Estela Paredes y Fernando Zevallos lideran La Tarumba desde hace casi 40 años (FOTO: José Rojas).
Estela Paredes y Fernando Zevallos lideran La Tarumba desde hace casi 40 años (FOTO: José Rojas).

Dentro de esta casa habitan casi 40 años de de una pareja que creyó en algo que llaman “el sueño”.

Estela y Fernando se conocieron en la sala donde estamos. Él había regresado de España. Era el año 82 y tenía 22 años. Ella venía de trabajar en Aeroperú, en la oficina de Administración y Finanzas. Seguía un taller de teatro y tenía 26 años. Estaba cenando en la cocina, quiso cruzar para ir a su habitación y se topó con el taller de en esta sala donde estamos. Le llamó la atención la presencia de Estela. “Lo fleché”, dice ella y reímos. “Yo ya lo admiraba como actor, él ya era conocido”, recuerda. Se hicieron amigos y conectaron con lo que llaman “el sueño”.

En 1984 Lima era una ciudad de calles oscuras, sucias, sórdidas, donde la muerte soplaba en la nuca, un momento que parecía no tener salida, en medio de la cultura de la desconfianza. Así nacía, a colores, en medio de una ciudad en blanco en negro, en una casa, en esta casa, donde los malabares y caminar en la cuerda floja eran una forma de desafiar a un país que caminaba en la cuerda floja. Una casa destinada para las artes, donde estuvo el Cocolido, espacio emblemático para el teatro, y donde hasta hoy opera La Tarumba, que ha hecho del encuentro del teatro, el circo y la música una institución.

Estela y Fernando anuncian el regreso de la presencialidad en La Tarumba. El punto de inicio serán los talleres de verano y una nueva sede en Pueblo Libre, que se suma a Camacho y a esta casa donde estamos, en Miraflores. Las matrículas ya están abiertas vía . Y ya piensan en lo que será el primer espectáculo presencial, aún sin nombre, pero sí saben de dónde partirá: del abrazo.

“Vamos a contribuir a la construcción de un Perú mejor”, recuerdan que era “el sueño”.

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-¿En algún instante de la pandemia pensaron en cerrar La Tarumba?

(F): No exactamente. Pero sí me pregunté mucho sobre la nueva forma de hacer circo. Se necesita un poco de vida, de esperanza, y el circo te da eso.

(E): A mí sí me vino un bajón, sobre todo con la segunda ola. Lo emocional me hizo pensar en “ya no quiero”.

-¿Qué la rescató?

(E): El poderío que tiene el circo, que no me puedo despojar del temperamento artístico que tengo, aunque mi rol ha sido más el de la gestión.

-El rol difícil de las cifras.

(E): La administración, la producción. Aterrizar los sueños.

-Mientras Fernando está en la estratósfera, Estela está pisando tierra.

(F): (Ríe a carcajadas).

(E): El vuelo de Fernando había que producirlo.

-¿Siempre ha sido así: Fernando volando y Estela caminando?

(E): Yo creo que sí (ríe). Pero yo he aprendido a volar. Me sirve afrontar las cosas desde el rol de artista que tengo.

-Para comenzar en el arte siempre hay que empezar volando, ¿no?

(F): El circo es un bonito equilibrio entre el vuelo y el saber de dónde partes, tener bien claro dónde estás parado para entender hacia dónde quieres llegar. Por ejemplo, tú ves a los artistas que van de un trapecio a otro, e imaginas que el tipo está simplemente echando a andar su sueño y lanzándose hacia el otro lado. Pero para eso tiene que haber un trabajo no solo en el entrenamiento del cuerpo, sino también el conocimiento de la física, de las medidas, la milésima de segundo que tienes para abrir el giro y alcanzar el otro trapecio. El artista de circo tiene que cargar el fierro duro que significan las estructuras circenses para después de eso estar seguro sobre dónde va a volar. Veo a Estela y al equipo asumiendo tantos riesgos como el tipo que hace el salto mortal.

(E): Las artes escénicas son un trabajo de equipo, es creación colectiva. Es saber asumir los riesgos, porque siempre estamos entre la vida y la muerte.

-Solo el trabajo en equipo puede sostener a un grupo casi 40 años.

(E): Y ahora estamos volviendo con el espacio que siempre nos ha dado lo más bonito, el candor que puede tener la vida, la esperanza, el futuro que son los niños. La Tarumba desde que nació apostó por las nuevas generaciones.

-Para muchos niños y niñas será volver a relacionarse con más personas en un espacio presencial.

(F): Hay una deuda con los niños, desde lo que no hace el Estado, que hay que tener mucho cuidado, ponerle mucha atención.

(E): Habrá niños que vengan con retrasos de su desarrollo corporal y en su manejo de emociones. En el circo podemos transitar por todas las instancias del desarrollo de ellos, desde los tres años. Hay un vacío en la escuela formal, que no se detiene en eso. Constantino Carvallo dijo: “De qué vale tener un buen abogado si es un gran canalla”.

(F): Hay que atender a las personas.

