En el imaginario cultural, el monstruo creado por el doctor Frankenstein es un ser enorme, de andar lento, con cicatrices en el rostro, cabeza cuadrada y pernos en el cuello. Una criatura torpe, que se hizo muy popular en la pantalla grande en la versión del cine clásico de monstruos, El doctor Frankenstein. En este filme de 1931, dirigido por James Whale, el actor Boris Karloff se encargó de posicionar un arquetipo del terror que aún se mantiene en nuestros días.
Hay decenas de adaptaciones y reversiones de la criatura. Algunas dan giros hacia la comedia como Herman, el papá Frankenstein de la serie de TV La familia Monster (1964); otras se acercan al público infantil, como en la saga de animación Hotel Transilvania. Incluso, en el anime Dragon Ball vemos a un personaje como el Androide 8, Octavio, réplica electrónica del monstruo clásico y arma secreta de la sanguinaria Patrulla Roja que, luego de conocer al héroe Goku, olvida su misión destructiva y abraza el camino del bien.
EN BUSCA DE ACEPTACIÓN
Pero, si nos remitimos a la novela original Frankenstein o el moderno Prometeo, publicada por la británica Mary Shelley en 1818, nos toparemos con que la criatura del doctor Víctor Frankenstein, armada con retazos de cadáveres y traída a la vida con la electricidad, es un ser sensible, que busca la aceptación de los humanos. Aunque este deseo fracasa debido a su monstruosidad. El propio científico describe en la novela la fascinación y rechazo que le genera su creación.
La escritora y artista plástica Rosario Cardeña también destaca el componente emocional de la novela de Shelley, y cómo esta historia plantea, además, una discusión respecto a la otredad y el rechazo social. “La criatura es un ser sensible y con un fuerte deseo por encajar. Sin embargo, su aspecto físico es una barrera para que el resto lo acoja. Este rechazo desencadena en él una sed de venganza, y un descontrol emocional y violento”, explica Cardeña a Perú21.
Perdidas ya su bondad e inocencia, la criatura se enfrascará en una serie de asesinatos sin control. Pese a todo el dolor infligido, queda en él espacio para el remordimiento. En el cierre del libro, el monstruo –solo y listo para terminar con su existencia– dirá lo siguiente: es verdad que soy un miserable.
CIENCIA FICCIÓN
La novela de Mary Shelley se encuentra dentro de las coordenadas del terror gótico y la fantasía. Pero, aparte de las atmósferas lúgubres y la vena sobrenatural, esta historia sirve como un antecedente para la ciencia ficción. La ambición del doctor Frankenstein por crear vida en un laboratorio y jugar a ser dios es un preámbulo de las narrativas posteriores que usarán a los avances científicos como una posibilidad para desarrollar tramas y conflictos.
En 2018, coincidentemente año del bicentenario de Frankenstein, el escritor José Güich publicó Universos en expansión. Antología crítica de la ciencia ficción peruana: siglos XIX-XXI, en la que reconoce la importante influencia de Shelley en este género.
La ciencia, entonces, ya ingresa en la literatura moderna como un elemento que manipula la naturaleza y saca a relucir la soberbia humana. La criatura que se sale de control y se pone en contra de su creador no deja de ser una metáfora de las consecuencias de la ambición del hombre.
Cardeña también reconoce la vigencia de esta novela en el siglo XXI. “El doctor Frankenstein parte de su propio sufrimiento y quiere controlar la vida – señala la escritora–. Pero su obra se le escapa de las manos y recién ahí se arrepiente cuando el mal ya está liberado. Nosotros tenemos una conducta similar. ¿Por ejemplo, qué ocurre con la inteligencia artificial? ¿Llegado su momento nos llegará a reemplazar o dañar?”.
Queda ahí la duda, por saber si de nuestras manos vendrá el futuro o la destrucción.