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José Carlos Agüero: "La reconciliación no se puede fundar en la mentira"

Entrevistamos al escritor José Carlos Agüero Solórzano (Lima, 1975), quien mañana presentará ‘Persona’, en el LUM.

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Historiador, poeta, experto en derechos humanos. En 2015 presentó ‘Los rendidos’, texto en el que abordó su historia familiar: hijo de senderistas. Un libro fundamental para entender sobre el perdón. Momento cumbre para la literatura peruana de no ficción.
José Carlos Agüero Solórzano (Lima, 1975) publicó en el último tramo del año pasado ‘Persona’ (FCE Perú), otro experimento biográfico-testimonial, y lo presentará mañana en el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social-LUM (Bajada San Martin 151, Miraflores), a las 7 p.m. Ingreso libre.
Esta entrevista va de la reconciliación, el perdón y la memoria. Tópicos que son parte del universo editorial de Agüero Solórzano.
¿Qué es la reconciliación?
Empezaré por decirte qué no es la reconciliación. No es abuso de poder, no es imposición ni se funda en una mentira, y si haces eso generas justamente todo lo contrario: que nos enfrentemos, que se ahonden nuestras distancias, porque me estás ofendiendo otra vez. Hay familiares que siguen desaparecidos. Una inmensa cantidad de peruanos jamás obtendrá justicia. Cientos de miles que han sido torturados nunca siquiera lo denunciarán, igual que mujeres violadas. Pero había un efecto simbólico –quizá no era reparador, pero tenía algo de consuelo– en la sentencia a uno de los grandes responsables de estas violaciones de derechos humanos, que era Alberto Fujimori. Si les quitas eso, es como si los volvieras a ser víctimas. Una ofensa nueva sobre una herida dolorosa es todo, menos un esfuerzo de reconciliación. Lo que han hecho es traficar con una palabra y concepto valiosos.
Sin embargo, también existe este sentimiento: hay familiares de, por ejemplo, víctimas del senderismo que les parece bien el indulto a Fujimori porque es una forma de reivindicar a una persona que sienten que acabó con el terrorismo.
Hay tres cosas que tenemos que separar. Uno, el respeto y valorización de la experiencia de las personas que desde las fuerzas de seguridad del país enfrentaron el conflicto y la violencia política, que nadie ha tomado en cuenta. Los licenciados del Ejército, la gente que era conscripta, los reclutas, los oficiales, suboficiales y la gente de la policía nacional eran usados, una y otra vez, por las fuerzas políticas para convertirlos en héroes de la pacificación, pero no preocuparse de sus personas. Ahí hay un nuevo abuso. Incluso, ahora se puede ver en las últimas acciones en el Vraem, donde muere un comando, le ponen la bandera, le hacen homenajes. ¿Pero sabes lo que le pasa al día siguiente a la familia? De eso no se entera nadie. La familia empieza un largo proceso, muy triste, de reclamar por sus derechos, beneficios que les corresponden por ley, seguro, etc. Terminan haciendo juicios para que se cumpla con sus seguros de vida. Procesos que duran años. Nadie les ha preguntado a ellos. No se sienten representados en los juegos de la clase política.
¿También desde la izquierda no se ha oído esas voces de los familiares de miembros de las fuerzas de seguridad?
Claro. Es algo que yo he escrito. El movimiento de los derechos humanos se fundó sobre la base de la izquierda peruana, que le tomó un tiempo adaptarse a la democracia liberal. El enfoque para la defensa de derechos humanos estaba en los actos cometidos por las fuerzas de seguridad. En esa lógica les ha costado mucho tiempo y aprendizaje darse cuenta de que también tenían que ver la experiencia, la vida y el padecimiento de los que formaban parte de esas fuerzas. Por mucho tiempo el movimiento los vio solo como perpetradores de crímenes. Creo que ha llegado el momento de la madurez. Dudo mucho que el proyecto de vida de esas personas haya sido: ‘yo quiero ir a luchar en una zona de emergencia para torturar gente’.
Entonces, tratemos de definir reconciliación.
Y ahí vienen los otros dos puntos. Hay dos tipos de proceso, uno macropolítico y otro micropolítico. Sobre el primero, te voy a poner el caso de Colombia, donde hay dos fuerzas beligerantes (gobierno y las FARC) que deciden ponerse de acuerdo a través de un pacto negociado para generar una serie de condiciones de convivencia política y cese de hostilidades. Antes ya habían involucrado, incluso, a los grupos paramilitares. A eso los amigos colombianos le llaman un pacto de reconciliación. Es muy parecido a lo que están diciendo PPK, Fujimori, Meche Aráoz. Dicen: nos vamos a reconciliar porque nos estamos poniendo de acuerdo grandes actores políticos. En realidad, en estricto sentido, lo que han hecho en Colombia es un acuerdo político de convivencia. Eso no es reconciliación.
¿Pero no es un primer paso?
