Ciro Alegría Varona, filósofo y catedrático. (Fotos: Renzo Salazar).
Ciro Alegría Varona, filósofo y catedrático. (Fotos: Renzo Salazar).

*Recuerda la última entrevista que Ciro Alegría Varona le dio a Perú21. El filósofo falleció el último domingo 17 de mayo tras accidentarse y caer del segundo piso de su casa.

24-06-2019

Dice que ha aprendido porque ha sufrido. El primer sufrimiento fue el fallecimiento de su padre. Él tenía 6 años de edad y fue retirado de casa cuando el escritor se puso mal. Y no volvió en dos semanas, luego de que la muerte se había ido. “Me quedé sin crecer dos años, me volví el más chiquito del colegio”, apunta y asegura que aprendió sobre la prioridad de la vida.

Al final de quinto de media ya tenía claro que quería ser filósofo; antes su pretensión estaba orientada a la química. Hoy es decano de la Escuela de Posgrado de la PUCP, pero no ha dejado de dictar clases ni de trabajar en proyectos más personales de 5 a 7 de la mañana, todos los días. Y acaba de publicar el libro Adagios. Crítica del presente desde una ciencia melancólica (Petroperú), que ganó el Premio Copé de Oro de la VI Bienal de Ensayo 2018.

También toca el violín en la Orquesta de Cuerdas de la Escuela de Música de la PUCP. “Es la orquesta de más nivel en la que he estado. Y por un error feliz, sigo ahí. Pero me da gusto saber que estoy por razones musicales”, señala con la emoción de un niño.

A la filosofía se le puede ver como arrogante, hiperculta, rebuscada, pero él aclara que da autonomía, libertad y un sentimiento alegre de necesidad de servir a los demás, características que las refleja naturalmente. Una entrevista con Ciro Alegría Varona nunca será suficiente.

En Adagios usa una frase que me llamó poderosamente la atención: que el libro es fruto de sus tiempos para “pensar libremente”. Pensar libremente significa sin obedecer a ninguna utilidad conocida, sino cuestionando y replanteando la utilidad desde cero. Me refiero al carácter extraacadémico de la creación y no tiene la organización de producción de la investigación académica, que también hago. Adagios son fotos que he querido tomar a mis pensamientos a la hora de la ocurrencia, siempre intempestiva.

Este libro representa su primera aventura por el terreno del ensayo. Usted viene del mundo académico. ¿Es un debut que no da puntada sin hilo? Es una condición que no seguiré ocultando.

¿Por qué la ocultó? Porque toda condición es penosa. Yo creo que así también es la situación de los poetas y no es que yo pretenda ser uno. Ellos son así porque no pueden ser de otra manera. No son textos instrumentales.

Pero corresponden a una forma de sentir, a un momento. Por eso quizás están más comprometidos con la verdad que todos mis otros escritos. Hay una idea central que es mi apoyo, una frase de batalla: no hay vida verdadera en lo falso. Es una idea central de Theodor Adorno. Cuando tengo un momento de síntesis, intempestivo, lo anoto. Así nacieron las anotaciones que tengo y que empiezan con mis cuadernos escolares. Entonces, puede suceder que haga una segunda edición con más adagios.

¿Por qué no lo hizo antes? Durante años me he dicho: esto puede ser un libro, pero van a pensar que quiero ser un escritor y lo que yo quiero es dar razones, tener buenas ideas filosóficas.

¿Los escritores no dan razones? Suelen ser divos. Hay una especie de mercado de imagen, donde no importa lo que digan, sino tener su sitio en algún dominical o periódico. No tengo ganas ni deseos de ocupar un sitio de escritor.

¿O ha sido una forma de encontrar una voz propia lejos de la figura del padre? Al contrario, todos mis adagios son ofrendas de agradecimiento a mi padre. Yo me siento tan abrazado y feliz cuando escucho que las personas lo tienen presente. Imagínate que mi padre ha muerto hace 50 años y se acuerdan. Es una cosa muy bella.

