En un barrio descolorido, dos payasitos terminan su rutina de chistes a bordo de un viejo bus y en vez de recolectar monedas solo han conseguido bostezos. Lo que queda es bajar y seguir probando suerte. O quizá no. Cagalera (Benny Emmanuel) y Moloteco (Gabriel Carbajal) dan paso a un espectáculo de violencia. Sus amenazas son la apertura en Chicuarotes, las cuales van subiendo de tono hacia la despedida. En medio, una historia lúdica de sobrevivencia. Esta cinta picaresca situada en un barrio marginal de Ciudad de México es lo último de (Guadalajara, 1978), el chico que presenta su trabajo más adulto como director.

Desde el cuarto piso de un hotel, apoyado en una fría ventana, Gael toma su segundo anís del día, mira el mar que tiene al frente y asegura que más tarde saldrá a caminar por el malecón. La sutil neblina que se desliza en el cielo miraflorino no lo desanima en lo más mínimo. “De eso se trata la vida”, asegura con una sonrisa. Chaqueta negra, camisa azul y el mismo peinado de siempre, solo que ahora algunas canas cobran protagonismo. Gael García Bernal, Octavio, el incorregible Julio Zapata, el padre Amaro, el motociclista Ernesto Guevara. El rostro del cine mexicano está en Lima.

"Yo digo que la libertad conlleva una gran responsabilidad". (Jessica Vicente/GEC)
"Yo digo que la libertad conlleva una gran responsabilidad". (Jessica Vicente/GEC)

Actor de teatro, televisión, cine, incluso has participado en videoclips. No solo eso. Productor, director, músico y activista. ¿Cómo se define Gael García Bernal?
Elegí una profesión que me permite hacer todas esas juntas: ser actor. En realidad diría que la razón cognitiva, la que responde a la pregunta de por qué quise ser actor, es porque puedo vivir muchas vidas en una sola vida. Puedo ser yo y todo lo demás.

-En una entrevista en 2008, a propósito del estreno de Déficit, la primera cinta que dirigiste, señalaste que era “un buen experimento con el que queríamos perder la virginidad en el cine”. ¿En qué momento llega Chicuarotes?
Llega ya habiendo recorrido varias peleas en el coliseo. Siempre me he tomado en serio el cine y el teatro, pero también para mí fueron una especie de juego, con cierta inocencia, una búsqueda ansiosa y juvenil. (Con Chicuarotes) es la primera vez que hago algo en lo que me siento completamente como un adulto. Un crítico español al que quiero mucho me dijo luego de ver la cinta en Cannes: “Gael, has hecho la primera película de adulto”.

-Un halago, ciertamente...
Sí. Hay cosas fantásticas que te da el haber crecido.

-Esperaste 11 años para tu segunda cinta como director. ¿Dirigir es una necesidad?
He disfrutado mucho de todo el proceso, me encanta el momento en el que estábamos luchando por una abstracción, me volvía loco, me fascinaba. Para lograr eso hay que macerar, crear, buscar un universo, un espacio donde se produzcan todos estos accidentes. Yo tenía que interiorizar la película, hacerla mía, enamorarme de ella.

-El escritor Juan Villoro dice que México –un país que culturalmente se burla de la muerte– a veces vive en el carnaval, a veces en el apocalipsis y de manera más extraña a veces en el carnaval del apocalipsis; la mezcla de las dos cosas. ¿Qué ocurre cuando la muerte ya no se celebra sino que se convierte en una estadística?
La película tiene la intención de querer exponer de dónde viene la violencia. Cómo llegamos al momento en que un niño puede secuestrar a otro. ¿Qué pasó? ¿Qué lo provoca? ¿Cuál es el origen? Y es contradictorio. Me gusta sentir que somos un país con buena onda, con las mejores intenciones, pero sorprende que la estadística sea tan terrible. Y no solo es México. Hace poco leí que uno de cada tres asesinatos en el mundo ocurre en Latinoamérica. Hoy en día un niño sabe lo que es un secuestro, antes era difícil que lo conozca, ahora está casi normalizado. Entonces, la narrativa oficial nos dice salte de acá, huye, no vale la pena quedarse, hay que escapar. Ese es el condicionante con el que todos en algún momento nos hemos encontrado.

