Esther Vargas es de extremos. El periodismo, ser lesbiana, su amor a los gatos y la pasión por el café son tareas que ha afrontado con convicción, serenidad, practicidad y emoción. “Cuando me di cuenta de que era lesbiana, dije ‘soy lesbiana’, se acabó y chau”, es el recuerdo de sus 18 años. Pero luchar contra sí misma, saber amar y vivir con la ausencia del padre le cuestan, probablemente, una vida. “El amor me ha levantado y me ha destruido siempre”, confiesa y bebe un sorbo de café.

De sus certezas, el periodismo también ha sido como una tabla de salvación. Veía a los reporteros en la televisión de los años 80 y ella quería ser uno de ellos. La muerte de alguien o un atentado terrorista le llamaban la atención. Pero siempre ha pensado que su vida va a terminar en un bar o en una cafetería. Por lo pronto, transcurre en una sala de redacción. Lleva 27 años en el periodismo y hoy es la editora web de Perú21.

Y de sus yerros, el amor siempre la mandó por distintos caminos, algunos menos empedrados que otros. Uno de ellos, íntimo e incómodo, es la publicación de su segundo libro: Señorita, ¿quiere ser mi esposa? (Caja Negra). “Cuando estoy enamorada, todo está bien. Cuando tengo dolor, todo está mal”, me dice. Hoy está enamorada y todo está bien.

-¿De No busco novio a este libro cuánto ha cambiado tu vida?
Han pasado casi 10 años. Supongo que maduré un poco.

-¿Está bien madurar?
He dicho un poco, ah (sonríe). A pesar de que tengo 44 años, no me siento la persona más madura del mundo. He aprendido a manejar un poquito mi vida. También tuve que lidiar con una depresión mucho más fuerte. Desde muy joven he tenido depresión. Por eso este nuevo libro es mucho más duro para mí, más personal.

-¿Por qué la depresión?
Siempre he tenido la tendencia a sentirme muy afectada por cosas de mi infancia y adolescencia, como la ausencia de mi papá. En la edad adulta, vinieron temas como la pareja, la incomprensión, mi incomprensión del mundo. Me cuestiono todo el tiempo. El desamor, la desilusión. Yo toqué fondo en estos últimos años.

-¿Qué hay en ese fondo?
Nada.

-¿Nada es la soledad?
Sí. Tuve una relación muy larga, de casi 20 años. Cuando se acabó, no me acostumbré, me costó muchísimo. Me di cuenta de que no sabía andar sola. Al final, fue una buena idea terminar la relación, porque ella y yo somos entrañables amigas.

-Y está presente en los cuentos de este nuevo libro.
Así es, porque ha sido y será una persona muy importante. Pero fue muy duro. Di pasos errados todo el tiempo, estuve buscando amor por aquí, por allá, buscando compañía. Me hundí en un vaso de agua. Creo que mi salvación fue escribir y trabajar.

-¿La ausencia del padre también marcó bastante en esa necesidad de no andar sola?
Quizás, no sé.

-¿Lo llegaste a conocer?
Sí. En el libro hay un cuento que se llama “No culpes a papá”, donde me reconcilio, dejo de quejarme de él. Y también acepto algo que ha estado muy presente en mi vida: el esposo de mi madre, quien es como mi padre y que llegó a mi vida cuando yo tenía 15 años; es el papá que no tuve. Pero hasta los 15 andaba recordando a mi papá (biológico), hasta que un día resolví que lo mejor era cortar esa relación. Lo veía esporádicamente y me lastimaba. Corté ese vínculo.

-¿Qué implica “cortar”?
Ya no nos vemos, no tenemos nada que hablar, él por allá, yo por acá. Nunca nos ha unido nada, no sé cómo huele, no sé cómo despierta, no sé lo que es pasar un Día del Padre con él. Le mandé una carta y se acabó la situación. Si paso por la calle, posiblemente ni me acuerde cómo es él.

-¿Te pareces a él?
Lamentablemente, lo que uno más reniega de los padres termina copiándolo. Heredé de mi padre todo lo malo. He sido infiel, como mi padre; mujeriega, como mi padre; renegona, como mi padre; terca, como mi padre; bruta, como mi padre; salvaje al hablar, como mi padre. Siento que saqué lo peor. Soy muy dura cuando me molesto y hablo, y eso lo saqué a él. Mi madre no es así, es pura dulzura. Yo le saqué lo más duro a mi padre y sin conocerlo. Ahora, he ido corrigiendo. De hecho, ya no reniego tanto, no mando a la mierda todo tan rápido, aprendí a ser fiel.

-¿El periodismo ha sido tu salvavidas permanente?
Mira, yo no sé hacer otra cosa que periodismo. Me salvó siempre, era mi stop a las juergas, al desmadre que viví a los 20 años. Me ayuda y me encanta.

-También te encantan los gatos. ¿Es algo intrascendente, una frivolidad?
No. Vivo sola desde los 17 años y los gatos me acompañaron, soy feliz con ellos. Cuando estuve buscando novia, entré a Tinder (red social) y la condición era alguien a quien le gusten los gatos.

-¿Cuál es la magia de los gatos?
La gente dice que no son cariñosos y que son muy independientes. Pero mis gatos no son tan independientes y siempre están conmigo. Son enigmáticos. A mi actual pareja la encontré en Tinder, ama a los gatos, es dentista y ama la buena ortografía.

-¿Eres como un gato?
(Sonríe). Eso me han dicho. También me escondo como los gatos cuando están mal.

-Este libro también es sobre lo que te hastía.
No soporto la impuntualidad, no me gusta aburrirme.

-¿Y cuándo sonríes?
Ahora estoy sonriendo mucho. Estoy contenta, siento que hay una persona especial en mi vida.

-¿Aprendiste a caminar sola?
Sí. Pensé que nunca iba a hacerlo. Una de las cosas tontas que, por fin, he hecho es ir a la Sunat sola; no podía, no entendía. También he viajado sola. Pero al cine aún no he ido sola.

Señorita, ¿quiere ser mi esposa?
Señorita, ¿quiere ser mi esposa?

AUTOFICHA

“Soy María Esther Vargas Camacho. Tengo 44 años. Soy periodista, máster en Comunicación Digital y barista profesional. En el café encontré gente diferente, muy buena y luchadora. Detrás del café, hay familias trabajando con él. Veo mucha pureza alrededor del café, y eso me gusta”.

“Estoy repasando unos libros de Mario Vargas Llosa, que me gusta mucho. Siempre recomiendo que lean La guerra del fin del mundo, porque me encanta. Y por una cuestión académica estoy releyendo el libro sobre Banchero Rossi. Releo muchos libros”.

“El psiquiatra me recomendó ver películas alegres, pero no puedo. Mientras más drama hay, mejor. Tuve que escoger entre el psicólogo y el psiquiatra, pero prefiero al segundo. Es muy caro estar medio loco y medio triste en el Perú. Además, hemos desarrollado una amistad. Es como un psicólogo”.

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