Y la expresión el mundo es ancho y ajeno, como el nombre del libro de su padre, es casi un adagio. ¡Cierto! No había pensado en eso (risas). Quizá también hay cosas familiares en el peso de las frases. Mis amigos me dicen que siempre tengo expresiones ingeniosas, algunas muy viejas. Por ejemplo, “gallina que come huevo, ni aunque le quemen el pico”. Es bien sutil, aunque la imagen es brutal. Mi fallecido tío Arturo Alegría Mantilla me dijo varias, como “asiento caliente, ni de tu pariente”. O como cuando se casó mi tía Marujita, que ya falleció también. Se casó a los cuarenta y tantos, y en eso época eso era un fenómeno, y el tío abuelo de mi padre hizo el brindis y dijo: “Dios tarda, pero nunca olvida” (risas).

Libro ganador del Premio Copé de Oro de la VI Bienal de Ensayo 2018.
Libro ganador del Premio Copé de Oro de la VI Bienal de Ensayo 2018.

¿En usted alguna vez se aplicó eso de que “la letra entra con sangre”? No, yo he aprendido porque he sufrido. Siempre me ha producido una distancia crítica esos endiosamientos de la capacidad de matar, de la disposición de morir, del enfrentamiento con la muerte como una cosa que exalta a las personas. El martirio a mí no me impresiona. Me impresiona la dignidad del que quiere vivir y hacer que otros vivan pese a todo.

Tal vez cuando se conoce la muerte es que aprendemos a vivir. Lo que me interesa es el sufrimiento como capacidad de vivir enteramente dentro de la limitación. El que sufre tiene la fortaleza de sufrir, que es la forma más digna y merecida de la esperanza. Este es un libro contra la ilusión, contra la vana esperanza y en defensa del sufrimiento y la misma pena como formas fuertes de esperanza.

No hay que rehuir al sufrimiento cuando llega. El sufrimiento está lleno de canciones. Toda la poesía sale del sufrimiento. La felicidad no tiene ni canción ni poesía.

La felicidad podría ser como una superficie llana. El que dice que sabe es alguien que ya no piensa. Lo que se sabe se conoce, y lo que se conoce ya no se piensa. No inquieta. Un sabedor o conocedor de cosas no me interesa. A mí mismo, como persona enterada tampoco me intereso (risas).

Pero en este momento de su vida es imposible no saber. Bueno, he intentado estudiar y enterarme de muchas cosas. Mis seis años en Alemania fueron de biblioteca.

Dicen que “al que madrugada, Dios lo ayuda”. ¿Fue su caso en Alemania? Eso es más en Perú. En Alemania era un ciudadano de la república de las letras, porque me dedicaba solo a eso y a mi familia. Es un privilegio tener temporadas de estudio a tiempo completo. En el Perú he madrugado más que en mis estadías de estudio en el extranjero. Y esa frase podríamos matizarla con “no por mucho madrugar se amanece más temprano”. La laboriosidad, la disposición a instrumentalizarse no siempre es emancipadora. Hace una década era todavía más marcado el imperativo de entusiasmo, de optimismo, la represión de la melancolía. Entonces, esa pretensión de ser edificante en todo y de hacer cosas que sean provechosas es el típico estado de la persona desmoralizada y neurótica, las cosas las hace para aliviarse de algo, para conseguir otra cosa. Nada se goza de por sí.

Está la frase “el trabajo es progreso” y un complemento sería “tu envidia es mi progreso”. En Adagios pongo el dicho “el trabajo es progreso” para demolerlo. Las personas deben despertar del sueño falso de que todo es por algún objetivo, más o menos remoto, que será conquistado. El momento actual es más importante que la utilidad futura. El que cree que la política se hace para que el Perú sea mejor en 50 años, es un timbero. Es hoy, ahora hay que hacer la acción digna.

¿Y las famosas reformas dónde quedan? No deben ocultarse en el futuro, eso es huir. No deben procrastinar. No hay que vivir en el futuro, es peor que vivir en el pasado. Los devotos del futuro y los logros no entienden esta frase del evangelio: danos hoy nuestro pan de cada día. Eso es lo único que vale. La sociedad peruana está desmoralizada e intenta justificarse solo por resultados, por productos.

