Cronwell Jara Jiménez recibirá el Premio Casa de la Literatura Peruana. (Foto: Marco Ramón).
Cronwell Jara Jiménez recibirá el Premio Casa de la Literatura Peruana. (Foto: Marco Ramón).

Buenos Aires queda en Piura. Y fue donde el padre de los tres hermanos Jara Jiménez prometió que si iban a Lima, les compraría alas para volar. El mayor y el menor, los engreídos de la casa, lo creyeron. Pero el del medio no, el consentido de la abuela Ruperta, quien contaba sus historias de la sierra. “Yo no atraqué y se supone que tengo imaginación y fantasía”, recuerda Cronwell con nostalgia, hoy escritor de 69 años de edad y que el jueves 25 de abril recibirá el . Reconocimiento que antes ha sido entregado a autores como Mario Vargas Llosa y Oswaldo Reynoso.

A los seis años de edad pisó el asentamiento humano Mariscal Castilla, en el Rímac, distrito donde vive actualmente, adonde llegaron por iniciativa de su padre, un militar, técnico de traumatología y experto en jarras de chicha, que buscaba un mejor futuro para su familia. A esa edad le preguntaron qué quería ser. “Charro”, dijo. Dos años más tarde, la respuesta a la misma pregunta fue: “Aviador”. Y a los 13 años, le dijo a su padre que quería ser “escritor”.

La obra de Cronwell ha viajado por los paisajes de la poesía, el cuento, la novela, el teatro y los guiones de cine. Su relato “Hueso-duro” (1979), con el que logró el Premio José María Arguedas, y la novela breve Montacerdos (1981) sentaron las bases de quien hoy es un autor de culto con más de 20 libros encima y muchos más por realizar. “No te imaginas los pulmones y corazón que hay que tener”, me dice sobre el acto de escribir quien fuera gran pelotero y tremendo maratonista en el barrio. Sentados en el techo de una casona antigua de La Colmena y bajo un sol que quema como en Piura, empezamos esta carrera de preguntas y respuestas.

¿Qué magia encontró en Lima?
La magia más bella para un niño: jugar entre los árboles, acequias, bajo los matorrales, montando cerdos, mataperreando, inventando sancos, mi hermano menor yendo de excursión para cazar ratas: disparaba y acertaba el bandido. Esa infancia fue preciosa. En el barrio se juntaban todas las culturas. Llegaban ancashinos, la famosa señora arequipeña, los chinchanos, piuranos, huanuqueños. Había fiestas con yunzas, huaynos, música criolla. Los que llegaron a invadir fueron obreros, albañiles. Mi papá, quien felizmente sí tenía un sueldo, fue el primero en levantar una casa y el primero en recibir a los amigos de la calle que no tenían comida. Y mi mamá también fue muy noble.

¿Dónde estaba el referente para la escritura?
Ese era el mundo que yo veía. El mundo para escribir estaba en que por naturaleza, mientras todos jugaban, me iba a mi rinconcito, donde estaban mis cartulinas, témperas, acuarelas y hojas para escribir, y yo no me daba cuenta que hacía poemas o cuentos. Me gustaba leer libros y ahí encontraba, por ejemplo, la vida de Bolognesi. Y mi papá nos compraba cuentos para niños. Cuando le dije que quería ser escritor, siempre me apoyó.

¿En el barrio era el palomilla?
Tremendo futbolista, maratonista y 100 metros planos. Era el admirado. Me decían el atleta. Jugaba de volante de contención. Tenía pulmones para correr. Metía goles olímpicos. Me despedí con buenos goles porque preferí dedicarme a la literatura.

