Eduardo Cesti acaba de recibir, del Congreso, la pensión de gracia.
Eduardo Cesti acaba de recibir, del Congreso, la pensión de gracia.

La soledad y el teatro han sido los compañeros de . Siendo adolescente perdió a su padre, al amigo que él hubiera querido tener. Y en uno de los mejores momentos de su carrera, sus hijos partieron a Francia y hasta ahora no ha vuelto a verlos. Pérdidas que han dejado huella en él y que noto en su mirada perdida, en sus labios resecos de tanto recordarlos.

Hoy tiene casi ochenta años de edad y dejó de actuar hace tres años. Afectado por la diabetes, perdió una pierna y estuvo a punto de perder la visión. Sus últimas actuaciones fueron en el filme Atacada: la teoría del dolor y la obra teatral El rey de las azoteas. Y, recientemente, el Congreso aprobó la pensión de gracia para Cesti y otros actores.

Esta entrevista comienza en un restaurante de San Miguel y los retratos los hicimos en el parque que está a unos metros de su casa, donde vive solo. Después de la última foto, se pone su gorro azul y lentes negros, se despide con cariño y se desplaza en la silla de ruedas. Lo veo partir y pienso que con él se va mi superhéroe de infancia, el mayor Gamboa, un clásico de la televisión peruana.

Creo que muchos se preguntan cómo está Eduardo Cesti.
De la cabeza bien, de la pierna mal, porque no hay. Pero con muchas ganas de trabajar.

¿Cómo se logra mantener bien a la cabeza?
Será porque puedo leer. Aunque sufrí mucho porque hubo un tiempo en que no podía leer. Pero llegó un ángel y me operaron. Encima, el ángel me regala gotas para los ojos. Me ve una vez al mes.

¿De dónde salió ese ángel?
Es una doctora. Yo estaba mal, no sabía qué hacer, ni siquiera la TV podía ver. ¡Y yo soy mirón!, ¡qué actor no es mirón! Encima, me gusta tomar fotos. Me vuelvo loco si me quedo sin la visión. Me encantaría ir a Madre de Dios y tomar fotos a los pájaros. Pero son sueños difíciles de cumplir.

Buenos, los ángeles siempre aparecen.
¡Sí, yo creo que sí! Y menos mal ya apareció otro angelito con la pensión de gracia que ha aprobado el Congreso (risas), lo que me da para poder respirar, porque no voy al cine ni al teatro por la incomodidad de la silla de ruedas.

Además, la ciudad no está hecha para las personas con discapacidad.
Sufro mucho por eso. Falta lógica, criterio. Las rampas son muy altas, veredas con huecos, personas a las que no les funciona bien la cabeza y se estacionan sobre la vereda. Y yo me pongo de un genio bravo.

¿Y cómo se mantiene el alma, el espíritu?
Ahí hay problemas, porque creo que el ser humano es creativo, y siempre te rondan las ideas. Para mí es difícil, porque el actor quiere crear. Nunca he ido, pero creo que es necesario hablar con un psicoanalista o psiquiatra. Adentro hay tristeza, pena. Vivo solo y extraño mucho a mis hijos porque están lejos. A ellos (hombre y mujer) se los llevaron muy niños a París. Los amo, los adoro y todos los días pienso en ellos.

En 55 años de carrera, ha pasado por La rica Vicky, Los de arriba y los de abajo, incontables obras de teatro, pero muchos recordamos con especial afecto Gamboa.
Fue un momento en que no había mucho cine. Lucho Llosa tomó el nombre del personaje de La ciudad y los perros e hizo la serie. Y se juntó con cineastas como Tamayo y Huayhuaca. Ellos escribían sus historias, pero también escribieron Alonso Cueto, Vargas Llosa. Era televisión, pero había gente que creía que era cine extranjero. Pero yo hubiera querido hacer más peruano a Gamboa.

Sus inicios fueron en los sesenta, en el teatro. ¿Llegó por casualidad o porque quería ser actor?
Arranqué en el 63. Yo quería ser actor desde niño. La sala de mi casa era muy grande y había un telón que separaba al comedor. Los cómicos del teatro de esa época iban a mi casa para ensayar. Mi papá era aprista y creía que a través del arte se podía educar a las personas. En casa éramos tres hermanos, yo soy el menor, el único loco.

¿Hay que estar loco para ser actor?
Hay un toque de locura. Eso lo decía Laurence Olivier, uno de los genios del teatro.

¿Qué más hay que tener para ser actor?
Eso nace. Querer hacer teatro y las condiciones están. De ahí hay que aplicarla y no parar de estudiar. Yo estudié en el Club de Teatro, aunque mi padre ya no estaba, porque me dejó muy chiquito. Pero desde el colegio yo veía un escenario y me volvía loco.

¿Se atreve a hacer algún balance de lo hecho?
Cumplí, seguí mi línea de conducta. Y ahora que salió la pensión de gracia, que uno se la merece. Pero me da pena que de los años que di más plata al Fonavi no tenga ni un cuarto con baño.

¿Y un balance más personal?
Soy feliz y le agradezco a Dios. Pero me faltó... Yo no tuve a mi padre de muy niño, siempre lo necesité. Quise tener al amigo y al padre.

¿Siempre se ha sentido solo?
Sí, desde niño...

El teatro ha sido su gran compañero.
¡Es verdad! Y luego vino el otro problema, a los cuarenta y tantos años, que se llevaron a mis hijos. Eso fue muy doloroso.

Tal vez ellos leen esta entrevista. ¿Qué les diría?
Que los amo con locura, que esa distancia ha sido terrible.

Si hubiera que pedir deseos para 2019, ¿qué incluiría en esa lista?
Volver a actuar. Y tengo unos fragmentos de unas obras en base a El canto del cisne de Antón Chéjov que quisiera realizar.

Ojalá que algún angelito lo haga posible.
Aunque mi otro sueño sería poder viajar a Europa para ver a mis hijos, porque ellos casi nunca me han visto actuar.

AUTOFICHA:

“Nací en Lince. Tengo 78 años. Estudié en el Club de Teatro de Lima y en el Instituto de Arte Dramático. Hice un tallercito con Alonso Alegría, en Argentina hice doblajes. En el teatro debo haber hecho unas 80 obras. De series y novelas en la TV no tengo una contabilidad, son demasiadas. Cine muy poco”.

“He hecho giras teatrales por todo el Perú. Eso sí, de dramaturgia no hice nada. Aunque amo la poesía. En la lectura he regresado a Hermann Hesse y a Julio Ramón Ribeyro, aunque de él me falta una obra de teatro: Los caracoles. De la TV, recuerdo con cariño Sea usted el juez”.

“Si volviera a nacer, elegiría otra vez la actuación. Y lo haría mejor (risas). Pero ya no se vuelve a nacer, Dios ya nos puso acá, ya te dio todo y chau, hay que dejar espacio para los otros. La actuación me ha dado todo, la felicidad, para sobrevivir, el cariño de la gente, que uno lo recibe en la calle cuando te saludan”.