Fernando Ampuero acaba de publicar el libro de memorias 'La bruja de Lima'. (Piko Tamashiro)
Fernando Ampuero acaba de publicar el libro de memorias 'La bruja de Lima'. (Piko Tamashiro)

Llegó hecho una ruina, pálido, ojeroso. Y la bruja le dijo algo insólito: “He hablado con tu sangre”. “¿Cómo te contesta mi sangre?”, le respondió él. Ella le replicó que, sin palabras, le ha comunicado que no se va a morir, pese a que la ciencia le diagnosticó cáncer y le dio seis meses de vida. Este episodio, que uno pensaría que habita en el campo de la ficción, es parte de la realidad, aquella que el escritor (Lima, 1949) narra en 'La bruja de Lima' (Tusquets Editores, 2018), libro de memorias que presenta 20 años después de ocurridas.

¿Por qué esperó dos décadas para contar ese episodio?
Esto empieza unos libros atrás con ‘Sucedió entre dos párpados’ (2015), una novela de alto nivel autobiográfico. Fui voluntario en el terremoto de 1970 y cuento esa historia. Y luego entra ‘Lobos solitarios’ (2017), que es una historia de tres escritores, entre ellos yo. Soy una persona a la que le han pasado muchas cosas, debe ser porque he estado dando vueltas por el mundo, he tenido una larga de etapa de mochilero. Y bueno, te pasan cosas, sobre todo cuando no tienes plata. Pero todo es formativo.

En ‘La bruja de Lima’ prácticamente se despide de la vida.
Me despido de la vida porque la medicina moderna diagnosticó que tenía una metástasis, lo que me hizo vivir este estado de angustia y desolación cuando se vive con fecha de vencimiento. Hasta que mi amigo el pintor José Tola me recomendó que visite a una bruja. Para una persona racional como yo, de pronto todo cambia debido a la percepción que tiene esta señora. El libro es un homenaje y acto de gratitud a ella, quien me ayudó a enfrentar una circunstancia inquietante.

¿Qué tan impactante fue el diagnóstico de la bruja?
Yo estaba en duda en ese momento, porque uno está acostumbrado en todas las profesiones a encontrarse con farsantes. Y los gitanos (como era ella) tienen fama de embusteros. Pero sí creo que hay gente privilegiada, que es diferente. Hay cosas muy misteriosas en el cerebro, en el ejercicio de la percepción y la intuición. Creo que Hilda (la bruja) era una persona con esos poderes. Llegué a ser prácticamente su amigo. Y bueno, la historia de la literatura es hablar de la vida y la muerte.

Pero hablar de la muerte en el umbral de los 70 años tiene otras consideraciones.
Es un libro celebratorio de la vida. Por suerte los médicos se equivocaron. Tenía un cáncer, en efecto, me lo limpiaron con una operación, pero no tenía metástasis, como decían las radiografías. Yo creo en la medicina moderna, pero también creo que hay en las sanadoras y curanderos una sabiduría que desconocemos.

Y que ninguneamos…
Así es, con cierta soberbia y displicencia. Más de la mitad de los remedios de los laboratorios no vienen de ensayos químicos sino de descubrimientos de hierbas que las utilizan los curanderos.

La bruja de Lima
La bruja de Lima

En el libro señala que el ser humano necesita una cuota de fantasía. ¿Quiénes no creemos en brujas dónde podemos encontrarla?
En la literatura, en la poesía. Por eso leemos novelas, entramos a iglesias y buscamos brujas. El libro también es un homenaje a la fantasía que nos dan las narraciones, tanto en la novela como en el cine. El sétimo arte se robó casi todas las técnicas de la narrativa del siglo XIX y años después hubo una reciprocidad cuando la literatura empezó a robarse técnicas del cine. El libro también es una celebración de la vida, que empieza por celebrar lo que le da sentido a mi vida: el placer de contemplar el arte de los museos, el arte de ahora, las ciudades hermosas, los jardines. Placer por el buen vivir. Uno tiene que luchar contra la injusticia, contra la maldad del mundo. Me han dicho que hago denuncia, no lo sabía…

En la dimensión conceptual de ‘La bruja de Lima’ queda la impresión de que quiere tirarse abajo algunos otros prejuicios, como fumar marihuana. ¿Hay esa premeditación?
Siempre he tratado de demoler los prejuicios. Claro, la marihuana me la he fumado buena parte de mi vida. Pero el libro hace cosas sin pretenderlo.