Esa vida de barrio fue insumo para libros como Montacerdos (1981).
Claro. En la universidad había el prejuicio de que el barrio era el lugar donde vivían los hampones. Pero en mi barrio no había ningún hampón. Todos mis amigos y vecinos eran obreros, carniceros, gente que te abraza cuando te ve, que te respeta. Con el paso del tiempo me di cuenta de que era un barrio pobre. Cuando estaba en la universidad descubrí que se valoraba las literaturas orales, la cultura popular, que también tiene su filosofía de vida. Y pensé que en mi barrio había historias que contar. Cuando llegamos al barrio, este recién estaba fundándose, no tenía ni un año. Las casas estaban con latas, cartones, palos cruzados para proteger el lote. Estaba la hacienda Muñoz, donde hoy es El Bosque, donde vivo. Había maizales, tomatales, árboles de lúcumo, pacae, uva. Y por ahí nos encaramábamos nosotros. En vez de montar patinetas, estábamos en los árboles, haciendo carreras de cerdos y cuidando que no nos muerdan. Estaban mis amigos el ‘Chivillo Lolo’, ‘Ojo de Pescao’, que después pasaron a ser mis personajes en la novela Patíbulo para un caballo (1989).

Cronwell Jara
Cronwell Jara

Se dice que el leitmotiv de la obra de Cronwell Jara es la nostalgia y el dolor.
Y las sensaciones. Si bien duele recordar a la abuela que ya murió, me gratifica ver su imagen, porque la veo sonriéndome, acariciándome y volviendo a escuchar sus historias. El cuento mejor escrito en el mundo siempre tendrá: nostalgia o tristeza o pesadumbre o melancolía. En “Tristeza” de Chejov hay todo eso. En “Warma Kuyay” de Arguedas también. En “Paco Yunque” por supuesto que hay dolor. “Calixto Garmendia” de Ciro Alegría, tremenda nostalgia, el chico lo dice: “Déjame que te recuerde ahora que se me agolpan todos los recuerdos, déjame que te cuente la historia de mi padre”. La nostalgia es fuerza, es la energía que te da la enorme capacidad de poder escribir una historia con ritmo, tono, armonía y melodía; y al final tienes un tono poético.

¿La poesía es la esencia de la literatura?
Es la esencia de todas las artes, solo que varía de forma según tu intencionalidad.

Su tesis (y luego libro) fue sobre cuentos para niños. ¿Cómo acercar al niño a la literatura o viceversa?
Necesitamos niños creativos e imaginativos. Viene desde el vientre de la madre: que le inculque melodías, que se lea en casa. Si al niño le das cuentos, estimulará su creatividad y entenderá que con la imaginación se pueden lograr muchas cosas. Debería haber un ministerio de la imaginación.

¿Qué nos da la imaginación?
Las herramientas para desarrollarnos en cualquier área. Antes se decía: “este es un loco, imagina mucho”. Esos necesitamos. Esos locos como Eienstein, Dali, Da Vinci. Sin la imaginación qué sería del hombre. Deberíamos estimular la imaginación para tener mejores científicos e investigadores.

Ingresó a San Marcos en el año 71, ¿cómo marcó ese momento en su vida y obra?
Todo eso que me dices ya está escrito en mi próxima novela Patio de letras. Son de mis años en San Marcos, del 71 al 85 y 93, cuando cae Abimael. No es una novela política porque siempre he detestado las ‘políticas’, sabiendo que todos somos políticos.

¿No fue parte de ningún grupo político? En el 71 estaba en pleno auge, sobre todo, la izquierda.
Adónde iba ir si había 30 mil versiones de la izquierda. Todos se mataban, unos con otros. Yo quería estudiar literatura, me dedicaba a leer. Por simpatía siempre estuve a la izquierda, pero nunca me sentí de ningún partido.

Pero todo lo que vivía el Perú lo vivía San Marcos.
Exactamente eso digo en la novela. El patio de letras es el Perú en pequeño. Ahí se discutía, se peleaban, había desapariciones. En mi novela no predomina lo político, sino las pasiones de los muchachos palomillas y de Croja, que es un papanatas que recién llega del barrio, que no entiende ese mundo. Croja (con c de Cronwell) era hombre de jerga y de huaynos. ¿Qué hacía ahí escuchando a Beethoven o Mozart? No entendía.

¿Se sintió menos en San Marcos?
Me chocó fuertísimo. Fui marginal casi toda mi vida.

