“Durante un año y medio trabajé en una fábrica en Japón, ensamblaba piezas. Me di cuenta de que uno no puede vivir sin lo que le apasiona”, dice Gisella Giurfa (Piko Tamashiro/Perú21).
“Durante un año y medio trabajé en una fábrica en Japón, ensamblaba piezas. Me di cuenta de que uno no puede vivir sin lo que le apasiona”, dice Gisella Giurfa (Piko Tamashiro/Perú21).

Su primer instrumento fueron las ollas y escobas de la casa. Tenía dos años. Luego vino el cajón y, a los 13, entró al Conservatorio. Cuenta la leyenda que estaba tocando la batería en su casa y un grupo de chicos que buscaba baterista llamó a su puerta. Salió el hermano mayor, ataviado de tatuajes, y asumieron que él era y le propusieron que toque con ellos. Pero les explicó que se trataba de su hermana de 14 años. Signo de la concepción que se tiene de quien puede estar detrás de una batería, pero que Gisella Giurfa contradice con puro talento. 

Es una de las mejores percusionistas del país. Toca con Gian Marco y Kanaku y El Tigre, además de haber compartido escenario con Susana Baca. Y desde este jueves, será una de las figuras del Festival Internacional de Cajón y Percusión Rafael Santa Cruz

Gisella es callada y a veces le cuesta expresar en palabras sus emociones. Pero se sienta detrás de la batería, cierra los ojos y sabremos lo que nos quiere decir.

¿Por qué elegiste la percusión?
El primer contacto con la música que tenemos es la percusión, porque lo primero que escuchamos son los latidos del corazón de nuestra madre. Además, los tambores son una antigua forma de comunicación. Me encanta poder decir algo sin palabras ni melodías, sino con ritmo. Me libera.

¿Pero en quién o qué te reflejaste para elegir ese camino?
Crecí con mi mamá y mi hermano. Y ella me cuenta que siempre tocaba el cajón estando embarazada de mí. Mi papá es pianista, aunque no se dedica a la música. Mi mamá toca cucharas también, es brava (risas). Además, ella bailaba. Recuerdo que yo la acompañaba a sus clases de marinera, música latina, andina. Le hubiera encantado ser bailarina.

La hija vengó a los padres frente al destino.
Yo creo que ella no quiso repetir la experiencia que vivió, de no poder ser lo que tanto habría querido, y por eso me apoyó en mi decisión.

Entraste al Conservatorio y te fuiste al Japón. ¿Por qué?
Hice cinco años del Conservatorio, que fueron bastante duros porque estaba a la vez en el colegio. Y cuando fui a Japón, durante un año y medio trabajé en una fábrica de carros, ensamblaba piezas. Tenía casi 18 años. Trabajaba de 8 a.m. a 11 p.m. Fue duro y me sentía muy frustrada. Me di cuenta de que uno no puede vivir sin lo que le apasiona, no se puede vivir con el corazón vacío.

“El cajón es humilde y sencillo y, al mismo tiempo, tiene tanta historia. Es un instrumento de resistencia y liberación. Nos representa como país”, declara la percusionista.
“El cajón es humilde y sencillo y, al mismo tiempo, tiene tanta historia. Es un instrumento de resistencia y liberación. Nos representa como país”, declara la percusionista.

¿No te fijaste algún propósito mientras tanto?
Pensaba trabajar hasta cierto momento y volver. Me fui a Japón porque quería estar sola y lejos. Conocí músicos japoneses y poco a poco empecé a tener trabajo en música y me salí de la fábrica. Llegué a tocar en siete bandas y a enseñar en tres escuelas. Tocaba de miércoles a domingo. Gracias a la música empecé a creer en mí. Me quedé diez años en Japón.

¿Qué te enseñó Japón?
Me enseñó a ser responsable, puntual, a que muchas veces el respeto es más importante que otras cosas.

A tu regreso, ¿te fue difícil ser baterista en Lima?
En la primera semana en Lima, ya me quería volver a Japón. Volví a Perú porque quería sacarme el clavo de si acá podía hacer lo mismo que hacía en Japón. Llegué y no tenía trabajo. Otra vez me sentí frustrada.