O la pasada de huevo, que es una historia bien de...
…superchería. Que puede resultar hasta humillante. Tengo una obra que está dividida en dos vertientes. Mis cuentos burgueses, de la clase media miraflorina con malos modales, y mi novela negra, porque también he vivido en la calle. La calle también ha sido mi maestra, no solo las universidades.

Pese a que muchos pensarían que solo ha vivido en la clase burguesa.
Es que eso es desconocer. En esa época tristemente famosa que hubo el debate entre andinos y criollos, prácticamente me decían que yo no era peruano. He vivido toda la calle brava. Primero por una bancarrota familiar que hubo cuando yo tenía 14 a 15 años, y entré a conocer Magdalena, Callao… Luego he sido periodista, que tiene un pasaporte para entrar a todos los estamentos sociales. El ansia de dinamitar los prejuicios es una buena causa.

¿Qué tanto cambió en Fernando Ampuero pasar por ese trance del cáncer?
Cambió mi actitud ante la vida. Me sentí más cristiano que nunca, pero no de aquel de la burocracia de la iglesia, ni Cipriani, ni nadie, sino cristiano esencial, en el sentido de las enseñanzas de Cristo, quien fue un revolucionario. Si hay un personaje icónico en la historia de haber sido una víctima de la violación de derechos humanos fue Cristo.

¿Qué más cambió en usted?
Recuperé la inconsciencia de vivir. Me enamoré de nuevo. Me separé. La gran fuerza opositora de la muerte es el amor. Eso me iluminó.

EL HUMOR ES UNA DEFENSA

¿Es cierto que cuando llega el amor no es el mejor momento para escribir y que, más bien, se escribe mejor desde el dolor?
Sí, pero he tenido tantos pesares y alegrías, que no necesito estar reconcomido por el dolor para escribir. Escribo a veces con la nostalgia, es una herramienta extraordinaria. Pero también recuerdo cosas alegres, como la iniciación sexual. Voy recomponiendo mi vida y mi mundo a través de la literatura.

Uno de los momentos más entretenidos del libro es cuando ensaya un magnicidio contra Alan García, a quien –escribe– le dispararía en la “panza”.
(Risas). Soy una persona que tiene un invicto sentido del humor.

Pero detrás de ese humor hay algo de verdad.
El humor es una defensa y siempre he creído que es un signo de inteligencia. Lima es una ciudad que tiene mucho humor. Quizá el mejor escritor que pone en su lugar la personalidad burlona e humorística de los peruanos es Ricardo Palma con las Tradiciones Peruanas.

Insisto: ¿por qué eligió a Alan García?
Porque me parece que fue el más nefasto. Lo conocí personalmente… Su segundo gobierno no estuvo tan mal, pero sí hubo mucha corrupción.

¿Si tuviera que ensayar con otros personajes esa misma escena a quiénes elegiría?
(Risas). No, ya no me hagas matar a más gente. Suficiente con uno y que solo ha sido una muerte en ficción.

¿Quién le hizo daño?
No responsabilizo a nadie. El daño viene por el estrés, los problemas. Y hay algunas personas a las que, por supuesto, no les caes bien.

Pero no caer bien es una cosa y otra muy distinta es que alguien le haga daño.
Bueno, hay gente que te quiere y otra que te odia, y tú no sabes por qué, pese a que no le has hecho nada.

En el libro menciona al periodista César Hildebrandt, con quien hay una historia de enemistad.
Pero lo hago con humor. En realidad, no es que Hildebrandt me odiara a mí en exclusiva. Odiaba a medio mundo. Pero lo que ocurría era que nadie le contestaba. Yo siempre le respondía con bromas, pero se molestaba más. Hasta que un día empezó a sacar artículos, uno tras otro, atacándome, y me dije: “Voy a escribir algo”, y publiqué El Enano, no burlándome de su estatura física sino de la estatura moral del personaje.

¿Le siguen haciendo daño?
Si sigue pasando, me defiendo solo. Existe el olvido, que es lo mejor. Borges decía: quizá la vida en el otro mundo es igualita a esta, pero sin esperanza. Vivir sin esperanza ni capacidad de olvidar los malos momentos, es la tristeza obligatoria.

¿Qué otros episodios de su vida merecen ser contados?
Esta es una primera entrega. No quiero publicar memorias en un solo libro sino a través de unos 10 a 20 episodios. En algunos casos pueden ser cuentos y en otros novelas cortas. Una vida larga como la mía, y bien vivida, tiene muchos episodios.

¿Cómo le gustaría que lo recuerden?
Como una persona que vivió honestamente, que gozó de la vida, que trató de hacer su deber: que era contar historias, escribir.