Hilda Fainzilber es hija de dos sobrevivientes. Su madre estuvo en los campos de concentración nazis y su padre en la Siberia de la revolución soviética. Víctimas de dos momentos cruciales de la historia de la humanidad.

En casa no se hablaba del tema. En el escritorio de su papá había un cajón que nadie abría. De traviesa, ella lo hizo. Halló fotografías de sobrevivientes que los aliados tomaron al final de la guerra en los campos de concentración. Cuerpos con los huesos empujando la piel, rostros con ojos hundidos, sobrevivientes que apenas podían sostenerse de pie. Era niña y tuvo miedo frente a esas escenas de terror, pero también fueron las primeras luces de algo grave que habían vivido el mundo y su madre.

Sus padres se conocieron en Brasil, donde Hilda nació. Pero el sentimiento sionista y su historia judía la llevaron a Israel. Estamos en Jerusalén, en el Museo del Holocausto, donde ella es guía. Ingresamos al recinto, que tiene una suerte de forma triangular. Por dentro no hay ventanas, es como entrar a un subterráneo, un túnel, por donde se va en zigzag a cada habitación. Hay registros fotográficos, en videos, información histórica, testimonios y objetos recuperados de una guerra en la que murieron seis millones de personas.

Su voz se quiebra, sus palabras se ahogan mientras vamos recorriendo entre paredes de concreto expuesto. Se siente frío, cada historia es más estremecedora que otra. “Es importante entender qué pasó. Es necesario hablar. Es mi misión”, repite en varias oportunidades durante el trayecto que termina en una enorme ventana, tan grande como un muro, desde donde se ven los campos de Jerusalén. Un camino que nos lleva de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida.

Hilda Fainzilber
Hilda Fainzilber

-¿Se siente una sobreviviente?
(Guarda silencio unos segundos). De alguna manera sí. Siento lo que vivieron mis padres. Por ejemplo, cuando veo a un alemán, me siento un poco incómoda, y muchas manías más que tenía mi mamá. En Israel a los hijos de los sobrevivientes se les llama la segunda generación para entender que también, de alguna manera, son sobrevivientes.

-¿Cuánto tiempo estuvo su madre en un campo de concentración?
Estuvo en varios campos. Terminó la guerra en Dachau. Estuvo en guetos y trabajó en fábricas para los nazis. Pasó por todo, desde el 41 hasta el 45, que terminó la guerra. Era de una ciudad de Polonia cerca de Varsovia, que es adonde llegaron los alemanes.

-Ella perdió un esposo y un hijo.
El esposo se murió en la guerra y el hijo falleció en medio de una gripa. Pero los niños eran las primeras víctimas en el Holocausto, porque eran improductivos para los nazis. Su esposo sí falleció en un campo de concentración.

-Tras la guerra, su madre guardó silencio. ¿Por qué lo hizo?
En esa época nadie quería hablar de este tema. Cuando una persona recuerda algo tan doloroso, de alguna manera, lo vuelve a vivir. Recordar era muy delicado.

-¿Ella logró recuperarse?
No, lo tenía presente. Era una mujer muy nerviosa, muchas veces se deprimía, tomaba medicinas.

-¿Cuál fue el episodio que la llevó a indagar en su historia, pese al silencio de su madre?
Como mi mamá no hablaba, fui al Museo del Holocausto en Israel. Hice un curso. Cuando toda la gente del curso se iba a pasear, yo me quedaba en el museo a investigar sobre mi madre. Yo ya era casada, con hijos y tendría unos 30 años. En esa época no había computadoras, tenía que buscar en los microfilmes. Los nazis dejaron manualmente nombre por nombre. Después de muchas horas, pude armar el recorrido de mi mamá. Ahí decidí que debía hacer lo que ella no pudo hacer: contar lo que pasó.

-¿No es como vivir siempre con el dolor a lado?
No lo es. Gracias a Dios, tuve la suerte de venir a vivir a Jerusalén. Cuando salgo del museo vivo mi vida de madre, esposa y abuelita, que es algo maravilloso.

-¿Por qué es importante no olvidar?
En honor a todas las personas que vivieron el Holocausto. No olvidar, de alguna manera, es un homenaje a toda esta gente que ya no está. No olvidar es ayudar a que esto no vuelva a suceder.

-Que no es lo mismo que vivir siempre con rencor y el deseo de venganza, ¿no?
Definitivamente que no. No olvidar es por la gente que perdiste. Es una forma de mantenerlos vivos. La venganza fue haber podido sobrevivir, haber podido construir este país y una familia.

-En el otro extremo, su padre estuvo en la Siberia.
Él era de Polonia, pero era un hombre rebelde. Se hizo comunista y como tal se fue a la Unión Soviética. Trabajó ahí. Cuando empezó la guerra comenzaron los problemas. Los soviéticos también eran antisemitas y lo mandaron a Siberia. Aunque ellos decían que mi papá era espía nazi. Estuvo ahí como 10 años.

-¿Hemos superado los discursos de odio?
Así debería ser.

-Usted vive en un país que está en guerra.
Guerra de sobrevivencia, es como decir que este es nuestro lugar. Es defender lo que tenemos.

-¿El mundo realmente ha entendido lo que fue el Holocausto?
Cuando salen del museo, luego de visitarlo, creo que sí terminan entendiéndolo y se hacen más empáticos con los judíos. Hitler quería desaparecer a los judíos, pero aquí estamos.

-¿Qué le diría a su madre si pudiera volver a verla?
Que me hace falta, que venga a hablar conmigo. Le diría que la entiendo mucho más. Y que estoy orgullosa de ella.

-¿Y a su padre?
Él falleció hace tres años. Fue una persona muy fuerte, admirable, siempre estaba contento. Hace tanta falta también. Creo que por eso los recordamos, para que estén cerca.

AUTOFICHA

“Nací en Sao Paulo, pero apenas he vuelto una vez. Regresé con mis hijos para que vieran de dónde venía su mamá. Y nunca más volví. Nací en 1953, tengo 65 años de edad. En diciembre cumpliré años. Tengo tres hijos y 15 nietos. Mis sueños hoy se van a mis nietos, verlos crecer para bailar en sus bodas”.

“Empecé estudiando matemática en Israel, luego me fui a México, di clases y estudié Pedagogía. Me especialicé en historia judía y cuando volví a Israel, tuve la suerte de que me aceptaran como guía del Museo del Holocausto. Ser guía no es estudiar un curso y ya”.

“Recientemente tuve que hacer la guía al presidente del Brasil, Jair Bolsonaro. Se portó muy bien. En el museo ya llevo 15 años, desde que llegué a Israel. Me dedico solo a eso y a mi familia. He pensado en escribir un libro sobre la historia de mi familia, pero todavía no encuentro el tiempo”.

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