Fernando Ampuero inmortaliza a Run Run. (Foto: Cesar Campos / @photo.gec).
Fernando Ampuero inmortaliza a Run Run. (Foto: Cesar Campos / @photo.gec).

Dice que era un niño como eran los niños antes. “Ten en cuenta que yo vengo de otra época”, anuncia.

Vivía en una casa de campo, en las afueras de Lima que hoy ya no son las afueras. Estudiaba en el colegio La Inmaculada, adonde llegaba de saco y corbata, en La Colmena. Más allá de la plaza Dos de Mayo, a tres o cuatro cuadras había fábricas y luego un campo llano hasta La Punta. En el camino, entre establos, estaba la casa de campo del abuelo, donde vivía Fernando.

Eran días de campo y había que inventar el entretenimiento. Una tarde montar caballo, otro día jugar con el perro. De pronto, descubrió que en determinadas horas de la tarde casi todos los miembros de la familia se sentaban en el sofá y se ponían a leer. “Pensé que era una nueva forma del aburrimiento, pero no”, dice. Empezó a sentir curiosidad, había un misterio en aquellas personas que sumergían sus miradas en aquellas hojas. Se preguntaba qué hay en los que están tan ensimismados. En aquella casa había dos habitaciones grandes, pobladas por libros, que incluso eran visitadas por personas ajenas a la casa. “Algo debe haber”, pensó.

Al terminar la tarde, cuando Fernando había culminado los deberes del colegio, el abuelo le empezó a contar historias de piratas, de tigres. Él, un niño de 8 años, quedaba deslumbrado. Así ocurría con frecuencia y él esperaba, con sana adicción, esas lecturas. Un día, el abuelo interrumpió la lectura a la mitad y le dijo: “Ya no te cuento más. Si quieres saber cómo continúa, hay un libro en el estante con un papelito a la mitad. Ya conoces los personajes y la trama”. Fernando cogió el libro y lo leyó hasta el final. Estaba atrapado por la historia, estaba atrapado por los libros. Así llegó La isla del tesoro, que releyó a los 18 años, a los 25 y cada cierto tiempo. Y siempre volvía a quedar fascinado. Es más, viajó a Edimburgo, Escocia, para conocer la casa del autor, Robert Louis Stevenson.

“Me di cuenta de que el libro era un objeto maravilloso”, me dice por teléfono , que acaba de publicar Run Run. La triste y desmesurada vida de un zorro cautivo (Planeta Junior), que marca su debut en la literatura infantil y que se inspira en la historia que nos conmocionó a todos en noviembre del año pasado, aquella del inocente animal que fue vendido como perro, pero capturado como zorro.

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-¿Por qué escribir ahora un libro infantil? ¿Estaba en sus planes?

No, nunca pensé escribir para niños. Pero cuando me enteré de la existencia de Run Run, sentí lo que tantos peruanos habían sentido: tristeza por un animal indefenso, e indignación ante el tráfico de la fauna salvaje. Y entonces me dije: si escribo algo sobre esto, lo haré para dejar un registro, pero que vaya dirigido a un lector específico: el niño. Ese público lector aún es una esponja libre de prejuicios.

-¿Pero por qué nunca pensó en la posibilidad de escribir un libro para niños?

No he sido un profuso lector de cuentos para niños. Salvo Alicia en el país de las maravillas, no pasé por los autores conocidos como Charles Perrault o los hermanos Grimm; pasé a leer una colección que había dejado el abuelo, que titulaba El tesoro de la juventud. Y fue un tránsito bastante breve durante mi adolescencia porque luego, muy joven, pasé a leer novelas más adultas; a los 14, 15 años ya estaba leyendo existencialismo francés. Yo termino el colegio en el año 65, o sea que mis lecturas van de fines de los 50 al 65; escuchando a los Beatles. Luego vienen ya las lecturas universitarias.

-¿Para escribir Run Run tuvo que volver a lecturas infantiles tal vez?

