Kafka, el costumbrista peruano
Kafka, el costumbrista peruano

Cien años ya han pasado de la muerte del autor de lo surreal, de la opresión y de la existencialidad. De lo absurdo y los significados ocultos. Y la influencia de sus obras sigue con un vigor admirable. Alguna vez Sofocleto lanzó una frase provocadora: “Si hubiera nacido en el Perú, sería un escritor costumbrista”. ¿Lo sería realmente? Lanzamos pues este ejercicio kafkiano a un grupo de autores. ¿Qué diría el autor de La metamorfosis del Perú de hoy? De sus instituciones, de la sociedad, de nosotros mismos. ¿Seríamos prospectos de personajes, de miedos, de oscuridad, de insectos? ¿Qué seríamos al despertar?

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MIGUEL ÁNGEL VALLEJO SAMESHIMA - Escritor

Una mañana, tras un sueño intranquilo, Franz Kafka despertó convertido en peruano. Sabía que era Lima y se recordaban los cien años de su muerte, pero eso no le impidió salir a la calle a trabajar, casi desesperado.

El sol no terminaba de salir, pero las calles grises estaban repletas de automóviles ruidosos. Nadie parecía entender ninguna señal de tránsito, como si el Perú hubiera despertado en una pesadilla colectiva. Pese a todo, bastaba un parpadeo para llegar de un distrito a otro, y cada vez había un presidente nuevo y se respiraba otra conspiración.

Cuando llegó al Centro de Lima, a bordo del colectivo pirata que ya aminoraba su marcha, vio de pronto las oficinas de la ley, las cuales ya venía observando desde hacía rato, como si una capa de niebla más profunda las oscureciera. Alguien tenía que haber calumniado a Franz Kafka, pues fue detenido esa mañana sin haber hecho nada malo.

Preso sin requisitoria ni acusación, antes de despertar, Franz Kafka escribe: “Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián y solicita que se le permita entrar en la ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar”.



SOPHIE CANAL - Escritora

Leí a Kafka en mi vida anterior francesa, pero, desde que llegué al Perú en 1998, tengo la sensación de habitar en su mundo. Ser extranjero en un país, durante un largo tiempo, pone a cualquiera, sobre todo a un europeo en el Perú, en una situación de disolución del yo. Kafka es famoso por su enfoque en la alienación y la absurda condición humana. Sus personajes se sienten atrapados en sistemas burocráticos, enfrentando situaciones inexplicables. En mi última novela Esclavas, exploro esos temas desde la perspectiva de la relación entre una ama de casa europea y sus empleadas domésticas peruanas.

El tema central de metamorfosis en la obra maestra de Kafka resuena bastante con mi escritura, especialmente en Esclavas, novela futurista en la que la gran parte de los humanos se han reducido a sus pulsiones primarias.

La manera en que sus personajes luchan por expresarse o se enfrentan a barreras lingüísticas es otro tema en común. Siendo francesa que escribe en castellano, tanto el idioma como la comunicación me afectan a mí, a mis personajes y sus relaciones.

Al igual que él, mis personajes no terminan de adoptar una forma definitiva, siempre están en tránsito hacia otro estado. El mundo de Kafka, en el que reina lo aparente, lo fugaz y lo inacabado, tiene mucha similitud con el Perú de hoy.




Fotos: Cesar Campos/@photo.gec
Fotos: Cesar Campos/@photo.gec


RICARDO SUMALAVIA - Escritor

Cuando Franz Kafka despertó, era Franz Kafka. Nada había cambiado en él. Levantó su manta y volvió a auscultar su cuerpo. Nada. Sus miembros flácidos de siempre. Y siempre humanos. Tocaron a su puerta. Su padre le gritó que se apresurara, que no era conveniente que llegara tarde al trabajo, que de lo contrario tendría que volver a ceder parte de su salario a su jefe. Franz se alistó y desayunó con su familia. Antenas, pelambres en el cuerpo, múltiples ojos: su familia entera estaba compuesta por insectos. Y todos, salvo su hermana, observaron a Franz con compasión. Ella lo miraba con ternura. Ternura suficiente que impulsó a Franz a salir a la calle. Las calles de la avenida Abancay estaban pobladas de insectos que volaban a ras del suelo, dejando caer babas, y cuyos zumbidos colmaban los oídos de Kafka. En su trabajo, Franz caminaba o corría por los pasillos, simulando a sus compañeros. Los ejecutivos arrastraban portafolios cuyos pesos apenas les permitían avanzar. “Firmas, firmas”, gritaban. Los asistentes de esos ejecutivos iban detrás de sus jefes con más portafolios, con zumbidos a modo de lamentos o lamentos a modo de zumbidos. Kafka se acercó a una secretaria, la única que, siendo insecto, poseía orejas. “Salgamos de aquí”, le dijo. La secretaria observó detenidamente a Franz, con un gesto de impotencia y dolor, tratando de responder, mientras sus orejas se derretían.



