Javier Ponce, autor de la novela 'El cine malo es mejor', que ahora será traducida al alemán. (Foto: Renzo Salazar).
Javier Ponce, autor de la novela 'El cine malo es mejor', que ahora será traducida al alemán. (Foto: Renzo Salazar).

Comenzó siendo cantante. Tramo de su vida que ha eliminado. Hoy quedan el psicólogo clínico, el cineasta y el escritor. Bajo esta última faceta publicó en 2018 (Testigo 13), bien recibido por la crítica literaria.

A través de una gorda, un extranjero, un homosexual, un negro y un enano, Javier Ponce Gambirazio (Lima, 1967) narra historias disparatadas (y divertidas) de discriminación y venganza. “Es una novela escrita pensando en personas que no suelen leer, con lenguaje audiovisual, pero sin abandonar el contenido”, explica.

Asegura que todo lo que ha hecho y todo lo que es va en contra de la idea de lo que debe ser un escritor. En la tapa de su libro evita poner sus credenciales de ley (obras publicadas), como se estila, y señala que si quieres saber más de él, “googlea”. Por lo pronto, pueden leer esta entrevista.

Psicólogo clínico, catedrático, cineasta, escritor. ¿Quién fuiste primero?
La literatura alimenta al cine, el cine a la literatura y la psicología alimenta un poco a todo. Comencé siendo cantante. Es una parte de mi vida que he eliminado. Componía mi propia música, que era como una fusión medio trova, rock. Por eso es que mi primer libro es de poesía, un poco las canciones sin la música. Y el segundo libro se llama La música que no escuchamos. Abandoné la música, pero se quedó un ritmo interno que funciona para la escritura. La tercera novela es sobre una cantante de ópera que abandona los escenarios.

¿Y ejerces la Psicología Clínica?
Sí, pero cada vez menos. Por tiempo.

¿Preferirías no ejercerla?
No sé qué va a pasar luego de esta novela, cuyo personaje principal es un psicólogo absolutamente siniestro.

Ni que lo lea alguno de tus pacientes.
Ya me ha sucedido (risas). Y claro, en la novela se revela una serie de cosas de mi vida personal con un personaje que también se llama Javier, que es gay y se somete a una de las terapias de ese psicólogo demente.

El cine malo es mejor
El cine malo es mejor

¿El escritor llega a ser una suerte de psicólogo?
La psicología es una disciplina muy extraña, porque el que solo sabe de psicología, no sabe nada. El paciente te come si tú no tienes referencias de cine, literatura, televisión.

Tengo la impresión de que en muchas facultades de Psicología del país no hay esa visión.
Yo he sido profesor durante 15 años en la Facultad de Psicología de Cayetano Heredia y siempre mi discurso era ese. Hay que leer, hay que ir al cine, al que ir al teatro, hacer mil cosas. Todos los productos culturales están muy teñidos del comportamiento humano, de la visión del ser humano que tiene sobre sí mismo. Y son a través de esos contenidos que puedes leer a la gente: qué le interesa, qué le afecta, cuál es su imaginario. Uno construye sus propias torpezas por cosas que ha visto en la televisión.

¿Hoy las redes sociales influyen más que la TV?
Sí. Como todos los inventos, las redes sociales pueden ser bien y mal utilizadas. Es un arma de doble filo.

Ciertas élites califican a las redes sociales de pared de baño para abajo.
Como dice ‘Harry el sucio’, las opiniones son como los culos: todo el mundo tiene uno. Eso no quiere decir que todos son bonitos o valiosos. No hay que asustarse por lo que aparezca en las redes sociales. Pero sí, hay una adicción por los likes, por buscar aceptación y hay mucha frustración.

¿Te ha tocado tratar a alguien con algún mal fruto de las redes sociales?
Sí. Sobre todo porque creen que es más importante lo que aparece en las redes sociales. Tienen la sensación de que eso que ven publicado es cierto, cuando no lo es. Yo puedo subir una foto de las vacaciones o el rico plato que me estoy comiendo, pero eso no quiere decir que las 24 horas sean así de maravillosas. Solo subo lo bueno para dar la impresión de que mi vida es mejor de lo que es. En mi caso, uso las redes sociales como un mecanismo de comunicación de mi trabajo. No verás en ninguna de mis redes una foto de mi vida personal ni de lo que como. La gente hace alarde de lo que no tiene. Quizá carezco de trabajo, por eso publico mi trabajo (risas).

En ‘El cine malo es mejor’ hay diálogos disparatados, exagerados, crudos que rozan hasta lo fantástico. Y el escritor Alonso Cueto ha dicho que es un libro con los pies bien puestos sobre la tierra. ¿Cuál era tu pretensión con el libro?
Mi intención real fue recuperar las ganas de escribir. Mi novela anterior estuvo bastante tiempo buscando editorial, un proceso largo que me fue quitando las ganas de escribir. Esta novela la escribí sin pensar que iba a ser publicada. La hice por joder. Un acto placentero y privado. Es el resultado de lanzarme a la piscina sin miramientos. Para mí era solo el ejercicio de contar una película.

