Gianfranco Brero saluda como si te conociera de siempre, con respeto y mucho cariño. Estudió ingeniería, pero luego siguió cursos de letras en la PUCP y literatura en San Marcos. Uno de sus primeros trabajos fue ser editor de libros. Después, y gracias a la influencia directa de sus padres (los actores Aldo y Élide), decidió actuar. Primero en el teatro, después en la televisión y más adelante en el cine.

¿Cómo llega a los 70 años?

Bien, vital, con trabajo, actuando eventualmente. Cuando vas envejeciendo te das cuenta que las marcas y los valores que te trasmite el hogar salen a flote. Tuve unos padres alucinantes, me dieron muchísima libertad. No me impusieron nada. Me tocó desarrollarme en una sociedad ultra conservadora. Agradezco que me permitieran pensar a mi manera.

¿Y cuánto ha aprendido?

Bastantes. Son muchos elementos importantes que he ido sumando a mi vida. Tener una familia, viajar, ser profesor, trabajar en teatro, hacer televisión y cine. Momentos importantes como estar en el Festival de San Sebastián, tener un programa propio. En fin. Buena parte de mi vida ha sido decirle que sí a las buenas oportunidades que se presentaron y tratar de llevarlas de la mejor manera posible. He tenido mucha suerte.

Tu ingreso a la TV se dio con la comedia ‘Los Pérez Gil’, ¿por qué duró tan poco?

Fue la primera sitcom que se hizo en Perú. Para la época, el formato era aún complicado de procesar, tanto para el público como para los realizadores. Te soy honesto, yo no quería trabajar en televisión por los prejuicios que tenía. Pero ahí es donde me di cuenta que era clave aprovechar las oportunidades. Y me divertí. Además, conocí a una persona tan maravillosa como Regina Alcóver, con quien aprendí a afrontar diferentes retos que te propone un formato como la TV. En efecto, solo fueron 21 programas. Recuerdo que un día llegué al canal listo para grabar. Entré al estudio y solo vi al chico que hacía la limpieza. Le pregunté qué había pasado con la escenografía y me dijo¿qué?, ¿no te enteraste? ya no va más el programa’. Así fue el final.

Otro momento importante en TV fue ‘3G’. ¿Cómo tuvo éxito?

Es curioso porque pasamos casi un año sin ningún anunciante. Pero el objetivo que tenía, tanto la producción como nosotros, era distinto: brindar una alternativa a lo que la televisión de señal abierta pasaba. Era un programa de conversación, sin llegar a conclusiones. Los temas eran abiertos. Digamos que el concepto de este espacio era la base de lo que hoy conocemos como los famosos podcasts, que son el futuro. Eventualmente, la televisión, como la vemos ahora, va a morir. Hay que buscar otros formatos para difundir y que los anunciantes puedan sobrevivir.

El personaje de Saúl Faúndez en ‘Tinta Roja’ marcó tu carrera. ¿Fue complejo crearlo?

Yo no iba a hacerlo. Poco antes del rodaje, el actor que tenía la propuesta terminó por rechazarla. ‘Pancho’ me llama y me lo ofrece, pero lo dudé un poco porque tenía que ser un tipo con esquina, criollo, bohemio, el cual no soy yo. Me comuniqué con periodistas. Le di forma a su personalidad con detalles como el cigarro, llevar la delantera. Fue el personaje que mayores satisfacciones me ha traído. Fuera de que fui premiado, viajar al Festival de San Sebastián fue la mejor experiencia de mi vida. Me gusta hacer cine, pero es episódico. El año pasado rodé cinco películas, las cuales no han sido estrenadas aún por diferentes motivos.

Llevas 34 años como coach en comunicación interpersonal.

La enseñanza se ha vuelto el centro de mi vida laboral. Lo hago con total amor y dedicación. Siento que he ayudado a muchas personas a transformarse. Justamente la educación tiene esa maravilla de contribuir en buscar un cambio para otros, desde cualquier arista que la veas. Cuando enseñas, logras que la gente mire la vida de otra manera. Ese cambio que se produce no tiene precio. Recordemos que cada persona es un mundo particular. El detalle es adecuarse a cada uno para buscar la enseñanza.

¿De qué está agradecido?

De todo. Tengo alegría, salud, trabajo. No tengo millonadas. Pero no puedo ser ajeno a la realidad. Cada vez que veo esta clase de corrupción me asqueo. Yo sí creo en los políticos, pero no en los que tenemos ahora. Es necesaria una visión de transformar y revolucionar por completo los objetivos.

Hace poco perdió a su madre, la primera actriz Élide Brero. ¿Cuánta falta le hace?

Siempre está conmigo. La ‘viejita’ era un personaje. Una mujer muy activa y conectada. Tenía un sentido del deber. Comenzó a hacer teatro a los 40 años. Imagina esa vida. Daba todo. Mamá trascendió las barreras de su presencia, pero a sus casi 99 años le tocó dar el paso.

¿Cuáles son las deudas pendientes que tienes?

De ser posible, me gustaría limpiar las cosas malas que hice, que quedaron sin resolver. No se puede contentar a todo el mundo. Tengo claro que en algún momento fui irresponsable. Debería arreglarlo. Son varias cosas y tengo la disposición para hacerlo. Es un pendiente. Espero seguir aprendiendo hasta el último día de mi vida.

¿Qué le debe al budismo?

He dado casi la vuelta al mundo gracias a este cambio. Sucedió en el año 93, cuando conocí a un maestro budista. Al inicio, era su traductor de italiano. Después me convocó para que le diera clases a diferentes comunidades. Pero el budismo es un proceso de introspección para estudiarse a uno mismo, actuar de acuerdo a las circunstancias, adaptarse. El aquí y ahora.