No, en lo absoluto, porque yo decidí contarlo. Estoy harto de que a los niños les cuenten a veces cosas demasiado fantásticas. Yo quise contar una historia que hemos vivido todos, una historia que ha conmocionado al país. Pero contarla más que nada para que no desaparezca, para que no se convierta en un suelto de periódico. La idea era dejar una memoria y, al mismo tiempo, ir mostrando la barbaridad que hacen las personas y la inocencia en la que caen otras. Es un cuento atípico en la medida en que no es un cuento edificante, aunque tiene un mensaje pero no lo pensé como tal; es un cuento triste, las penurias de un pobre zorro.

Fernando Ampuero inmortaliza a Run Run.
Fernando Ampuero inmortaliza a Run Run.

-La historia de Run Run remite al clásico gato por liebre. ¿El gato por liebre es un rasgo del peruano?

Es un rasgo de las personas en general. En todos los países hay el vivo; en el Perú se ha llamado el pendejo.

-¿Qué simbolismo encuentras detrás de esa coincidencia en esta época que se vive en el Perú?

Más que un símbolo, veo una evidencia: que a veces somos engañados. En una ilustración de mi cuento, durante la persecución al zorro, aparecen los periódicos, y estos, aparte de informar sobre la triste historia de Run Run, nos revelan también la crisis política que vive el país. Ese otro drama, por supuesto, no es de hoy; lo padecemos desde mucho tiempo atrás, aunque en esta oportunidad con total ineptitud, improvisación y desvergüenza. Pero, atención, yo no doy sermones; tan solo me limito a contar historias, y dejo que cada lector entienda las cosas a su manera.

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-¿Y por qué el pobre zorro causó tanto revuelo?

Porque a pesar de las miserias que padece el Perú, todavía no está todo perdido. La prueba es que, gracias a Run Run, afloró entre nosotros el más hermoso de los sentimientos: la compasión. Nos conmovimos ante las penurias de un animal inocente, secuestrado de su hábitat natural.

-¿Qué habrá pasado con Run Run en la vida real? ¿Estará vivo?

Es un misterio. Alguna gente dice que lo tienen aquí o allá, y nadie sabe nada a ciencia cierta. Otros, más sombríos, dicen que ya murió. En todo caso, el promedio de vida de los zorros es de tres a cuatro años, y siete es el máximo.

-Dicen que las personas mayores se vuelven niños. ¿Ocurre eso con usted?

Quizá. Pero yo creo más bien que muchas personas mantienen oculto al niño que alguna vez fueron; lo ocultan en algún resquicio de su corazón y esto les da la habilidad para poder jugar con sus hijos o sus nietos.

-¿Usted es el niño que le teme a la muerte o el niño que vive ilusionado con la vida?

No temo a la muerte. El hecho de tener que morir algún día lo avizoro como un descanso aceptable. Pero sí le temo a la enfermedad. Mientras uno esté sano, o presumiblemente sano, tiene ilusiones y ganas de vivir.

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AUTOFICHA:

- “Tengo 72, pero cumplo 73 en julio si es que llego. Nací en Lima. Acabé el colegio en el 65, entré a la Universidad Católica, estudié Periodismo, y luego enloquecí y me fui a viajar por el mundo. Yo tenía un ritmo de lectura de 4 a 5 libros por semana”.

- “Lo que me enseñaron en la universidad estaba bien, pero empecé a tomar el viaje como la otra universidad, viajar ha sido una universidad: leer y estudiar a Grecia pero en Grecia. En este momento estoy dedicado a la lectura y a pequeños viajes al interior del país”.

- “Siempre digo que no alisto muchas cosas, pero de pronto hay un tema, una situación, una emoción que me captura, como el caso de Run Run, y me pongo a escribir; escribo rápido, el periodismo me creó como una adicción: me pones un deadline, una hora de cierre, y me pongo a escribir de una manera frenética (risas)”.

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