¿Esos personajes nacen en tu consultorio o porque has sido víctima de discriminación?
No me gusta la palabra víctima. He experimentado la discriminación por el hecho de ser gay y creo que todas las discriminaciones se parecen. Nacen del hecho de que alguien quiere inventarse una ventaja sobre ti para no competir en igualdad de condiciones. Es una actitud deshonesta. En las cinco discriminaciones del libro: orientación sexual, racial, por el hecho de ser mujer y gorda, hacia el extranjero y el enano, me parecía divertido que estos personajes también generarán en el lector un conflicto. Porque más allá de que hayan sido víctimas, son seres siniestros, que también ejercen una maldad, porque se vengan de una manera inadecuada.

Muchas veces los discriminados se vuelven peores que los discriminadores.
Contra eso también escribo. Los que protegen a los animales, pero que luego son capaces de decir: “qué se muera el torero”. Hay una necesidad de volverte superior al otro, incluso dentro de los grupos discriminados. Entre cholos se cholean, entre negros se negrean.

¿Por qué somos así?
Por otro lado, también está el odio al distinto, que es una cosa animal. Y todo esto alimentado por la religión. La religión católica es esencialmente racista, discriminadora y machista. El machismo es aún peor: le pego a mí esposa porque ha herido mi autoestima, ha herido mi vergüenza. El ser humillado es poderoso. Una amiga prostituta trans, en Europa, me contaba que lo primero que aprenden es a no meterse con los islámicos, porque se meten con ellas y después las matan, por vergüenza, para que nadie sepa lo que han hecho. La idea de la vergüenza es bien poderosa. Por vergüenza matas al otro. En el colegio me pasaba que públicamente mis amigos me insultaban y me despreciaban para que los demás no vieran que eran amigos de un cabro. Cuando estaban en un círculo íntimo, me trataban muy bien, porque ya no era un peligro. Hay que decirle al niño que será hombre haga lo que haga, que no necesita meterse con cuatro prostitutas o agarrase a golpes con la gente ni pegarle al cabro. Y la niña tampoco necesita vestirse de rosado ni maquillarse para ser mujer. ¡Relájense!

Foto: Renzo Salazar.
Foto: Renzo Salazar.

También retratas los absurdos del mundo del arte y del cine.
El día de la presentación del libro, el crítico de cine Ricardo Bedoya me preguntó si me gusta el cine malo. Le respondí que sí y que encuentro mucho arte detrás de ese cine. Pero también me preguntó si me gustaba la literatura mala. Le respondí que no, es indigerible. El cine malo tiene algo de divertido. Me encanta el cine malo que tiene pretensiones de ser bueno. Cuando pretende ser elegante y cae en el mal gusto, ahí es divertido.

Más allá de la historia misma, ¿el arte, la portada del libro están hechos con premeditación para besar la estética de lo sencillo, artesanal, espontáneo?
No hay nada improvisado. Es un libro que puede ser leído por gente que no lee, que no tiene la costumbre de leer. Se cuenta una película de bajo presupuesto, de serie B; por lo tanto, la carátula tenía que ser el afiche de una película. Y tenía que ser dirigido a gente joven.

¿Y has encontrado lectores que se han iniciado con el libro?
Ha habido mucha gente que me ha dicho que es su primer libro que leen y que les ha encantado. Es una novela para jóvenes, para que les abra la cabeza y no creerse todo lo que escuchan por ahí, sino estar en una actitud crítica de pensamiento. Y es una novela para adultos, porque hay que bombardear todos los cimientos para poder reestructurarnos y entrar en una visión distinta del mundo.

En una entrevista pasada señalaste que el libro es algo así como “explotarlo todo”.
Porque la corrección política nos ha arrinconado a creer que tenemos que hablar de una manera y comportarnos de otra manera. La corrección política ha seguido avanzando hasta arrinconarnos a las personas que incluso hacemos ficción y a no dejarnos escribir, censurando textos. ¿En qué vamos a terminar? Arrinconados chupando un limón. Igual que todo este fundamentalismo con la comida, con los animales. La novela es un poco váyanse todos a la mierda.

¿Por qué te hiciste psicólogo?
Por descarte.

¿Cuáles fueron las opciones?
Primero estudié abogacía. Me pareció horrible, porque el Derecho era en realidad casi una subasta. Los juzgados eran casi como “quién da más”. Luego me pasé a Literatura porque me gustaba escribir. Pero todo era orientado a ser profesor de literatura o crítico literario. Luego estudié Comunicaciones, pero era… (se queda en silencio y piensa).

Todo y nada.
Sí. Era un poco ‘qué estoy haciendo acá’, no era necesario, porque además trabajaba en publicidad. Caí en Psicología porque había que estudiar algo. Pero también me permitía ayudar a gente que había pasado alguna situación terrible y no veía luz ni salida por haber estado dentro de la marginalidad gay. He llegado a la Psicología casi como un Frankenstein académico, juntando las partes de las carreras anteriores.

Me comentas que como documentalista y psicólogo eres una persona seria. ¿Escribir literatura es tu válvula de escape?
Como escritor me puedo dar el lujo de ser un maricón que escribe para gente que no lee (risas).