CLAUDIA SALAZAR - Escritora

Pensar en las posibilidades de Kafka y lo kafkiano es un territorio fértil para la ficción. En la antología “Kafkavile”, un homenaje a Kafka editada por Salvador Raggio hace algunos años, participé con un cuento en el que Kafka era el protagonista. El autor había resucitado y ahora era una especie de zombie que trabajaba como lavaplatos en un restaurante. Además, era un inmigrante indocumentado que debía estar siempre alerta de las redadas del ICE. Una situación tan cotidiana como absurda.

Pensar qué haría Kafka en el momento contemporáneo me llevó a ficciónalizarlo en esa situación. Incluso el autor pasa cerca de un congreso académico en el que se discute “lo kafkiano” y queda sorprendido. Llega a hablar con uno de los ponentes revelándole su identidad, pero nadie le cree. El autor queda como un insecto al que nadie toma en serio.

¿Y si Kafka hubiera despertado en el Perú? ¿Un país donde la ley tiene cada vez menos sentido, la justicia y las instituciones están quebradas y las estructuras sociales parecen irreparables? Quizás el señor K se sentiría sobrepasado y correría a seguir escribiendo.





KATHERINE PAJUELO - Editora y traductora

“El papel escrito se resiste a arder”. (Bulgákov, El maestro y Margarita), y es lo que ocurrió con la obra de Franz Kafka, contrario a su voluntad. Como sucede con los cuadros, la mirada, el análisis, la afinidad sociocultural de un lector dependerá del momento y lugar donde se encuentre con las letras de un escritor. Así, después de leer El proceso, podríamos afirmar, por ejemplo, que vivimos en un país kafkiano. Otros, quizá, tengamos la aterradora sensación de habernos convertido en un «bicho raro» y que, por alguna extraña razón, no nos entienden. Otros, que vivimos en habitaciones sin ventanas o que debemos buscar eternamente la entrada a castillos impenetrables.

Se cumplen cien años de la muerte de Kafka y seguimos encontrándonos en sus letras. ¿Por qué? Es cierto que los libros son puertas que se abren y revelan mundos, pero también son espejos; en ellos nos descubrimos similares, deformados, borrosos, jamás iguales. Quienes no lo hayan leído tienen la suerte de explorar un universo nuevo, y quienes solo conozcan de él La metamorfosis (también traducida como La transformación) tienen mucho de qué sorprenderse y aprender. Vale decir que toda relectura es un descubrimiento.


Foto: Blas Calderón
Foto: Blas Calderón

JORGE VALENZUELA - Escritor

Asociar a Kafka con el costumbrismo es una manera de degradar su obra. Se entiende que se la quiera vincular con la cotidianeidad de lo burocrático y, de esa manera, hacerla accesible al lector común, pero hay algo de superficial en el costumbrismo que termina confirmando o sosteniendo, a través de la crítica, el mundo que refiere. El costumbrismo, desde su vocación eticista, parece decirnos lo siguiente: la máquina del mundo no está bien, es verdad, pero corrigiendo esto y aquello, puede funcionar. Para Kafka, este mundo no tiene remedio.

Con respecto al Perú es probable que un país como el nuestro lo desconcertase. Tratar de entender las contradicciones de un conglomerado de seres humanos que se desprecian y no se respetan, guiados por el odio, el racismo, la discriminación, sería todo un desafío. Creo que pensaría que cada peruano es un marginal a su modo y que su ocupación cotidiana es crear cofradías, argollas o mafias para poder sobrevivir, lo que exactamente sucede con nuestros políticos y nuestras autoridades en todos los niveles de la actividad pública. Sobre nuestras instituciones diría que actúan como agentes oficiales encargados de administrarnos la muerte, lentamente, pero de forma segura, hasta acabar con nuestras esperanzas, como sucede con los personajes de El proceso o El castillo.

¿El Perú es un insecto? ¿Lo somos nosotros? Muchos de los personajes de Kafka están a punto de perder el respeto de los otros, de perder su condición humana, como le sucede a cada peruano todos los días de su existencia. Ya sea a través del olvido, del abuso o de otra circunstancia, se va produciendo en nosotros un deterioro que nos distancia de nosotros mismos y nos va conduciendo por los caminos de la enajenación, de la animalización. En el Perú, por obra de los otros y del poder, corremos el peligro de deshumanizarnos.


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