Desde el inicio de la narrativa, siempre hemos construido héroes que protagonicen nuestras historias. En la antigüedad, el héroe era un personaje impoluto, casi perfecto. Las historias helénicas están plagadas de dioses y semidioses. Fue recién más adelante que comenzamos a crear el antihéroe, como respuesta a humanizar más los protagonistas.

Estos antihéroes, si bien pueden ser bienintencionados, están llenos de defectos, carencias y vicios. Esta imperfección permite que la audiencia se empatice más con ellos, pues los hombres estamos, también, lejos de la perfección. Pero hay un peligro en la vanagloria del antihéroe. Enaltecer a bandidos, ladrones o estafadores como si fueran héroes populares distorsiona la brújula moral de la sociedad.

Hace poco volví a ver American Gangster, película de 2007 dirigida por Ridley Scott con Russell Crowe y Denzel Washington. Es un film basado en la historia real de Frank Lucas, un narcotraficante de heroína y jefe del crimen organizado en Nueva York entre la década de los 60 y 70 que llegó a acumular una suma multimillonaria y un ejército de súbditos.

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Estas características automáticamente lo deberían colocar en la posición del villano o de criminal; sin embargo, el personaje se gana el cariño de la audiencia porque les da trabajo a sus hermanos, lleva a su mamá a misa todos los domingos y le regala pavos en el Día de Acción de Gracias a los más pobres de la ciudad.

Algo no muy distinto sucede en el mundo real. Personajes insurgentes que, como representan a una clase obrera y están en contra del sistema, se salen con la suya para destruir la sociedad y el país en nombre de la buena voluntad o de la justicia social.

Se hace uso de una falacia lógica llamada argumentum ad lazarum, donde equivocadamente se presume que lo que una persona dice es cierto por su condición humilde o de pobreza. Por consecuencia, además, se llega también a la conclusión opuesta, donde todo lo que diga una persona que representa el sector opuesto es visto como una mentira rotunda.

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El antihéroe se ha salido de control. En tiempos de crisis, donde la moral de la sociedad está distorsionada, el país necesita héroes y heroínas que, con sus acciones, sirvan de ejemplo para las nuevas generaciones.

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