente se cuestione ciertas cosas. Para mí el periodismo es un servicio público, que hace que las personas se informen y derriben algunos conceptos preconcebidos. Era importante que el libro, como artefacto, ofrezca esa reflexión.

Además, existe una conexión especial entre las historias y tu familia…
Durante el 2017 me pregunté por la conexión con esas historias. A través de esas preguntas, que no son necesariamente periodísticas, comencé a revalorar mi conexión personal, que tiene que ver más con mi familia. Mi abuela nació en una comunidad de la Amazonía. A través de ella también he experimentado mucho de lo que han vivido las personas que retrato en el libro: la ferocidad de la cultura predominante. Fue con esas preguntas que encontré ese vínculo, que finalmente sirvieron para que el libro sea más poderoso y honesto.

Este libro, entonces, no solo fue un crecimiento profesional…
Es interesante porque ahora que hablo contigo pensaba en cómo el libro para mí ha sido un crecimiento profesional, pero, claro, también fue personal. El periodismo y en especial este libro me ha permitido conocerme a mi mismo, preguntarme quién soy y quién soy yo al momento de contar esas historias. ¿Un limeño que va a ese lugar y solo cuenta estas historias? La respuesta es no. Como digo en el epílogo; no es que yo les esté dando voz a esas personas, sino yo mismo me la estoy dando.

Este libro, entonces, no solo fue un crecimiento profesional…
Es interesante porque ahora que hablo contigo pensaba en cómo el libro para mí ha sido un crecimiento profesional, pero, claro, también fue personal. El periodismo y en especial este libro me ha permitido conocerme a mi mismo, preguntarme quién soy y quién soy yo al momento de contar esas historias. ¿Un limeño que va a ese lugar y solo cuenta estas historias? La respuesta es no. Como digo en el epílogo; no es que yo les esté dando voz a esas personas, sino yo mismo me la estoy dando.

¿Los conflictos sociales han pasado a nuestra normalidad como país, a ese espacio compartido con la inseguridad, discriminación y corrupción?
El fin de semana estuve en Pucallpa. Le llevé el libro al hermano de Edwin Chota. Nosotros somos periodistas, escribimos sobre gente que usualmente nadie escribiría. El hecho que la vida de Chota esté registrada en un libro de algún modo significa que su historia no se va a perder. El periodismo cumple el papel también de historiadores de lo efímero. Entonces, me parece que eso es valioso e importante, a pesar de lo adverso. Por ejemplo, en el caso de Edwin hasta no hay nadie en la cárcel por su asesinato. No hay ningún culpable por eso. En el caso del derrame de petroleo en Loreto ocurre lo mismo. ¿Qué pasaba si eso sucede en El Olivar de San Isidro? ¿Los políticos, economistas de Lima estarían tranquilos? Los indígenas siempre han sido relegados a ese espacio de la sociedad. Por lo menos de 25 niños de esa comunidad tienen contaminación de metales pesados en el cuerpo.

En tu libro también reflexionas sobre la “perversa paradoja del desarrollo” o de cómo de algo tan terrible como un derrame de petroleo puede terminar siendo, de alguna manera, provechoso para una comunidad…
Los seres humanos somos contradictorios. Tu sabes que fumar es dañino pero lo haces. Sabes que vas a comprar tu ropa pero dicha tienda explota a sus trabajadores. ¿Me entiendes? Es tan perverso el sistema que no hay malos y buenos, pero lo más terrible es no querer ver, ser indiferente. Lo que intento hacer es poder romper esa pared de indiferencia ante esas realidades. Si estoy haciendo periodismo que cumple una función social, pues que realmente cumpla su función. No considero que la crónica sea el non plus ultra del género. Uno puede tener ciertas habilidades para escribir pero sobre todo estás haciendo periodismo.

¿Fue difícil no caer en la fácil victimización de los personajes?
Creo que algo que me ayudó fue el hecho de pensar mucho el libro. Esas crónicas ya habían sido escritas y publicadas, aunque yo sentía que faltaba trabajar en las ideas, que estas sean más claras. Una pregunta importante que hizo que no caiga en esos lugares comunes era preguntarme quién era yo como narrador.

¿Y qué descubriste?
Que soy nieto de una mujer que nació en una comunidad, que tiene un vínculo fuerte con la tierra, y dejó ese vínculo para venirse a Lima. Soy hijo de los conos, de San Martín de Porres, Tablada de Lurín, VMT, que son muy parecidos a los lugares que retrato en el libro. Muchas veces durante la escritura me podía ver reflejado en esas historias. Mi abuela vivió en Pucallpa, como Edwin Chota. Celendín es el pueblo donde nació mi abuelo. Creo que el hecho de pensar quién era yo hizo que mi punto de vista estuviera muy cerca de las personas. Yo también he vivido esas cosas que salen por habitar el margen. La discriminación, racismo, el hecho de vivir en un lugar popular. Todas esas cosas que cuando era adolescente renegaba, comencé a abrazarlas. Esa mirada era mi tesoro. Eso era importante al momento de escribir. Pensaba mucho cuando uno lee otros textos sobre la selva o sierra, a veces hay como una caricatura de esas realidades.