¿El chico de barrio se adaptó al mundo intelectual?
Un día estábamos durmiendo en el suelo y sonaba una melodía de Beethoven. Eran todas las piezas antes de llegar a “Claro de luna”. Lindísimo disco. Y ahí dije: “ya me jodieron, carajo; ahora ya me gusta esta música clásica”. Y se mataron de risa.

¿La literatura le ha pagado bien?
Económicamente soy un escritor en quiebra permanente. Un escritor en el Perú vive nada más que de ilusiones. Hay que hacer muchos esfuerzos para sobrevivir. A lo mejor me vaya a vivir del campo, como agricultor.

¿Por qué ha pasado ello?
Las editoriales ninguna me rinde. Ninguna me ha dado una satisfacción rentable. Todo es ilusión. Parecería que yo gano dinero, pero no gano ni michi.

¿Y cómo le paga la literatura entonces?
La satisfacción enorme es que ya empiezan a leerme. Es lo más bello que le puede ocurrir a un escritor, que vale más que el dinero. Sientes que el lector te quiere. Un muchacho una vez me dijo: “es usted un mito viviente”. Yo me río. Hay un fervor que no me imaginé jamás. Pero las autoridades deben saber valorar que un premio (como el que recibirá) debe tener algo detrás y no lo hay. Me hubiese gustado que sí lo hubiera para poder dedicarme a escribir con más tranquilidad. Sin economía tampoco se puede escribir.

¿Es un hueso duro de roer?
Trabajando. Empeñándome en lograr un proyecto, como escribir 450 páginas, que como jugando me costó 14 años intensos.

Para esa empresa hay que ser un hueso duro de roer.
¡Carajo! Me dio pesadillas, insomnio. Pero estuve ahí, ahí. ¿Sabes por qué? Mi sobrino, que es de Educación Física, me dice: “Ya me di cuenta por qué resistes tanto, todo el día y todos los días del año y no te cansas. Ya me di cuenta cómo los demás se quedan en el camino y tú sigues. Porque tú has sido maratonista. Tienes respiración y aguante. Sabes aguantar la angustia, el dolor que te cuesta llegar a la meta”. Es exacto. Si la necesidad me obliga, me levanto a las 3 de la mañana y escribo. Estoy desde las 7 de la noche escribiendo y cuando me doy cuenta, son las 8 de la mañana. Escribe y escribe.

Correr y correr.
¡Oh! No te imaginas los pulmones y corazón que hay que tener. El amor grande por lo que tú aspiras, solo para llegar a la meta, que significa llegar a algo bueno para los demás, que quizá lo heredé de mi padre. Llegar a la meta es alegría, fiesta.

¿Llegar a la meta en la escritura qué sería?
Cuántas veces he salido al balcón, luego de haber hecho cuentos, para gritar ¡gol! No había a quién decirle “he hecho un cuento”, nadie me iba a entender.

Recibir el Premio Casa de la Literatura Peruana es como llegar a la meta.
Y por eso es que los amigos me abrazan y felicitan, porque sienten que el premio es como de ellos. El premio es gracias a ellos, así como a mi abuela y mis padres.

Cronwell Jara
Cronwell Jara

AUTOFICHA:

“Tengo 69 años, pero es como si tuviera 18, mi cuerpo no está cansado ni rendido; está gratificado y me siento con la plenitud del que ya conoce más técnicas, tiene más lecturas, experiencia. Y si me siento, ya no fallo. A mi compañera eterna Cecilia Granadino siempre le digo: ‘Estoy por hacer algo precioso’”

“He escrito más de veinte libros. Me falta hacer muchas cosas. Estoy por hacer la novela sobre Vallejo en Lima. Y estoy por hacer una novela sobre africanos en el Perú, acerca de palenques. Y tengo muchos cuentos, ahorita van a salir como cuatro libros”.

“Yo quisiera que Patio de letras salga este año. Creo que será lo mejor que tengo hasta ahora. Toda mi energía y experiencias de todo lo hecho se consustancian ahí. En San Marcos tengo lindísimos amigos, como Gonzalo Espino, Gisela Gonzales, Manuel Arrú y el mismo Hildebrando Pérez”.