El escritor Eduardo González Viaña radica en EE.UU. Volvió para presentar dos nuevas publicaciones. (Foto: César Campos)
El escritor Eduardo González Viaña radica en EE.UU. Volvió para presentar dos nuevas publicaciones. (Foto: César Campos)

Nos advierte que no cumple con los requisitos del supuesto escritor. No fuma, no toma café y va a misa todos los domingos. Es escritor porque cree en Dios. “Es verdad, no es una pose”, subraya y añade: “Lamentablemente, no podré ser un escritor famoso. No tomo ni Coca-Cola”, tras lo cual suelta su contagiosa carcajada. Para Eduardo González Viaña, la literatura es como un apostolado, una nueva religión. Un acto de religiosidad, que empieza a las 5 de la mañana. 

Reside en , donde es catedrático emérito de Western Oregon University. El último fin de semana, estuvo en la Feria del Libro de Cusco, donde presentó el libro de relatos 'Siete noches en California… y otras noches más' (Lápix Editores, 2018) y la novela 'La frontera del paraíso' (Melquíades, 2018). Obras sobre hombres y mujeres que buscan la gloria en Estados Unidos. Textos que viajan con la muerte. Narraciones que te llevan de la mano y no te sueltan (ni quieres soltarte). 

De la muerte y la vida, en esta entrevista con el escritor trujillano. Nos recibe en su casa y antes de lanzar la primera pregunta, Eduardo me pide que lo tutee. Y le hago caso.

Me comentabas que en Cusco te acabas de enterar que padeces una dolencia al corazón.
No lo sabía y súbitamente empecé a tener dolores en Cusco. Me llevaron a una clínica y lo interesante es que el cardiólogo era también narrador, novelista. De manera que esto parece un cuento, urdido entre el médico y Eduardo (risas). Me diagnosticaron pericarditis. Tuve la suerte de ser muy bien atendido por los cusqueños.

¿Cuándo te has sentido más cerca de la muerte?
No sé cómo es la muerte. Será difícil conocerla completamente.

En La frontera del paraíso y Siete noches en California... ensayas con la muerte.
Generalmente en mis libros aparece disfrazada de una mujer muy guapa o como una anciana cariñosa. La vez que recuerdo estar cerca de la muerte fue en Teherán, cuando el shah había sido derrocado, pero la gente creía que seguía en el poder. Estuve en una manifestación en la que la Savak (fuerza de seguridad) disparaba y mató entre 200 a 300 personas. Yo estaba como periodista. En un momento determinado, vi cómo la gente caminaba hacia la muerte. Yo mismo no sabía en qué lado de la vida o de la muerte estaba. Solo atiné a acercarme a un muro. Alguien gritó: “Eduardo González Viaña”, y era un amigo. Y me sacó de ahí. Al parecer, la muerte no ha estado muy interesada en mí (risas).

¿Caminamos hacia la muerte?
Sí. A veces lo sabemos, pero nos hacemos los desentendidos.

Viaña
Viaña

Volvamos a la vida. En la primera vez que te fuiste a EE.UU., ¿qué llevaste en la maleta?
Las obras completas de Borges y Neruda. Llegué por primera vez en los 90, invitado por la Universidad de Berkeley para ser profesor visitante. El decano me dijo que, después del semestre, volvía a Lima. Han pasado 28 años. Ahora, tendría que decir que en esa maleta llevé a Vallejo, pero a él lo llevo en el corazón y en recuerdos. Cuando estos recuerdos se convirtieron en olvidos, comencé a recopilar los olvidos y se convirtieron en la novela biográfica que escribí: 'Vallejo en los infiernos', de la que se acaba de hacer una reedición en Londres. Un libro de más de 500 páginas”.

¿En esa primera vez en EE.UU. te sentiste extranjero?
En California difícil, porque todo el mundo habla español, que está avanzando en EE.UU., al punto de que la comida típica de California tal vez sean los tacos. Avancé a Oregon y llevo veintitantos años ahí y el español ha recuperado sus terrenos, como el mar, porque esa zona alguna vez fue de México.

