Johanna Contreras, quien tiene discapacidad visual, expone sus fotografías en la muestra 'Foco Interior'. (Fotos: Marco Ramón).
Johanna Contreras, quien tiene discapacidad visual, expone sus fotografías en la muestra 'Foco Interior'. (Fotos: Marco Ramón).

"Soy la única niña del mundo que no ve”, repetía tras sufrir el accidente en el que perdió la visión. Tenía 6 años. Pero a esa fragilidad le salía al frente su precoz madurez y no lloraba delante de sus padres. “Para ellos tengo que ser fuerte”, reflexionaba.

Terminó la primaria en un colegio para y la secundaria en uno regular, lo que representó tal vez uno de sus primeros retos. En el departamento de Psicología de la escuela le preguntaron: “¿Qué crees que no puedes hacer?”. “Nada, lo puedo todo”, respondió.

Quiso estudiar Derecho, pero no ingresó. Le propusieron entrar por entrevista, no aceptó. Quería hacerlo dando examen. En el colegio, a la psicóloga no le contaba nada porque la creía “chismosa”, sin saber que ese sería su destino. Hoy está a la espera de la fecha para la sustentación de su tesis y graduarse como psicóloga.

Pero no solo eso. Además de seguir talleres de actuación, en 2018 emprendió una nueva aventura: realizar fotografías. Logró retratar al presidente Martín Vizcarra, a Gastón Acurio y Jaime Bayly y sus imágenes –junto con las de otras personas con discapacidad visual– se exhiben en la muestra Foco Interior, iniciativa liderada por el fotógrafo Paul Vallejos. En el Icpna del Centro de Lima.

Un selfie con la persona retratada después de cada foto es su sello. Pero Johanna Contreras me dice que la última imagen que tiene de sí misma es de niña, con “ojos chiquitos, cachetitos y sonriendo”. Le respondí que básicamente no ha cambiado. Pero no le dije que sus ojos también son tiernos, que su cachetitos y su sonrisa tienen ese brillo de las personas que logran todo lo que se proponen y que sus palabras traen inteligencia y sabiduría.

Johanna Contreras
Johanna Contreras

¿Cómo te animaste por la fotografía?
Prácticamente desde antes de perder la visión ya tenía el gusto por las fotos. En mi casa habían estas cámaras de rollo. Veía cómo tomaban la foto y me gustaba el hecho de reunir a las personas para un retrato. Todos se ponen atentos y sonríen para ese momento. Me gustaba mirar el álbum de fotos, a mi familia reunida en una mesa, fotos mías en una fiesta infantil. Cuando perdí la visión pensé que ese momento no iba a volver a pasar.

¿Y en qué momento conectaste otra vez con la fotografía?
Cuando en mi celular descubrí un lector de pantalla que me dictaba las características: “Cara grande, cara pequeña”. Entonces, empecé a tomarme fotos a mí. Iba calculando las alturas, por lo general tomo muchas fotos, como 30, y las envío por WhatsApp a mi hermana y ella me dice cuál queda. A veces me dice que ninguna. Y vuelvo a tomar las fotos (risas).

¿Qué satisfacción te da lograr la imagen?
Que lo pude hacer. Me emociona mucho cuando yo puedo hacer algo sola. Por ejemplo, me emocioné cuando compré yo sola un pasaje de avión en Internet.

Cuando perdiste la visión, ¿qué más sentías que perdías?
No lo veía como tal. A los dos años me detectaron estrabismo y empecé un tratamiento con lentes. No funcionó y me pusieron un parche. Lo ponían en el ojo que veía bien para que trabaje el otro, que era el perezoso. Y a los seis años de edad, un 27 de julio, me golpeé la frente y se hinchó. Al día siguiente traté de ocultarlo, pero mi mamá se dio cuenta y cuando me preguntó qué veía, le dije: “Nada”. Fue la primera vez que escuché a mi papá llorar, me llevaron de emergencia. Pero no me podían operar, porque la empresa donde trabajaba mi papá debía. La doctora le dijo que la única solución era que el presidente del seguro, Luis Castañeda, lo apruebe. Lo buscamos y dio luz verde. Pero la operación no fue exitosa.

¿En qué momento tomaste conciencia de la discapacidad visual?
Antes del accidente, la profesora hizo una selección de alumnos. En una fila formó a las liebres, que eran los que hacían las tareas, contestaban rápido las preguntas; y en otra fila estuvieron las tortugas. Yo estaba en las liebres. Pero después del accidente, me mandaron a las tortugas. Eso me impacto más que perder la visión. Hoy veo sombras y guardo la esperanza de volver a ver, pero no por mí sino por mis papás, porque en la discapacidad quien más sufre es la familia.

