(Ilustración: Dalia Eccoña/Perú21)
(Ilustración: Dalia Eccoña/Perú21)

Para los amantes de la literatura es imposible no relacionar los días que vivimos con algunos escenarios similares que se narran en los cuentos y novelas. Ahí tenemos autores como Camus (La peste), Saramago (Ensayo sobre la ceguera), Defoe (Diario del año de la peste), pero esta vez hablaremos de un escritor más cercano:

En , el autor colombiano nos relata un exquisito pasaje de inteligencia, responsabilidad y compromiso frente a una enfermedad.

Ocurrió en los primeros años de Macondo, aquel pueblo donde todo podía pasar, cuando una extraña peste de origen extranjero sumió a José Arcadio Buendía y a su familia en una suerte de insomnio. Poco a poco el virus se fue expandiendo por las rurales calles del pueblo, sin distinguir a niños, hombres y ancianos. Nadie podía conciliar el sueño y las noches se hicieron eternas. Peor aún fue cuando el olvido comenzó a invadirlos, obligándolos a colocar los nombres de los objetos en pequeños papeles. En algunos casos, asaltados por el miedo, optaron por nombrar la funcionalidad completa. “Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”. Era su forma de luchar.

Y esa lucha consistió también en no contagiar a los demás. Para eso, el perspicaz José Arcadio Buendía reunió a todos los jefes de familia para informarles todo lo que sabía de la peste. Luego de ello idearon medidas para que esta no se expanda a otras poblaciones. La medida principal consistía en que todos los forasteros que, a pesar de las advertencias se atrevían a visitar Macondo, tenían que hacerlo haciendo sonar una campana. Este sonido funcionaba como una alarma para que los pobladores infectados no se les acercaran. Tampoco se les permitía comer o beber algo del pueblo. Si algo se sabía, era que la peste se transmitía por la boca.

El virus no se extendió más allá de sus fronteras. La cuarentena funcionó y al poco tiempo el pueblo daría con la solución a sus problemas.

Sin saberlo, García Márquez nos regala un episodio en el que la información y el compromiso se unen para un solo fin. Macondo apagó el virus y de paso nos daría una gran lección. No es tan difícil hacer lo mismo. ¿O sí?

“Tan eficaz fue la cuarentena que llegó el día en que la situación de emergencia se tuvo por cosa natural, y se organizó la vida de tal modo que el trabajo recobró su ritmo (...)”.


Cien años de soledad