(Perú21/ Piko Tamashiro)
(Perú21/ Piko Tamashiro)

Detrás de su hermosa sonrisa, se esconden el sufrimiento, la pena y la nostalgia, pero también una mujer que dio batalla, que se rebeló a su presente y que aprovechó las oportunidades que se presentaron en su camino; y por supuesto, la buena sazón. Eusebia Ñahuincupia, de 40 años, fue víctima del terrorismo en Huancavelica cuando era niña. Migró a Lima y gracias a Aldeas Infantiles SOS pudo salir adelante. Y recientemente fue la chef de la en el Mundial Rusia 2018, donde se jugó su propio partido al tener que atender a casi cien personas. Cuando hablamos de su padre, que nunca conoció, se quiebra, pero es el dolor de una guerrera que desde el anonimato nos da una lección y es motivo de orgullo.

¿Cuál era tu función durante el Mundial?
Fui como chef ejecutiva de la Federación. Estaba encargada de coordinar y de que todo lo que es alimentación esté perfecto. Y claro, hubo platos peruanos que los preparé yo misma.

¿Qué platos te pedían?
Hice arroz con pollo, arroz chaufa, arroz con leche. Los peruanos comemos arroz hasta por los ojos (risas). También hice lomo saltado, cebiche, huancaína. Cueva siempre me decía: “Chef, consígame un limoncito verde”. Es que en Rusia están los limones amarillos, que son como las limas, y unos verdes, grandes, que son más ácidos.

¿Y cómo llegó a la selección?
Empezaron las Eliminatorias en 2015 y yo trabajaba en un hotel donde ellos se hospedaban. Era la encargada de atenderlos. El profesor Gareca y su cuerpo técnico ya me conocían. Dejé el trabajo y nunca más supe de ellos. Me fui a Alemania, volví y de pronto me llegó una propuesta de la Federación que buscaba un chef para el Mundial. No lo podía creer. Dejé mis documentos y no supe más. Faltando una semana para el viaje, me dijeron “vas, el cuerpo técnico te conoce y quiere que tú vayas”.

Retrocedamos a tu infancia. Dejaste Huancavelica a los 7 años. ¿Cómo fue?
Yo vivía en Huancavelica, en Tayacaja, que está cerca de Huanta, a cuatro horas. Es frontera con Ayacucho y por esa carretera se va a la selva, al Vraem. Zona muy afectada por el terrorismo.

¿Qué tan cerca viviste el terror de esos años?
Tenía dos tíos que eran militares. El menor de ellos, de 23 años, fue a visitarnos a casa y esa noche lo mataron. Mi hermana y yo vivíamos con mis abuelos. Cuando mi tío llegaba, era como nuestro papá y corríamos a abrazarlo. Cuando se quedaba, queríamos dormir con él. Entonces, esa noche dormimos abrazadas de él. Y ese día lo mataron. No les importó que había dos niñas ahí. Ingresaron a la casa, subieron al segundo piso y lo asesinaron.

Eras muy chica. ¿Qué escenas aún te vienen a la memoria?
A veces dicen: “Cómo te vas a acordar de algo que pasó cuando tenías cinco años”. Hay cosas tan impactantes en la vida que sí las recuerdas. Mi memoria está fresca. Cuando mataron a mi tío, no entendíamos qué pasaba. Eso ocurrió en la madrugada. Cuando me desperté, vi a mi tío sangrando. Mi hermanita y yo gritábamos. Esa madrugada tuvimos que ayudar a mis abuelos a bajar el cuerpo de él para enterrarlo porque el pueblo no se tenía que enterar de que lo habían matado, porque los terroristas amenazaron que iban a regresar si mis abuelos avisaban.

Después de eso, ¿qué pasó con ustedes?
Mi familia se deshizo. Mis abuelos se fueron a Huancayo con mi hermanita y yo me quedé en Huancavelica con una tía. Cada noche nos íbamos a dormir a la montaña. Llevábamos mantas y dormíamos a la intemperie, debajo de los árboles, porque esta gente pasaba a las siete de la noche por cada casa pidiendo cosas y tenías que dar alimentos; y si no les dabas, te mataban o se llevaban a los niños. Entonces, nosotros teníamos que escapar y regresar al día siguiente. Todos los días eran así. Un año después, me mandaron a Huancayo. Yo hablaba solo quechua.

¿Y tu madre?
Ella vivía en Lima. A los 16 años que me tuvo se vino a trabajar a la capital. Cuando tuve seis años, a mi mamá le dijeron que había un hogar donde me podían internar. Era Aldeas Infantiles SOS. Entonces, me trajeron a Lima. En Aldeas había la posibilidad de que pueda estudiar. Estuve hasta los 17 años. Vivía en un paraíso, aunque siempre sentí el vacío de padre y madre, de conocer a una de las personas que me dio la vida.

¿Llegaste a conocerlo?
No sé nada de él. Sé que se llama Macedonio. Cuando tenía 20 años, decidí ir a buscarlo, porque de niña siempre sueñas con tu padre. Lo fui a buscar a Huancayo. Mi tío militar lo conoció y él fue quien se opuso a que mi mamá tuviera una relación con él, pero porque no sabían que mi mamá estaba embarazada. Cuando se fue mi papá, se enteraron de que ella estaba gestando y cuando lo quisieron buscar, no lo hallaron. Luego lo buscamos y nunca lo encontramos. Caminé cerros y cerros, y nada.

¿Por qué es importante espacios como Aldeas Infantiles?
Cambian la vida a muchos niños. Si me hubiera quedado con Huancavelica, ahorita tendría cinco hijos y mis chacras, pero no hubiera conocido Europa ni hubiera ido al Mundial. En el Perú, hay muchos lugares alejados de la capital con niños que están en la misma situación que yo estuve o peor, y que necesitan apoyo para que den su granito de arena y este país mejore.

¿Qué es Huancavelica para ti?
Volví este año. Huancavelica es mi pueblo. No voy a negar nunca de dónde soy. Es una región grande, está a 3,300 m.s.n.m. Hace bastante frío y hay mucha pobreza. Y claro, siento que el Gobierno se ha olvidado mucho de esas zonas alejadas. Huancavelica necesita que alguien se ponga los pantalones y vea por esa ciudad.

Esta entrevista podría, eventualmente, leerla tu padre. ¿Qué le dirías?
Sí, capaz. A lo mejor ni sabe que existo. Pero existo. Y le diría que se sienta orgullosa de tener una hija como yo.