ELLA

Pablo Cermeño

A la vez que Sara Bustamante aprendía cada detalle de la empresa, a Carla Rospigiliosi se le hacía más difícil continuar. Su estado emocional empezaba a ser un problema para el crecimiento acelerado al que se enfrentaba Soluciones Tecnológicas Rospigliosi. Mary estaba preocupada, Carla no solo cancelaba todas las reuniones con clientes potenciales, sino que también venía postergando ver a su nuevo socio capitalista, Víctor Villavicencio. Esto último había levantado sospechas en el sagaz inversionista. Es así que fue a buscarla sin previo aviso.

Al verlo entrar en la oficina, Mary intentó cubrir a su jefa, que no había ido ese día, diciéndole que se encontraba en una reunión fuera. Pero, Víctor, sabiendo que algo andaba mal, le dijo que esperaría por ella. La secretaria se dio cuenta de que estaba perdida, al intentar comunicarse con Carla y descubrir que su teléfono estaba apagado. No había manera de sostener su mentira, entró en pánico. Estuvo armándose de valor para explicarle la verdad a Víctor. Y cuando se dirigía hacia él para hacerlo, fue interceptada por Sara. “¿Qué pasa?”, dijo. Todos en la oficina murmuraban, pero nadie le contaba nada. Mary se lo dijo todo. De todas formas, Sara ya se había dado cuenta de lo mal que estaba Carla.

Sara no dejó pasar esa oportunidad. Víctor quería saber qué estaba pasando con su dinero, quería resultados, números. Ella era la contadora, así que estaba en toda la capacidad de hablar con él. Y eso hizo. Sara Bustamante salvó el día, se ganó la confianza de Víctor y la admiración de Mary.

Al salir de la oficina, Sara fue al apartamento de Carla, todos estaban preocupados por ella. Era de noche cuando llegó a Chacarilla. Tuvo que estacionarse a dos edificios del suyo, no encontró espacio. Bajó del auto y vio salir a Luciano, él no la vio. Parecía listo para ir de fiesta. Hablaba por teléfono, lucía feliz. Un auto se detuvo en la calle, Luciano subió en la parte trasera y partió hacia algún lugar.

Su instinto le decía que Luciano le era infiel a su amiga y que en ese momento estaba yendo a los brazos de su amante. Carla le había contado sus problemas maritales y de su casi certeza de que él ya no la amaba. Pero, se rehusaba a considerar que su esposo le era infiel. Segundos antes de tocar el intercomunicador, decidió que lo mejor sería seguirlo. Corrió de vuelta hacia su coche, lo encendió y dejó caer todo su peso sobre el acelerador.

Entró una llamada a su teléfono. Era Carla, lo pudo ver en la pantalla del auto. No contestó, toda su atención la tenía puesta en el coche que llevaba a Luciano. Carla volvió a llamar, tampoco contestó. Pero, le pareció extraño que insistiera. Se quedó pensando. “¿Acaso Carla la podía haber visto afuera de su casa? ¿Qué podría haber pensado de ver que ella había ido siguiendo a su esposo? ¿Cuáles eran las probabilidades? Lo que fuera, lidiaría con eso después”. Volcó otra vez su atención sobre la pista, pero no encontró el auto de Luciano, lo había perdido. Aceleró, sin darse cuenta de la luz roja que se había pasado, y estuvo a punto de ser embestida por una camioneta. Frenó aparatosamente, pero –sin dejar que eso la distrajera de su objetivo– siguió manejando hasta llegar a Barranco. Allí disminuyó la velocidad y fue con cuidado, observando en cada esquina y en cada bar por donde pasaba. Por suerte, ubicó a Luciano, que caminaba por la calle, fumando un cigarrillo.

Empezaba una canción de Pedro Suárez-Vértiz, cuando Luciano entró al bar. Se dejó embrujar por los violines, que parecían llevarlo por un camino de ensueño. Buscó en el lugar, con la voz de Pedrito casi susurrándole hacia dónde mirar. Hasta que la vio y supo que todo estaría bien.

Ya casi por entrar, Sara se preguntó si lo que estaba a punto de hacer, era lo que realmente quería. Ni siquiera lo dudó. Adentro, sus sentidos se agudizaron. Frente a ella, un mar de personas cruzaba de un lado al otro. Siguió buscando hasta encontrarlo. Luciano Del Carpio, el esposo de su nueva jefa y amiga, dándole un apasionado beso a esa voluptuosa pelirroja, al lado de la barra. Sacó su teléfono y empezó a grabarlos. “Infeliz, te tengo en mis manos”, pensó. Estuvo así un rato más, viéndolos acariciarse desde una distancia prudente, registrando todo en su equipo móvil, pensando qué haría con esa información. Hasta que supo cuál era el siguiente paso que tenía que dar. Guardó su teléfono y fue directo hacia la barra.

–Una copa de vino tinto –pidió.

–¿Malbec? –preguntó el chico de la barra.

–¿Tienes Pinot noir?

–No.

–Malbec está bien, entonces.

Sara se había ubicado al costado de Luciano, pero él aún no se había dado cuenta.

–Aquí tiene –dijo el chico del bar.

–Gracias –dijo Sara, levantando su copa–. ¡Salud!

–Salud –respondió el chico.

–Gracias, otra vez. Pero no le he dicho salud a usted –dijo Sara, amablemente, pero elevando la voz–. Le he dicho salud a mi amigo Luciano, que está acá a mi costado.

Luciano escuchó su nombre y al mismo tiempo que reconocía esa voz, sintió que las fuerzas se le iban del cuerpo. 

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