Decimonoveno capítulo de ‘A un lugar que ya no existe’, la novela de Julio Durán. (Ilustración de Mechaín).
Decimonoveno capítulo de ‘A un lugar que ya no existe’, la novela de Julio Durán. (Ilustración de Mechaín).

Se dieron cuenta de que en ellas podían conseguir licor y marihuana gratis. Billetes extra por un manoseo o una mamada. Alguien en el barrio nos contó que Perico y Trapo le entraban al cacaneo. A mí causa ahora le gusta la mostaza, échale harto a su sándwich. Y aunque, supuestamente, nunca pasarían de una mamada, varios intuíamos en el barrio que ambos, sobre todo Trapo, podían llegar más allá.

Lo que nadie esperaba era que un día se encontrarían en una de esas discotecas al papá de Jano.

—Tú lo ves a mi compadre Palomo, todo tranquilo, buena gente, pero igual a su jerma la reventó, le sacó la mierda cuando se enteró de que lo hizo cachudo. ¿Nunca la viste con el ojo morado y la cara hinchada? Esa comadre sí es tranquila. La cagó una vez y ya. La gomeó y ya, ahí quedaron. Ahora mi causa tiene que pasarle pensión a la flaca por los hijos. Pero la ex del Gato Flaco —aunque en ese tiempo él todavía la consideraba su jerma—, esa sí era loca. Le gustaba el golpe. Ahora mírala, se tira al huevón del Diablo, que, para concha, es casado. Yo solo le hice la rumba unos meses. Qué chucha iba a dejar a mi flaca por una tarada así. Al Gato lo vacilo, pero a veces nomás, sé que le jode, pero es su problema si se araña, pe. Para qué chucha se mete con una puta.

Perico juraba que no se había levantado al viejo. Nunca supimos si de verdad se lo llegaron a tirar. Lo único innegable fue que lo vieron en la discoteca, que se acercaron a él, que el viejo les invitó chela. Después todo quedaba en el reino de las voces del barrio, que transmitían y creaban emociones y realidades, todo de la nada, iban preñadas mitad de intenciones o deseos y mitad de hechos deformados, silenciaban formas de ser, reglaban la vida. No sé cuáles fueron las palabras de Trapo que provocaron a Jano una tarde en el barrio, el rumor estaba en el aire cuando jugábamos pelota, cuando nos juntábamos en la esquina que aún era nuestra. Recuerdo verlos trenzados sobre el suelo, dándose golpes, Perico mirándolos y riendo. Yo estaba callado, a unos pasos de ellos, esperando que todo terminara. La sangre que derramaron, la sonrisa de Trapo cuando algo finalmente logró separarlos, esa muestra carnal de su poder para humillar. Agarra a tu viejo, pe, causa. La palabra hiriente penetrando a Jano, que se marchaba de la esquina para no volver a hablar con nadie del barrio por mucho tiempo.


No había nadie en la casa cuando llegué y eso me puso nervioso. Se me había hecho un hábito llegar a casa y gritar un nombre, el de mi hermana o el de mi viejo, lanzar un grito a la casa vacía. La respuesta a mi llamado solía calmarme y romper el espacio de ausencia, de catástrofe acechante. Pero aquella vez no respondió nadie. Pensé, nervioso, que mi hermana se había llevado al viejo al hospital por algo grave.

Con el silencio de la casa, el bullicio de mis pensamientos se hacía insoportable. Estaba a solas con ellos, sin voces ni presencias, encerrado en una casa que se llenaba otra vez de falso silencio. Conexiones y relaciones obsesivas, imágenes intrusivas de posibilidades terribles se amontonaban en mi mente, liberando una corriente helada que subía desde la base de mi columna hasta mis sienes. Empezaba a perder el control de la respiración, como si el cuerpo tuviera un ritmo propio, como si deseara acelerar una huida.

¿Cuál era la fuente de esa ansiedad? ¿Por qué me hundía en ese centro oscuro? ¿Porque el mundo circundante se derrumbaba o porque nada de lo que había esperado del futuro se había concretado? ¿O porque al descubrir que mi padre tenía una familia paralela se constataba que mi vida estuvo marcada fatalmente por un camino del que tontamente me creí libre? ¿Porque haber traicionado a Mika me convertía en lo que había jurado no ser? ¿Porque no tenía control sobre nada en absoluto?

El mareo y la ansiedad me obligaron a buscar un punto de apoyo y me dejé caer en uno de los sillones. Otra vez caía en el abismo dentro de mí, esa sensación de no poder sostenerme en el mundo. Intentaba calmarme, mantener el control sobre mi respiración agitada. Cuando alguien tocó la puerta, la sensación de vacío y el terror interior se intensificaron, el golpe en la puerta sonó también dentro de mí, hiriendo mi ya escaso equilibrio. Un anuncio terrible, no podía ser otra cosa, un vecino venía a decirme que a mi padre le había pasado algo horrible al intentar bajar las escaleras, o que tuvo un ataque de asma, o de locura... Un presagio oscuro se anunciaba tras la puerta, pero aún así me puse de pie para encararlo.

Abrí la puerta —un objeto enemigo, la encarnación de lo imposible, la frágil barrera que me protegía del mundo— y me quedé completamente sin aliento. De pie frente a mí, vi a una mujer joven de aire descarado, sonrisa fácil y voz exageradamente refinada que pretendía transmitir seguridad en sus palabras, pero cuyos gestos y tono agresivos las volvían desagradable. Al comienzo no entendí lo que decía. Pero más impresionado me quedé al ver a su lado a un niño al que reconocí inmediatamente: el niño al que vi caminando junto al Cacho y Drilo, el que había volteado a mirarme.

—Nos han dicho que tocas guitarra —las palabras de la mujer empezaban a resultarme inteligibles.

Asentí con la cabeza mirándola fijamente.

—Mi hijo se ha encaprichado con que quiere aprender a tocar. ¿Tú das clases?

—No.

La mujer torció la boca y miró al niño.

—¿Ya ves? No es profesor —me miró nuevamente, habló ahora con un tono conciliador, casi bajando la voz—. Lo que pasa es que su papá no quiere meterlo en academia de música. Tampoco conocemos a alguien que sepa tocar.

Miré al niño y me dirigí a él:

—No soy profesor. Toco de oído. Aprendí por mi cuenta. Pero si consigues una guitarra, puedo enseñarte lo básico, lo poco que sé.

El niño no respondió, solo miró a su madre con gesto de satisfacción.

—¿Y cuánto costarían las clases?

Decimonoveno capítulo de ‘A un lugar que ya no existe’, la novela de Julio Durán. (Ilustración de Mechaín).
Decimonoveno capítulo de ‘A un lugar que ya no existe’, la novela de Julio Durán. (Ilustración de Mechaín).

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