Plano cerrado. Un bebé tiene una tablilla amarrada a la frente y está llorando. De esa forma se deforma el cráneo para que cuando sea mayor, el cabello caiga en libertad y su belleza cautive. Una costumbre ancestral del pueblo shipibo que está retratada en el libro de antropología Una ventana hacia el infinito. David, de 7 u 8 años, lo tiene en sus manos. La imagen lo impresiona.
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Esa estampa viaja a través del tiempo y hoy es la primera imagen de la que guarda recuerdo. Fue un espejo para saber quién era y de dónde venía. Reflejo que, finalmente, lo lleva a la fotografía.
Cerró 2024 con exposiciones en La Habana y Valencia. Y por estos días su muestra Retrato de mi sangre está en Nueva York y a fines de enero va a París.
También exhibe en Lima en la exposición colectiva Tejidos visuales, que reúne a estudiantes del instituto Toulouse Lautrec, donde también es alumno. Muestra que va hasta el 12 de febrero en la sede Javier Prado.
En su trabajo aborda, entre otros temas, la nostalgia, la identidad y la familia mirando al diseño kené del pueblo shipibo-konibo, de donde viene.
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¿En la infancia nace tu vocación por la imagen?
Yo diría que sí. Pero he vivido en asentamientos humanos y tengo esta relación con la cultura occidental, con las barriadas de los asentamientos recién creados en la época de los 90. Yo no he tenido una crianza en la comunidad sino en la ciudad. Entonces, tengo la influencia de revistas, periódicos, videos e incluso pinturas. Podría decir que soy un pintor frustrado; la mayoría de imágenes que puedo crear a través de la foto es referencia de las pinturas. Y así, a los 23, 24 años empiezo en el trabajo de la fotografía.
¿La ciudad te vuelve fotógrafo y el campo te hace artista?
Diría que sí. La ciudad me da las herramientas y lo que muestro es el campo.
¿Se podría afirmar que hay un boom del arte shipibo-konibo?
Muchos shipibos nos hemos expresado a través del arte. El shipibo es artista porque está ligado con la naturaleza, uno se inspira de lo que tiene en la naturaleza: de las hojas, de las texturas de los troncos, de las ramas de los árboles.
¿Y por qué no pasó eso antes?
Hay una transición de los 90 a los 2000. Muchos líderes shipibos trataron de abrirle paso a las nuevas generaciones. Líderes que han podido trabajar con organizaciones, logrando becas, apoyando con proyectos a las comunidades. Lo que se da ahora es el fruto de un proceso de transición de la lucha por mostrar la obra. Así tenemos a Sara Flores y lo que acaba de hacer con Dior. También tenemos a Sadith Silvano. Creo que la figura femenina es la que está resaltando mucho, abriendo paso y ayudando a que el pueblo shipibo-konibo sobresalga. Y hay personas y organizaciones que nos están apoyando. Y el shipibo mismo está creando esos puentes y tratando de mostrarse al mundo para darle una mayor relevancia a una cultura viva. El pueblo shipibo-konibo es muy artístico.
¿El arte shipibo-konibo es más valorado fuera del Perú?
Definitivamente. Incluso, podría decir que cualquier otro artista es más valorado afuera. Lo he visto. Sin embargo, también se ha tratado de construir, sino que es a paso lento, porque por ejemplo acá en Pucallpa no hay una escuela de fotografía, no hay dónde desarrollar las capacidades.
Qué paradoja: no se da una formación artística, pero el pueblo shipibo-konibo exporta varios artistas para el mundo.
Exactamente. Y los artistas que hemos surgido y que nos estamos mostrando afuera lo hacemos de manera empírica. Nos perfeccionamos en el proceso de haber descubierto nuestro arte. En mi caso, por ejemplo, recién estoy estudiando lo que me gusta, que es la fotografía.
¿Existe una sensibilidad shipibo-konibo?
Yo diría que sí, pero esa sensibilidad es la misma que transmite la naturaleza, y es a partir de ahí que se busca la forma de expresarse. Ahí nace la cerámica, surgen los telares. Y esa sensibilidad se puede perfeccionar. Es la naturaleza la que habla a través de nosotros.
¿En este auge cuánto ha sumado la comunidad de Cantagallo instalada en Lima?
Antes se hablaba del pueblo shipibo-konibo desde la Amazonía. Y esta comunidad en Cantagallo logra una presencia importante en Lima. Y desde entonces, cuando se necesita información, recurren a Cantagallo. Ha sido una presencia tremenda la que se nos ha dado a través de Cantagallo. Hay referentes y artistas que están en Cantagallo.
En una entrevista que diste para un medio cubano, dices que tu pueblo pasa por una transición. ¿A qué te refieres?
Las culturas son cambiantes y dinámicas. Por ejemplo, estamos ahorita en plena era de la inteligencia artificial y el reto es cómo adaptarnos, y algunos jóvenes en la comunidad tienen un celular. En ese sentido hay una transición.
¿El auge del que hablamos no pone también en riesgo la tradición shipibo-konibo?
Yo creo que la revalora. Personas como Sara Flores u Olinda Silvano están dejando un legado y creo que los jóvenes van a empezar a surgir con nuevas formas de expresión artística, influenciados por estas artistas. Ahora quizás salgan artistas shipibos que les guste la ilustración digital, pero que usen la cosmovisión nuestra.
¿Y hacia dónde vas tú?
Hacia crear un banco de imágenes del pueblo shipibo para no perdernos ni olvidarnos de dónde somos.
Autoficha:
-“Soy David Díaz González, tengo 32 años. Estuve en una pre de una universidad forestal. Me retiré antes de terminar la pre, porque no me gustaba. Me fui a estudiar Diseño Gráfico al Senati de Pucallpa. Pero quise hacer una película e intenté hacer un corto, pero no lo terminé”.
-“Yo empecé siendo audiovisual, quería hacer cine, quiero hacer cine, algún día lo haré. Lo aprendí de manera empírica. Y ya luego empecé a tomar fotografías, porque entré a trabajar a una universidad como asistente. Mi primera muestra fue en 2022 en el Cusco”.
-“Para 2025 quiero hacer uso del color en mi trabajo, pero tirado para lo analógico, un proyecto bastante contemporáneo. Ahora estoy estudiando fotografía en la Toulouse Lautrec, porque me inicié de manera empírica. Y ya tengo conocimiento incluso de antropología visual y fotoperiodismo”.
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