¿En qué medida llegaste a sentir empatía por estas historias?
Son historias trágicas, pero los protagonistas tienen la voluntad de sobrellevar los malos momentos y eso es conmovedor. Son fuerzas invisibles. Edwin, Máxima, intentan sacar las cosas adelante. Eso me conmueve mucho, hace que me cuestione mis provilegios. Por más que haya estudiado en una universidad pública y haya vivido en un barrio popular, igual soy privilegiado frente a ellos. No es que no tengan voz, sí la tienen solo que nadie les da la oportunidad de hablar. Sí me he quebrado, aunque no delante de ellos, sobre todo cuando me tocaba leer fragmentos del libro. Las historias son como espejos, puedes sentir empatía por lo que sucede con los personajes.

¿El periodismo está en falta con los temas medioambientales?
Quienes practicamos el periodismo tenemos el sentido del deber, de otro modo practicaríamos otro oficio. Cada uno tiene cierta inclinación sobre ciertos temas. En mi caso, escribí sobre aquello que me quemara, sobre lo que pasa en el mundo rural. En función a eso, yo intento poner al servicio de esas realidades mi capacidad. Creo que es importante que si vamos a practicar el periodismo, lo hagamos con compromiso.

Hay una pregunta que organiza el libro: ¿Qué somos capaces de hacer o sacrificar como individuos y sociedad en nombre de aquello que llamamos progreso? Es una pregunta que tiene múltiples respuestas dependiendo de la visión que tenemos del mundo. Me parece que eso es interesante, cuando el periodismo hace que comiences a reflexionar en esas cuestiones.

¿Qué idea de progreso manejamos?
Lo que yo pienso es que en la Amazonía existen 51 naciones, porque comparten códigos culturales específicos. Muchas veces pensamos que son pueblos amazónicas y que andan calatos, pero muchos de esos pueblos están insertados en el sistema económico en el que vivimos. Ellos quieren también las cosas que los de la ciudad quieren. Por ejemplo, Osman quiere un smartphone. La diferencia es que si tu quieres uno te vas al iStore, en cambio ellos tienen que ir a sacar petroleo de un río.

En el país no hay una sola nación, hay varias. Lo importante es el respeto. Si tu no respetas a alguien, no te sientas a la mesa con esa persona a conversar. Todos estos procesos de modernización siempre han sido verticales y agresivos, sean los gobiernos de derecha o izquierda.

Este vínculo con la tierra que manejan es muy importante. De eso discute el libro. Son personas que tienen ideas diferentes . Cuando se encuentran con otra visión, ahí inicia el conflicto, quien sale perdiendo son los que menos tienen, los que históricamente han sido relegados. Esa es la invitación del libro, a pensar en ello. El país se ha construido sobre esa relación fracturada. Vamos a llegar al Bicentenario y ¿qué hemos hecho para repararla?.

¿Cómo fue tu encuentro con el hermano de Edwin Chota?
Lo conozco porque lo he entrevistado anteriormente, nos habíamos visto en persona y conversado también por teléfono. Sin embargo, no había tenido la oportunidad de mandarle la versión anterior, la que fue publicada en una revista. Entonces fui a Pucallpa y coordinamos vernos. Él estaba con su esposa cuando le entregué el libro y se emociono. Imagínate para él cuán importante es que la historia de su hermano quede registrada en papel y que otras personas puedan leer lo que hizo.

¿Qué persona te gustaría que lea el libro?
Que lo lea el presidente, los ministros, empresarios, la gente que ejerce el poder o que toma decisiones. Sería increíble es que el libro lo puedan leer los escolares. ¿Te imaginas que un niño en secundaria pueda leer historias de lo que esta pasando al interior del país y comprender que muchas de las decisiones que tomas como ciudadano y consumidor tienen una repercusión?

Ganaste el premio Ortega y Gasset 2016 y hace poco el García Márquez 2018, dos de los más importantes en Periodismo. ¿Para que sirven los premios?
Siempre es una oportunidad para que la gente pueda acceder al trabajo que estás haciendo, es una gran ventana. El otro aspecto tiene que ver con un ámbito de lo motivacional. Te motiva a poner aún más energía en lo que estás haciendo, un impulso, pero al mismo tiempo es también una responsabilidad ya que cuentas con mayor exposición. Es imprescindible utilizar esos canales abiertos para discutir estas cosas, porque finalmente lo que hacemos es periodismo.

¿Qué crees que te hubiese dicho tu abuela si leyera el libro?
De hecho me hubiera felicitado, quizás me hubiese agradecido. De alguna manera el libro es un homenaje a ella. Todo este interés, el hallazgo del vínculo de mi familia con esa zona, es gracias a ella, a las historias que me contó cuando era niño. Eso hizo que el libro fuera más orgánico. No solamente en los lectores, sino en mi mismo.

AUTOFICHA

-Nací en Lima, en 1986. Crecí en San Martín de Porres, luego he vivido en Tablada de Lurín, Condevilla, Miraflores, Barrios Altos, Surquillo. Ahora vivo en Bocanegra, en el Callao. Gané el premio Ortega y Gasset 2016 y hace poco el García Márquez 2018. Dos de los más importantes en periodismo”.

-“En 2012, comencé a publicar en Etiqueta Verde crónicas sobre comunidades que se enfrentan a grandes poderes. A finales de 2015, me fui a Barcelona a hacer una maestría. Vi que mi trabajo tenía un hilo conductor. Es ahí cuando pienso en hacer un libro que compile esas historias”.

-"El periodismo que practico utiliza las herramientas narrativas para reflexionar sobre algunas cuestiones, como la idea de progreso, vivir mejor o cuál es el papel que tenemos en los conflictos sociales, como consumidores. Considero que la crónica periodística debe estar al servicio de eso”.

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