(E): Tiene que ver con valores, con la ética, con el respeto por uno, con la autoestima, con la identidad. Ahí te haces una persona íntegra. A eso apuntamos y trabajamos. El teatro, el circo y la música transitan por cada una de esas instancias.

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-¿Ya se reconoce el valor de esas artes?

(F): Falta mucho.

(E): Falta muchísimo porque seguimos pensando que el éxito se traduce desde un cartón hasta una buena cuenta bancaria. El éxito está en cuán íntegro eres, cuánto te valoras, cuánto te reconoces.

-Alguien podría decir: “Esas son tonterías, hay que ganar dinero, buscar una profesión que nos dé plata”.

(F): No alguien, muchísima gente piensa así y lo dice (risas). Pero sabes qué, yo creo que la humanidad tiene una idea equivocada del éxito. El éxito es monetario, es acumular cosas materiales, vivir en los mejores lugares, estudiar en las mejores universidades. Y sí, tienes derecho a lograr esas cosas. Pero el otro éxito como que no se lo imaginan, que para mí es el éxito espiritual, emocional, el que tengas tal riqueza interior que despiertes la solidaridad y la nobleza. Pienso que el arte tiene no solo la posibilidad sino la obligación de darle a los niños y jóvenes la opción de enriquecerse no solo en el plano material.

-¿La Tarumba ha alcanzado el éxito?

(F): La Tarumba ha entendido cuál es su rol. Si eso se llama éxito, lo hemos alcanzado.

(E): Nos sigue movilizando contribuir a un Perú mejor.

(F): No sé qué magia hubo... No, sí sé qué magia. La magia de La Tarumba es que es producto del amor. Siempre he sentido a La Tarumba como mi hija mayor, siempre fue un espíritu femenino. Este éxito afectivo, emocional es lo más importante que he logrado con La Tarumba.

(E): Entre nosotros y también hacia afuera. Hace tres semanas me encontré con un chico y su niño en brazos. Me paró y me dijo: “Estela, este es mi hijo. Estoy esperando que cumpla tres años para mandarlo a La Tarumba. Ustedes me cambiaron la vida, me hicieron ser la persona que soy ahora, quiero que mi hijo haga el mismo camino”. ¿Dime si eso no es éxito?

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-En la nota de prensa incluyen una declaración suya, Fernando: “Donde otros ven una niña en zancos, nosotros vemos a una niña tan alta como su autoestima”. ¿Qué hay detrás de los dos artistas que vemos gestando La Tarumba?

(F): Esa frase, en realidad, es de Estela (risas).

(E): Están la perseverancia, la tenacidad y la confianza en nosotros mismos.

(F): Hace un tiempo, en una conversación contigo (y mira a Estela), no sé por qué surgió la pregunta: ¿A ti qué te gustaría que dijera en tu lápida? Y lo primero que se me ocurrió fue: Aquí descansa un hombre que fue feliz. Detrás de esa imagen del director de La Tarumba hay un niño feliz, nada más.

-¿Dónde está la fórmula para seguir bajo este mismo techo?

(E): La hija (ríe).

(F): Seguir soñando.

-Lo digo porque empezaron siendo pareja. Es difícil sostener una relación de pareja y de socios del arte.

(F): Creo que los dos nos necesitamos. Cuando estamos juntos, somos un solo ser. Hay cosas que de repente yo puedo hacer fuera de La Tarumba sin Estela y siento que falta algo. Y espero que eso le suceda a ella también (ríe a carcajadas).

(E): Sí me pasa (risas).

(F): Cuando estamos creando, es como que juntos podemos encender una misma chispa. A veces la chispa quema (risas).

(E): Fernando tiene un niño eterno, eso me hace falta de él.

(F): Pero un niño muy responsable, no se confundan (ríe).

(E): El niño impulsivo que quiere comerse al mundo.

AUTOFICHAS:

- “Soy María Estela Paredes Medina. Tengo casi 68 años. Nací en Arequipa. Viví allá hasta los 17 años. Vine a Lima sin saber lo que quería ser; quería estudiar arte, pero mi papá no quería más artistas en su casa. Me fui a Estados Unidos, porque tengo una hermana que vive allá. Pero la tierra me llama”.

- “Soy más peruana que arequipeña, aunque mi ciudad me encanta. En EE.UU. hice el business college por dos años. Ahora me gustaría preparar un espacio para mí: tiempo, viaje, lugar; he descubierto la capacidad para expresarme a través de la palabra”.

- “Soy Fernando Zevallos Villalobos. Voy a cumplir 62 años. Nací en Lima. En el colegio ya hacía teatro. Acabé el colegio y seguí haciendo teatro. Me dedicaba al circo como aficionado, trabajaba en los circos como ayudante. En el 77 acabé el colegio”.

- “En enero del 78 ya estaba estrenando una obra de teatro profesional. Aprendí mucho con Aurora Colina, gran actriz, con Edgard Guillén, actor y director, y con un argentino que vivía acá: Jorge Flores. Estos tres personajes me educaron, me domesticaron de repente”.

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