Irma del Águila explica que ver es el acto físico, mientras que mirar es un proceso cultural y en el Perú hay una pluralidad de miradas. (Foto: José Rojas)
Irma del Águila explica que ver es el acto físico, mientras que mirar es un proceso cultural y en el Perú hay una pluralidad de miradas. (Foto: José Rojas)

Para Irma del Águila, la relación entre la sociología y la escritura tiene que ver con la mirada sobre la realidad. Ella explica que ver es un acto físico, mientras que mirar es un proceso cultural. Sus ojos estuvieron puestos en Haití durante cuatro años, adonde llegó por primera vez como parte de una misión conjunta de la OEA y la ONU.

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Esa experiencia fue muy intensa, pues se instaló fuera de la capital haitiana, en poblaciones aledañas donde tuvo que aprender a hablar el kreyòl, una lengua heredada de la cultura africana que tiene una predominante influencia en el país. La mayoría de personas con las que Irma trabajó eran analfabetos y contaban lo que habían atravesado como un relato atropellado y circular. “El trauma y el dolor siempre estaba en tiempo presente”, recuerda Del Águila.

Esas formas de narrar, de alguna manera, influyeron en su prosa cuando empezó a escribir. De hecho, su primera novela está ambientada en Haití y recrea la intervención militar norteamericana que precedió a la ocupación del país por parte de las Naciones Unidas. Pero el momento clave en el que la socióloga decidió escribir de manera más seria fue mientras vivía en Cusco.

Renunció a su trabajo, volvió a Lima y se abocó a la literatura. La publicación más reciente de su obra ha sido El hombre que hablaba del cielo, ganadora del III Premio de novela breve de la Cámara Peruana del Libro. Ahí cuenta una parte de la historia del Perú del siglo XVII, cuando Lima estaba asediada por piratas y corsarios. El miedo había invadido a los ciudadanos y, en un combate en el mar de Cañete, un piloto perulero cae prisionero de corsarios holandeses. Del Águila nos habla de las invenciones y los temores que nos acompañan como ahora en los tiempos del coronavirus, pero hace unos cuatrocientos años.

¿Qué experiencias recuerda de su trabajo en Haití?

Tuve ocasión de asistir a una ceremonia vudú en homenaje al barón Samedí, el espíritu de los cementerios. La gente va tomando una especie de ron, hecho con caña de azúcar y perfumado con especies; bailan alrededor de un sacerdote del vudú y un bastón ceremonial de forma fálica. Las mujeres van entrando en éxtasis y durante el clímax del rito, el sacerdote adquiere la voz del barón Samedí, que es un sujeto parecido al dios de la guerra. Son otros referentes culturales. Fue una experiencia muy rica para aceptar que hay otros principios de realidad.

En su experiencia como veedora en Colombia, ¿cree que existe algún punto de comparación con el Perú respecto a los tiempos violentos?

Después del proceso del acuerdo de paz hubo brotes de violencia significativos contra líderes sociales, representantes indígenas. Con ello se constata que un acuerdo de paz no necesariamente trae la paz de manera inmediata, sobre todo cuando hubo un periodo tan extenso en de enfrentamiento entre el Estado e insurgentes. El deponer las armas significa también un vacío de poder en gran parte del territorio, que está siendo cubierto por paramilitares, el narcotráfico, la guerrilla disidente. Es muy difícil imponer la paz. Se necesita de muchos consensos.

En el siglo XVII, los corsarios holandeses llegaron a las costas de Lima y se enfrentaron a los españoles en un combate que dejó 500 muertos. (Foto: José Rojas)
En el siglo XVII, los corsarios holandeses llegaron a las costas de Lima y se enfrentaron a los españoles en un combate que dejó 500 muertos. (Foto: José Rojas)

¿Cómo esa mirada desde el punto sociológico se trasvasa hacia su literatura?

Una cosa es ver con los ojos y otra cosa es el fenómeno social de mirar. Puede haber distintas miradas culturales y eso es lo que a mí me fascina, sobre todo por la diversidad de nuestro país. Yo suelo contar un ejemplo histórico.

¿Cuál?

Cuando el Inca Garcilaso de la Vega tenía 19 años decidió viajar a España. En su último día en Cusco se despide de su tío, el jefe de la panaca. Por la noche, el tío le muestra el cielo quechua. Los campesinos podían distinguir siluetas que, según decían, eran más negras que el carbón, y veían figuras de una culebra, un sapo, una llama; pero lo que distinguía Garcilaso eran los puntos luminosos. Él escribe en Los comentarios reales que se esfuerza por ver en ese cielo las figuras que le muestra su tío, pero no puede. Concluye que no los supo ver, por no saberlos imaginar. Él se da cuenta que el mestizaje es ganar y es perder cosas.

¿A qué le llevó esa reflexión?

Creo que esa reflexión debe ser tomada en serio en la educación que recibimos los peruanos en un país tan diverso como el nuestro, porque hay una pluralidad de miradas. Unas están relegadas y otras están en primer plano.

Irma del Águila es socióloga y escritora, ha sido observadora electoral y de derechos humanos en países como Colombia y Haití. (Foto: José Rojas)
Irma del Águila es socióloga y escritora, ha sido observadora electoral y de derechos humanos en países como Colombia y Haití. (Foto: José Rojas)

En su novela más reciente habla de una Lima llena de miedo. ¿Qué tanto arrastramos de ese trauma?

El año 1615 es conocido y desconocido al mismo tiempo. La llegada de un corsario holandés causó pánico en la ciudad de Lima. Hubo arrebatos de mujeres que caminaban por las calles y decían haber tenido raptos místicos con la Virgen o Jesús. Lo que se desconoce es el combate de Cañete, donde mueren más de 500 personas. Es el desastre marítimo más grande del país. Con la derrota, el sentimiento de desprotección se convirtió en pánico. Podemos volver este relato contemporáneo por el sentimiento de indefensión, de estar a merced de fuerzas superiores.

En el relato, hay una relación entre dos enemigos. ¿Cómo puede ocurrir esto?

Hay un acercamiento entre dos personas en un plano más amical e íntimo, a pesar de que en el plano político –por ser uno español y otro holandés– deberían tener resentimiento y ser enemigos naturales. A mí me interesaba explorar una relación de amistad entre ellos.

La escritora Irma del Águila sostiene una réplica de uno de los primeros telescopios usados por los corsarios holandeses. (Foto: José Rojas)
La escritora Irma del Águila sostiene una réplica de uno de los primeros telescopios usados por los corsarios holandeses. (Foto: José Rojas)

¿Qué representa el telescopio en la historia?

El telescopio es un pretexto para que se pueda discutir sobre la tierra y el cielo. El holandés que tiene ya las ideas del sistema heliocéntrico versus la concepción de Ptolomeo que tiene el mundo católico. El telescopio es una amenaza. Si algo causaba tranquilidad en esa época era la seguridad de la otra vida, pero cuando se caen estas concepciones, la gente se tiene que confrontar frente al vacío. Por eso hubo una gran resistencia por parte de España.

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