Carmen Ollé, escritora: “Me encantaban las telenovelas brasileras, como Eguren y Pilar Dughi”

“No adopto identidades. Escribo. Y siempre quise hacerlo. Primero, para expresarte, cuando eres muy joven. Segundo, cuando ya empiezas a leer a tus autores favoritos, para imitarlos y luego para superarlos. Y ahora, para darle forma a una historia”, dice la autora de ‘Amores líquidos’.
Carmen Ollé habla sobre su obra y la vida.

Ha probado varias artes. Se encerraba en su cuarto para escuchar música y pintar. Arrancaba las páginas de la colección de arte que su padre le había comprado y copiaba cuadros famosos. También estudió piano por mandato familiar: todas sus primas lo habían hecho, pero confiesa que sus dedos no corrían con eficacia para llevar el mismo ritmo del pensamiento, aunque le atraía la posibilidad. Con su hermano intentó cantar: él tocaba la guitarra y ella interpretaba a Violeta Parra. Mientras tanto, la literatura iba ganando terreno con el descubrimiento de la pintura surrealista e impresionista, frescos que venían con textos de Rimbaud y los poetas malditos. En aquellos 14 años, leía a Balzac, Dostoievski y Zola.

“Estamos acá porque al universo le dio la reverenda gana”, interrumpe su nieto de 12 años, que acompaña a la escritora de 72 años. Él asegura que ha leído Noches de adrenalina, conjunto de poemas publicado en 1981 y que edificó un hito para la poética peruana; y reconoce que ha ojeado Halo de la luna, novela corta editada en 2017, anterior a Amores líquidos (Peisa, 2019), la más reciente publicación de Carmen Ollé, que agrupa dos novelas breves y un relato. “Es mi ayudante”, lo presenta.

Los tres estamos sentados entre el Puente de los Suspiros de Barranco y una iglesia. Mira al templo, se confiesa y bromea: “No soy creyente ni creída”.

¿La literatura podría ser un acto de fe?

No, yo no tengo nada que ver con la fe ni con los dogmas. La literatura es un placer, sobre todo me gusta leer.

¿Aún hay resistencia al placer en general?

Lo que me parece que no está bien visto por la Iglesia y por los conservadores es el placer erótico. Claro, en otros ámbitos el placer de la lectura tampoco. Yo sé de varias personas, cuyas madres cuando las ven leer y les dicen: “¡Qué haces ahí perdiendo el tiempo, ponte a hacer algo productivo!”. Lo que produce dinero sí está aceptado, pero el ocio creativo es muy bueno para la salud mental.

Has probado piano, canto, pintura. ¿Por qué te quedaste con la literatura?

La lectura me transportaba a otros mundos, y eso era lo que yo quería: huir de mi mundo.

¿Qué había en tu mundo?

Me aburría. Quizá mi mamá era un poco represiva. Mi papá sí era más liberal. Sentía que necesitaba otros paraísos artificiales, sin usar drogas.

En ‘Le Malheur’ de Amores líquidos la protagonista dice: “Mis sentidos, mi fuerza, mi estado de vigilia lo había destinado a pensar”. ¿Dirías lo mismo sobre ti?

Me ha gustado mucho pensar, por eso recurrí a la literatura, pero cuando me he sentido completamente extrañada en este mundo, he leído todo sobre la evolución del universo y la vida; eso me hizo comprender qué cosa hacíamos acá.

¿Hoy pensar está devaluado?

Todos piensan, pero tal vez piensan en cómo emprender un negocio o en el futuro de sus hijos.

¿En qué piensas ahora?

En cómo cubrir las deudas (risas). Pero también en la muerte, en cómo la gente tiene fe.

¿Qué piensas de la muerte?

La muerte es similar a lo que ocurre antes de nacer. Damos una vuelta. Me encanta pensar en el cómo y la dificultad del porqué.

¿Por qué te vuelves escritora?

Yo no adopto identidades. Yo escribo. Y siempre quise hacerlo. Primero, para expresarte, cuando eres muy joven. Segundo, cuando ya empiezas a leer a tus autores favoritos, para imitarlos y luego para superarlos. Y ahora, para darle forma a una historia.

¿La literatura para qué sirve?

Para emocionar, enseñar y para entretener.

El entretenimiento a veces parece vedado en cierta literatura. ¿O no?

La literatura que te envuelve, te entretiene. A mí me emociona, enseña y entretiene las novelas de John Steinbeck: Las uvas de ira, Al este del paraíso.

En otro pasaje de ‘Le Malheur’ uno de los personajes dice que en ella conviven los gustos elitistas y plebeyos.

¡Claro! Porque a mí me gusta el cómic. Me encantaban las telenovelas brasileras y también las otras, como la de Juan del Diablo, una telenovela de formación. Esa es mi vena romántica. Me puede gustar eso, como Eguren, Pilar Dughi, los autores rusos.