Una forma simbólica de volver a la fábrica.
Lo primero que hice fue hacerme tarjetas personales. Iba a los conciertos, pagaba mi entrada y al final me acercaba a los músicos y les entregaba mi tarjeta. Me llamaron para tocar en el Jirón de la Unión, en una tienda de zapatos. Me decían: ‘¿Qué haces tocando ahí si tú vienes de Japón?’. Pero no importa. Nunca sabes quién te está mirando, nunca sabes quién te va a escuchar. La música es un lenguaje y es una forma de transmitir lo que siento, no importa dónde la hagas, no importa si hay una o 20 mil personas.

¿Sentiste la desconfianza de ser música?
Cuando tocaba en la tienda de zapatos, la clásica es ‘mira, es una chica la de la batería’. Como algo raro. No se le da mucha credibilidad a la mujer en las artes. En este país no se confía en que las mujeres pueden hacer cosas grandes artísticamente hablando.

Y la batería está más asociada a lo masculino.
Parece no tan femenina por la forma que la tocas, porque te tienes que abrir de piernas y la sociedad dice que las mujeres no se pueden sentar con las piernas abiertas, que no es femenino. Y tienes que tocar a veces fuerte, y la mujer es “el sexo débil”.

"Gracias a la música empecé a creer en mí", declara Gisella Giurfa (Piko Tamashiro/Perú21).
"Gracias a la música empecé a creer en mí", declara Gisella Giurfa (Piko Tamashiro/Perú21).

¿Cuán internalizado está ello en la mujer?
A veces he sentido que tengo que hacerlo súper bien para lograr aprobación. Te sientas a tocar con la idea de si ‘llenaré la expectativa de la gente’, ‘me tomarán en serio’, ‘cumpliré con lo que están esperando escuchar’.

¿Qué te enseña la batería?
Que no existen barreras de género. Las mujeres podemos hacer las cosas igual que los hombres. Me ha enseñado a liberar, a expresar quién realmente soy, me conecto conmigo misma y sacar lo que tengo dentro de mí, pero en su forma más natural.

¿Y quién realmente eres?
Cuando estoy tocando la batería. Esto de cerrar los ojos y conectarme. Si fue un día difícil, poder decirlo igual con mi instrumento. No soy fácil de hablar y decir ‘me siento triste o feliz’. Siempre he sido muy callada, la batería es una forma de abrirme como soy. Y que alguien me diga ‘he sentido lo que has querido decir’ es lo máximo, porque se cumple la finalidad que la música es un lenguaje.

Ahora alistas un disco.
Estoy grabando un disco como baterista solista. Es mi visión de la música desde mi perspectiva como baterista. Primero compongo las melodías y algunas letras, y luego pienso en el ritmo. Hay invitados. Voy a lanzar tres singles en las próximas semanas.

Y desde este jueves estarás en el festival de cajón. ¿Por qué es tan especial el cajón?
Es un instrumento tan humilde y sencillo y al mismo tiempo tiene tanta historia. Es un instrumento de resistencia y liberación. El cajón nos representa como país.

¿Enseñaste cajón en Japón?
Sí, todos pensaban que el cajón era español. No sabían la historia de que Paco de Lucía introdujo el cajón en el flamenco, tras lo cual dio la vuelta al mundo.

Valió la pena irte a Japón.
Al comienzo fue como tirarte a la piscina sin saber si hay agua. Pero me falta mucho más por hacer.

¿Qué figura en esa lista?
Ayudar a que más mujeres puedan confiar en que lo hacen bien, a que las niñas encuentren su propia voz, que se acepten y que sean libres mediante la música.

Cajón
Cajón

AUTOFICHA:
“Nací en Lima. Tengo 30 años. Estudié con profesores como César Lescano, Alex Sarrín, Marco Oliveros. He estudiado con Nicky Marrero, el timbalero de la Fania, en Nueva York, entre otros. En Japón he tocado son cubano, folclore andino, rock, latin pop, cumbia, salsa, bachata, new metal”.

- “En Lima toco con Kanaku y El Tigre, he tocado con Danitse Palomino, he grabado con Alejandro y María Laura. También con Susana Baca he compartido escenario. Toco con Gian Marco. Además, soy profesora de la UPC, donde enseño batería, en la carrera de Música”.

- “Soy cofundadora de Warmi Rock Camp, organización sin fines de lucro que combina la educación musical y los talleres de empoderamiento. Tengo un disco con Omar Rojas (bajista): In/Out. Me gusta el soul, Amy Winehouse, Joss Stone, Jaco Pastorius, Bach, las bateristas Sheila E. y Cindy Blackman”.