Johanna Contreras
Johanna Contreras

¿Cuántas veces te han dicho que no puedes?
Desde que tenía 10 años. Me pusieron en un colegio regular y dijeron que no podía seguir ahí. En otro colegio también me dijeron que no. Cuando quise estudiar teatro, me pasó lo mismo en Iguana y luego en la Católica. En este último lugar, en principio, me aceptaron, pero ya en clase me dijeron: “No sé cómo te has podido matricular, no puedes tener la clase con nosotros”. Insistí, pero no sabían cómo enseñarme. Al final, pusieron como condición cómo me iría en la primera clase, pero toda la metodología era “mira esto, mira a tu compañera”.

No miramos a la discapacidad ni sabemos qué hacer con ella.
Totalmente. Pero llegué a entrar al teatro. Tengo tres años con Lucho Cáceres en Teatro Sin Vergüenza, formado con personas con discapacidad. Hemos hecho tres obras.

¿Cómo se relacionan la psicología, la actuación y la fotografía?
Actuar y tomar fotos me renueva. Y la psicología está en mí, en poder escuchar a los demás y estará siempre conmigo. En todo lo que realizo busco visibilizar que la persona con discapacidad no solo se puede dedicar a una o dos cosas. Puedo hacer lo que quiera, algunas veces con ayuda y otras sola. Todos necesitamos de todos. Y las personas con discapacidad también podemos ayudar a los demás.

En tu corta carrera tomando fotos ya llegaste a retratar al presidente Vizcarra, Jaime Bayly y Gastón Acurio.
¡Sí! Me dijeron que el presidente es alto. “¿Y ahora cómo me tomo el selfie?”, decía yo (risas). Pero me hizo sentir cómoda. Yo le pedía que mantenga la sonrisa. A Gastón quería hacerle la foto con algún utensilio de la cocina y así salió con la sartén. Le pedía que me hable para saber dónde estaba. Y con Jaime Bayly sí fue toda una aventura, porque quien le veía sus entrevistas no respondía y al final tuvimos que aventurarnos e ir a la Feria del Libro y ahí lograr hacerle la foto. Estuvimos detrás de varios contactos, insistimos y al final nos dieron dos minutos para tomarle la foto. Le pregunté si le podía tocar la cabeza y los hombros y él me respondió: “toca todo lo que quieras” (risas).

Otra de tus aventuras ha sido viajar como mochilera.
Me fui a Brasil con un grupo de amigas. Siempre veía en las películas al grupo de amigas que se iban de viaje y yo me preguntaba si alguna vez viviría eso. Compramos los pasajes con cuatro meses de anticipación, pero mis papás se enteraron dos semanas antes del viaje. Me fui por nueve días. Primera vez que salía de casa y sola. Dormimos en la estación de buses. Sin celular, no me comuniqué con mis padres. Fuimos a una discoteca y mis amigas y yo bebimos más de la cuenta (risas). Pasamos por todo.

¿Con qué imagen sueñas?
Con un futuro diferente para los niños con discapacidad. Que a los que quieran hacer algo no se les cierren las puertas. Necesitamos más personas que crean en cosas imposibles y que busquen de diferentes formas hacerlo posible.

Dejaste de ser tortuga para volver a ser liebre.
(Risas). Me siento liebre porque aprendo más, vivo cosas inimaginables y las seguiré viviendo.

Johanna Contreras
Johanna Contreras

AUTOFICHA:

“Nací en La Victoria. Me imagino que tengo barrio, porque uno se tiene que defender (risas). Tengo 28 años. Estudié Psicología en la U. Ricardo Palma. Mi tesis es sobre adultos mayores, que también son una población vulnerable. Me dijeron por qué no hice discapacidad, pero esta la visibilizo haciendo cosas”.

“En los talleres del Teatro Sin Vergüenza cumplimos 10 años y en agosto volvemos. Hacer la secundaria en un colegio regular me ayudó. Yo tengo una frase: la necesidad agudiza mi creatividad; entonces, cuando no se puede hacer algo, hay que buscar la forma de hacerlo”.

“Somos tres hermanos. Los dos mayores son un hombre y una mujer. Yo soy la menor. Mi papá tiene 65 años y mi mamá 55. Con los actos he ido demostrando a mi familia que puede confiar en mí. Yo también busco formas de cuidarme. Y ahora mi meta es seguir una maestría en el extranjero”.