En el caso colombiano, salva vidas y genera procesos de posible encuentro, tejer redes, posibilidades de vivir mejor. Ahora, todo muy tenso. Sin embargo, al mismo tiempo hay procesos que sí son de reconciliación en Colombia, donde no son los actores políticos guiados por sus intereses, sino es la gente, las víctimas, la ciudadanía, en los barrios, que quieren dejar atrás lo pasado pero sin olvidar, porque tú no puedes olvidar que mataron a tu hermano. Olvidar, pasar la página son frases hechas. Es pura retórica para decirte, en el fondo, que podemos pasar por alto tu dolor y recuerdo, porque nos ayuda a otra cosa. En este caso, a PPK le ayuda a sobrevivir. En Colombia, las víctimas han generado y permitido, en procesos lentos, complejos, respetuosos, transparentes, espacios de encuentro con ex guerrilleros de las FARC, algunos que cometieron crímenes desde el Estado y paramilitares, para intentar de manera honesta y sin eludir responsabilidades, reconstruir los lazos. Por ejemplo, llego a tu pueblo y pido perdón, no me escabulló con palabras. Digo discúlpenme, no cometí errores sino crímenes. Si quieres podemos conversar. Eso es reconciliación. No puedes perdonar en nombre de otros. Cuando perdonan en nombre de otros la gente es reducida a nada, a espectadores de su propio calvario. Hay alguien que está usando sus temas, sus sentimientos, sus dolores para la negociación política. Hace pasar como un bien moral lo que es un simple acuerdo político, encima inmoral. La reconciliación no se puede fundar en la mentira, en el engaño, en la nula transparencia. Hay que generar espacios donde podamos expresarnos con libertad y acercarnos, pero no a través de la mediación de estos políticos, porque siempre nos van a usar para sus fines.
¿Y cómo se hacen realidad tales espacios?
Lo primero que tenemos que hacer, porque sí cuenta el escenario político, es ir generando cada vez un espacio mayor, simbólico, para que todos nos podamos expresar. En una red social no se puede, todo se vuelve injuria, agravio. Hay que detener la cadena de agravios y escuchar la experiencia del otro, aunque no me caiga bien. Hay que escuchar con respeto, no pidas reconciliación de inmediato.
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En una entrevista señalaste que parte del proceso de reconciliación es el uso del lenguaje. Por ejemplo, no llamar a un soldado “cachaco”.
El lenguaje puede ser no solo agraviante sino estigmatizante. Resumir toda la experiencia vital de alguien en una sola etiqueta no nos permite ver a la persona completa. Si digo milico, cachaco, gorila, tombo no estoy pensando en cómo se llama, cuánto gana, cuántas veces ha tenido que estar lejos de su familia, a quiénes extraña. Se está traficando con la reconciliación.
¿Los indultos no son parte de un proceso de reconciliación?
Podría serlo, pero no de esta manera.
¿Y un indulto a Fujimori pudo haber sido parte de un proceso de reconciliación o era un caso cerrado y él debió cumplir condena hasta el último de sus días?
La justicia es necesaria, repara, hace que te sientas que vales algo. Pero creo también que una justicia que no está acompañada por esfuerzos de tender puentes podría no tener efectos más grandes para el resto de la comunidad. Hay otras formas de justicia donde podemos ser más generosos. Pero eso no te lo puede imponer nadie. No creo que Fujimori, en efecto, debía morir en la cárcel. No creo que deba morir nadie en la cárcel. Esperar que los familiares sean más generosos es, en principio, que reconozcas sus derechos, que les des su espacio, que los repares bien, que los escuches. Y quizá sean generosos. La base de la reconciliación no es qué gano, sino qué pierdo, porque es un esfuerzo de entrega.
Fujimori pretendió pedir perdón desde la clínica. Y falló. ¿Cómo es el perdón?
La forma típica de pedir perdón es el reconocimiento de algo. El reconocimiento de un agravio u ofensa. Hay una absoluta conciencia: Yo sé lo que hice, no voy a esquivar esa conciencia y lo voy a poner sobre la mesa. Fujimori no pidió perdón, dio una opinión. No cometió errores, sino delitos. Quien participa de ese pacto tiene que dejar de defenderse.
Tenemos la reconciliación y el perdón. ¿Qué debemos entender por memoria?
PPK ha hecho un llamado a la amnesia colectiva. Ha planteado una opción por el olvido en contra de una acción por la memoria. En un país que tiene historia reciente de violación de los derechos humanos y dictadura, optar oficialmente por el olvido es infame. Les ha pedido a los jóvenes que no se indignen, no recuerden, que la memoria hace daño, genera atraso, que no nos permite luchar contra la pobreza.
¿Y qué sí permite la memoria?
Un poco de dignidad. La memoria en sí no es un bien. Va depender de qué preguntas les haces a la memoria. Si te llevan al pensamiento crítico o son preguntas cómodas que te ratifican en tu identidad. En el segundo caso, una memoria así no sirve para nada.
‘Los rendidos’, ‘Enemigo’, ‘Cuentos heridos’ y ahora ‘Persona’ parecen también estar escritos para tener por donde dejar respirar a las heridas.
Lamentablemente, no lo son. Posiblemente cumplen una función de catarsis sin que yo me lo proponga. Los entiendo como ejercicios políticos. Mis diferentes documentos los entiendo como esfuerzos de comunicación para contactarme con la subjetividad de los demás para en conjunto pensar el problema, entonces dejan de ser mis testimonios o problemas. Yo no quiero que sea mi problema, quiero que se trasladen las preguntas sin respuesta que tengo hacia el espacio público. Un libro en sí no me importa en lo más mínimo. Para mí vale si establece un diálogo, si forma parte de una conversación.
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