Entonces, ¿cómo progresan las naciones? Progreso en sentido económico y civilizatorio es una cosa buena, porque la modernidad sistémica alivia bastante a las personas, nos da más espacio para la libertad. En los países desarrollados el tiempo libre es mucho más respetado que acá. En el Perú la gente se queda trabajando hasta qué hora y nadie tiene derecho al tiempo libre. Eso es por falta de desarrollo sistémico, de desarrollo del mercado, de la producción, del orden público, del sistema educativo, de la salud. Todas esas cosas son buenas, pero les falta la sal, que es el desarrollo moral, que es la modernidad cultural. Hay sociedades donde todos tienen celular y actividad económica, pero no hay una persona moderna: que respeta su consciencia y se considera colegislador, que no acepta los hechos consumados, pide justificación, da razones, es responsable, es ciudadano y cogobernante de sus sociedad. Somos políticamente súbditos y en lo demás consumidores, agentes de un mercado que no cambia el estatus social. La verdadera igualdad viene recién con la formación de las personas modernas. Incluso, creo que presenciaré la destrucción de la universidad donde es más importante el prestigio y el puntaje. El prestigio no es virtud, lo tiene quien no se lo merece.

¿Qué es más importante que el prestigio? La autonomía, la perfección, la excelencia. El prestigio depende de la opinión de los otros. Es la fama, que se la lleva el viento, lo mismo que el dinero. Adagios es un libro antiautoritario, antipatriarcal, antipaternalista, antitiránico, antidespótico.

Es un libro anarquista. En realidad, es un monumento a mi abuelo anarquista, que fue seguidor de González Prada y Abelardo Gamarra. Lo que son los anarquistas en el Perú está subestimado, yo lo reivindico. El anarquista mantiene la vieja gran idea filosófica: no debemos acomodarnos a las razones que da el poder, debemos atenernos únicamente al poder de la razón.

Y mientras tanto, los adagios no pasan de moda. El retorno de la comunicación masiva por la frase breve es evidente. Tuvimos una época de texto largo, como una novela romántica de 1600 páginas, u obras musicales extensas. Hoy eso se ha atomizado.

¿La brevedad está bien? La brevedad siempre ha sido virtud. Lo bueno, si breve, dos veces bueno, eso es Baltasar Gracián. La brevedad es enemiga de la presteza, de la aceleración, de la precipitación. En menos páginas tienes más tiempo, los signos duran más. Mis textos son breves porque son lentos.

En la brevedad hay profundidad. Hay lentitud. Es la expresión sentenciosa.

¿Brevedad no es superficialidad? No, para nada. Quien habla breve, advierte. La abundancia es signo de complacencia. Se conoce a la persona por la brevedad de sus expresiones sobre sí misma. El excelente David Hume tiene dos autobiografías de muy pocas páginas; mientras que un arrogante e insoportable como Wagner, el de las óperas, tiene tres tomos de su autobiografía, cada uno de 1200 páginas (risas).

¿Una autobiografía de Ciro Alegría Varona cuántas páginas tendría? Yo creo que ninguna (lanza una carcajada). Mi autobiografía es muy aburrida, a mí me parece que no ha pasado prácticamente nada.

Mejor digamos que ha sido breve. Claro. El que habla breve pregunta, concita, espera respuesta, interpela, da lugar al otro a que diga algo, anuncia que está proponiendo intercambio de razones.

"No hay que vivir en el futuro, es peor que vivir en el pasado".
"No hay que vivir en el futuro, es peor que vivir en el pasado".

AUTOFICHA: - “Me llamo Ciro Benjamín Alegría Varona. Nací en Lima, tengo 58 años. He crecido, primaria y secundaria, en los Sagrados Corazones Recoleta y mi primer profesor de filosofía ha sido Huber Lanssiers. Al final de quinto de medio ya tenía claro que quería ser filósofo, aunque antes de ello quería ser químico”. - “Estudié Filosofía en la PUCP, donde me he licenciado con tesis sobre San Agustín. Me fui a Alemania, estuve seis años allá, en la Universidad Libre de Berlín. Terminé el doctorado, me vine y empecé a enseñar. Ya tengo 25 años enseñando. Hoy enseño Filosofía Moderna”. - “Actualmente, alisto más capítulos de mi libro académico proyectado, prometido y demorado que se llama Crítica de la Reciprocidad. Tardará un par de años, pero los capítulos ya los voy soltando como artículos en revistas. Y estoy muy feliz de que mi hija se haya licenciado de filósofa hace unos días”.