¿Para qué escribir historias donde los personajes padecen por llegar a EE.UU.?
El castellano se abre camino, pero difícilmente. Gente como Trump está tratando de detener lo indetenible. Te cuento una anécdota: estaba dictando clase en la universidad, cuando llegaron dos agentes de migración. Buscaban a un estudiante, que lo tenía a dos metros. Me dijeron que era ilegal. Respondí que de mi clase no sale nadie e insistieron que oponerse era un delito. Repliqué que entrar a mi clase sin permiso previo es otro delito. Esperaron que acabe la clase. La terminé y los alumnos, que se dieron cuenta de la situación, empezaron a hacer preguntas y me demoré en responderlas. Pasaron tres horas, los tipos se retiraron indignados (risas). Al alumno que buscaban me lo llevé en la parte trasera de mi carro y le dije: no siempre te vas a encontrar con el profesor Eduardo González Viaña. Cásate con una norteamericana y se acabó el problema. Una semana después me tocó la puerta de la oficina y me dijo: “ya lo solucioné. Me he inscrito en la guardia nacional, me están entrenando y después me iré a Afganistán” (risas). ¿No habría sido mejor el matrimonio a la guerra? “No, profesor, eso dura” (risas), respondió. Así hay centenares, miles que viven angustiados, con temor a los agentes. Sin embargo, suscribo lo que dice uno de mis personajes: los hombres están hechos de esperanza y de barro, pero más de esperanza.

Pero en 'Siete noches en California' sueltas la frase “venir a este país es como morirse”.
La experiencia del exilio y la emigración es de muerte. Mueren tus recuerdos, muere tu gente.

¿Cómo se vive en tiempos de Donald Trump?
Con mucho susto. Pero también con mucha gente que es solidaria y rechaza su actitud. Me refiero a las 200 ciudades que han dicho que no van a obedecer las disposiciones contra inmigrantes.

Al final, ¿Trump no ha sido más ruido que nueces?
Trump es el triunfo del norteamericano que durante unos 20 años no pudo decir muchas cosas por ser políticamente correcto. Entonces, ahora puede hablar contra las mujeres, contra los gays, contra los latinos. Fue el triunfo de una minoría. Ese votante es blanco, muy pobre, tiene una educación inferior a la primaria y no puede explicar su pobreza. Trump viene y lo explica: los culpables son los inmigrantes. Así como lo hizo Hitler y algún candidato en nuestro país.

¿Qué le dirías a Trump?
Le daría la mano para que sepa quiénes somos y cómo somos. La única forma de vencer es avanzar hacia el enemigo y darle la mano.

Viaña
Viaña

¿Cómo entender la llegada de venezolanos al Perú?
Están aquí y hay que pensar en ellos. No creo en las consignas que dicen que no generan riqueza. El discurso de que quitan trabajo es una forma de ganar votos de parte de algunos irresponsables. Parece que el Perú hubiera retrocedido.

Quienes tienen este discurso contra los venezolanos, ¿cuánto se parecen a Trump?
En los treinta, en una de las naciones más civilizadas del mundo, un borrachito se paraba sobre las mesas de una cantina y proclamaba que todos los males de Alemania se debían a los judíos. Nos parecemos a eso: estamos siguiendo el ejemplo de Hitler y Trump. Espero que eso solo sea un mal sueño. La migración es un motor. El estado que más latinoamericanos tiene es Florida y si se independizara, sería un país con una economía similar a los países europeos. Lo mismo pasa con Texas.

Vayamos al principio de todo. ¿De dónde parte tu vocación por la literatura?
De adolescente no sabía jugar bien al fútbol. Tampoco bailaba bien. Pensé que el oficio donde era menos torpe era escribiendo.

Pero para escribir hay que tener ritmo.
Sí, es un ritmo interior. Lo tengo.

Y en la escritura también hay una estrategia de ‘juego’.
Y hay una obligación. La literatura no va a cambiar al mundo, pero me impone servir a causas sin las cuales la vida del hombre sería imposible.

Si la literatura fuera una cancha de fútbol, en qué posición te ubicarías.
El escritor debería ser un centro delantero, el que meta los goles.

¿Qué es meter un gol?
Sentirse satisfecho, sentir paz después de escribir.

¿Cómo saber si lo has logrado?
Cuando alguien te dice que leyó lo que escribiste.

¿Sientes que los goles que has metido son reconocidos en tu país?
No lo sé. Como decía García Márquez, escribo para que la gente me quiera.

Viaña
Viaña

AUTOFICHA:

“Nací el 13 de noviembre de 1941. Estudié Derecho y Literatura en la Universidad de Trujillo. Después hice estudios de Lingüística en España, y Etnología Andina en París. He publicado casi unos sesenta libros, algunos son invisibles acá. Tengo tres hijos, no me preguntes cuántos matrimonios (risas)”.

“Por suerte mis hijos no han seguido la desastrosa vocación de creador de historias. No estoy leyendo ningún libro, estoy escribiendo una novela histórica sobre Garcilaso de la Vega, centrada en un momento de su vida, el camino entre Cusco y el Callao”.