Cerca de Clarice salvaje

Nuestra columnista Katya Adaui publica una entrevista a la escritora Marina Colasanti, quien fue editora de la autora brasileña Clarice Lispector.
Sitio web HOY / R.C.

Por: Katya Adaui

Hace unos años, en Quito, conocí a la autora Marina Colasanti. Me preguntó quién era mi escritor más querido y le dije: Es paisana tuya, Clarice Lispector. Respondió: Yo fui su editora. La entrevisté como acto de amor, para no olvidar.

¿Cómo llegaste a ser su editora en el Jornal do Brasil?

Yo era subeditora de la parte cultural. Y nadie tenía el valor como para cuidar de ella, para ocuparse de ella. Y entonces: Clarice es tuya, Clarice es tuya. La miraba yo.

¿Por qué era muy dura?

No, porque era especial, porque era rara. Diferente.

Fue de las primeras periodistas de Brasil, de las primeras cronistas.

Cuando empezó, Clarice era muy mala. Se publicó un libro con las columnas que escribía, pero firmaba con el nombre de una actriz, un seudónimo. No tenían ninguna reflexión personal.

Cuando tú la conociste, ¿Clarice ya era Clarice?

No. Era una escritora para escritores. No era del gran público.

¿Sufría por no llegar al gran público?

No, no, no. Clarice ya había publicado en una revista muy sofisticada que se llamaba Senhor, era como una Esquire, una revista inteligente masculina. Clarice tenía un “Rincón de los niños”. Y esa revista era cara, no popular, pero ella era muy leída.

¿Y se dejaba editar?

Nooo. ¡Imagínate! Ni lo habría intentado yo. Lo único, Clarice tenía miedo de que se perdieran sus originales porque no hacía copias. Y yo le decía: Tranquila, hay una casilla tan solo para tus textos. Y copiábamos inmediatamente. Nos hicimos amigas. Ella tenía ese perro…

Uno al que amaba mucho, ¿no?

Creo que sí lo amaba, pero era un perro muy nervioso. Seguro absorbió los nervios de ella. Clarice lo llamó Ulises porque siempre decía que no veía a nadie, que no conocía a los jóvenes, que no estaba leyendo nada, y era mentira porque siempre había libros por todas partes en su casa.

Clarice decía: Cuando no escribo, estoy muerta.

Cuando no escribo estoy muerta y si escribo: qué lástima, qué peso. Una cierta capacidad de vivir, nunca la tuvo.

Melancolía.

No era melancolía. No encajaba.

¿Y con su trabajo en el periódico qué pasó?

Puede que no estuviera tan a gusto porque ella decía lo que hago no es crónica, no es columna. No sabía qué era. Eran fragmentos. Con ellos después construía sus libros, hacía un trabajo de collage. Es una lástima que no sepa –imaginamos que no lo sabe– el éxito que tiene hoy en día. Es llamada: La escritora brasileña.

¿La habría asustado?

Le habría encantado.

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