-¿Qué responsabilidad trae consigo ser uno de los rostro más conocidos y respetados de una generación dorada del cine mexicano?
¿Cómo decía el tío de Spiderman? (risas) “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Yo digo que la libertad conlleva una gran responsabilidad. La libertad es una cosa más elevada, incluso más que tener poder. La libertad es el éxito de alguna manera. Sentirse libre es una de las sensaciones más bonitas y las que más provocan otras responsabilidades.

"Yo tenía que interiorizar la película, hacerla mía, enamorarme de ella". (Jessica Vicente/GEC)
"Yo tenía que interiorizar la película, hacerla mía, enamorarme de ella". (Jessica Vicente/GEC)

-¿Cuándo te sentiste realmente libre?
Cuando estudiaba en México y me tocó la huelga de la UNAM, que duró muchísimo tiempo. En ese tiempo me fui a conocer Europa y llegando allá decía: “Lo estoy haciendo porque quiero, me estoy lanzando con cuatro pesos”. Pero también decía: “Me siento completamente libre, qué susto”. La libertad en ese sentido es apabullante, pero es el sentimiento más chingón, de donde salen las cosas más lindas.

-Eres un referente para los jóvenes actores. ¿Quiénes fueron los tuyos?
Desde mi profesora de arte de la escuela secundaria que me dijo: “Tú vas a hacer lo que tú quieras hacer”. Fue algo muy bonito. Desde ella hasta Alfonso Cuarón, Alejandro Gonzáles Iñárritu, Walter Salles, Pablo Larraín, un montón de personas con las que trabajo a diario.

-Es un buen momento para México en el cine. De hecho, fuiste uno de los primeros en felicitar a Alfonso Cuarón cuando logró premios con Roma...
La vi en el Festival de Toronto y me fascinó. La creatividad está allí fluyendo, hay mucho que se está haciendo en México, pero se tiene que hacer más. Me acuerdo que en 2000, cuando estrenamos Amores Perros, se filmaron solo seis películas en un año, ahora se hacen 100 aproximadamente. Es un gran momento y hay que seguir escarbando, promoviendo películas de todo tipo. Todo aporta. Muchos jóvenes están creciendo y pensando en hacer cine y lo van a hacer. Para mí era un sueño, casi un imposible.

-Lograste ese sueño...
Falta aún. Me gustaría trabajar mucho más en México, seguir en Latinoamérica, obviamente, pero en México hay tantas historias que contar.

-Trasladémonos a Cannes. Buscando una explicación a la violencia de los protagonistas de Chicuarotes, contaste que quizá les faltó amor. “Esa canción de hogar, algo que yo sí recibí de mi madre”. ¿Qué te cantaba Patricia Bernal, tu madre?
Crecí en un entorno amoroso, eso es quizás lo que me separa de los chicos retratados en Chicuarotes. Hay muchas personas que nacen en entornos desprovistos de amor, yo no tengo idea de cómo es crecer así. Toda mi educación y la construcción de mi personalidad viene del amor, de confiar en que mi mamá siempre va a estar allí conmigo, mi familia gigantesca apoyándome. ¡Qué loco que haya gente que no crece así! Ahí aparece el cine para darles voz.

-En tu papel como activista por los derechos humanos, el año pasado dijiste que no veías esperanza en EE.UU. con Donald Trump. Un año después, ¿sigues pensando igual?
La realidad sigue correspondiendo. Ya no se le puede llamar solo racismo, ahora es un sentimiento de acabar con el otro. Cumplir con esa consigna que está hecha de puro odio y resentimiento, justificada con razonamientos básicos, obviamente va a acabar en situaciones graves. Es trágico para los mexicanos estar en EE.UU. y peor para los centroamericanos. No guardo muchas esperanzas.

-Una pequeña curiosidad para terminar. ¿Tienes alguna habilidad que consideres inservible?
(Piensa por varios segundos) ¡Ya sé! Es un autobombo. El arroz me sale muy bien, pero lo curioso es que estoy seguro de que si te lo trato de enseñar, me va a salir terrible (risas).

DATO

-Chicuarotes se proyecta hoy (10:15 p.m.) y el domingo 17 (8 p.m.). Cineplanet Alcázar