Pero me interesan tus gustos plebeyos. Cuéntame más.

Los boleros cantineros (ríe). Los Panchos, algunos valses cantados por Lucha Reyes. “Ódiame por piedad, yo te lo pido” me encanta, aunque algunas feministas están en contra de canciones como “Mi propiedad privada”. Pero eso hay que tomarlo como la exaltación del momento erótico; cuando se dice “sí, soy tuya; sí, eres mío”, es una hipérbole.

En el último relato (‘El chofer’) de Amores líquidos se exalta lo erótico de una profesora por un chofer.

¿Y qué es lo que le atrae del chofer? Que es perseguido por la Policía, porque en esa perversión hay un interés, un despertar del sexo.

¿Dirías que lo políticamente correcto está matando esos terrenos para la exaltación?

No lo está matando. Siempre una parte del ser humano va tender a eso, mientras que la otra parte se reprime.

¿La perversión y la exaltación de lo erótico están más vinculadas a la juventud?

Y los mayores son los más perversos, en el sentido maligno. Hay novelas que traen eso, como las de Donoso, en El obsceno pájaro de la noche y El lugar sin límites.

Es decir, las personas mayores no pierden el erotismo.

Claro. Mi tía de 94 años sigue hablando de eso. Hay una manera de siniestrar a las personas mayores cuando se dice que ya no tienen derecho al erotismo. Y lo tienen y sienten.

¿Por qué el erotismo es un tema en tu literatura?

Hay de todo en mi literatura relacionada con el sexo. En Las dos caras del deseo es la vergüenza de una mujer mayor ante la belleza de una joven.

¿Eliges esa temática o solo aparece?

Debe haber también una tendencia maligna en mí. En ‘Le Malheur (La desgracia de no poder estar solo)’ la protagonista no es buena, le gusta fastidiar, burlarse, no es altruista, no elige la bondad. ¿Por qué tenemos que escribir de personajes buenos?

¿No poder estar solo es una desgracia?

Nadie puede estar solo y en silencio. La gente ya no se puede retirar.

Pero tú nunca has estado sola, ¿o sí?

¡No! Y aspiro a estar sola (risas), porque llega un momento en que los que te rodean son muy demandantes, tienen muchos problemas de ansiedad y eso me provoca ansiedad. Y al final, tienes que recurrir a los antidepresivos y ansiolíticos.

Cuando lo mejor es retirarse un momento, al menos.

Lo mejor es viajar y me encanta viajar en ómnibus. Hay que aprender a estar en el campo y hay que aprender a estar sola.

Cuando falleció el poeta Enrique Verástegui, en 2018, ¿sentiste que te quedabas sola?

(Baja un poco la voz). Pese a que estábamos separados, nos volvimos a encontrar cuando nació mi nieto. Mi hija y yo sentimos que Enrique era un referente de cariño. Cuando él se fue, sentí que algo bueno desapareció.

¿Qué dejó?

Un vacío. El vacío del padre y del hombre que fue mi compañero durante 10 años. Y al Perú le dejó toda su obra. Espero que las editoriales grandes se preocupen por editar sus ensayos, novelas y obra poética.

En el libro un personaje subraya críticamente que no ha conseguido nada. ¿Te cuestionas eso?

He hecho lo que he podido y no he hecho todo lo que debería.

¿Qué deberías haber hecho?

Estudié Educación y debí estudiar hotelería, turismo o astronomía. Me encantaría trabajar en un canal tipo Animal Planet.

¿Ser una de las escritoras vivas más importantes que tiene el Perú no te dice algo?

Nunca pienso en esas cosas. Quizá cuando muera, seré de esas escritoras que se ven a lo lejos, legendarias, ¿no? Hay muchos escritores que son importantes y aspiran a serlo.

¿No aspiras a eso?

No, yo vivo el momento y la pasión. Y ahora quiero tomarme un capuchino (ríe).

AUTOFICHA:

- “Soy Carmen Rosa Ollé Nava viuda de Verástegui. Nací en Lima, el 29 de julio de 1947. Nací el día del desfile militar (risas). Yo vivía en Lince y pasaban todos los tanques por la avenida Salaverry haciendo una bulla monstruosa y ya sabía que era mi cumpleaños”.

- “Quería estudiar Letras, pero me equivoqué y puse Educación, y ahí me quedé porque soy incapaz de hacer trámites para cambiar. Todo es tangencial en esta vida y así lo seguí yo. La escritura la aprendí leyendo. Enseñé 12 años en la universidad La Cantuta”.

- “Creo que he publicado 12 libros. Ahora no alisto nada, debo resolver problemas familiares. Pero voy a conversar con Germán Coronado de Peisa y capaz sale un proyecto interesante. Él me propone de qué puedo escribir (ríe). Y estoy dictando un taller de escritura creativa en el Fondo de Cultura Económica”.

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