“Pasé del sexo a las drogas”, dice entre risas. Empezó trabajando en salud reproductiva y el siguiente paso fue fundar Cedro, siglas que significan Centro de Información y Educación para la Prevención del Abuso de Drogas. Son 33 años en esta institución, pero con interrupciones cuando asumió la presidencia de Devida, la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas.

Su primera pasión estuvo en el cine, desde los 12 años, arte al que admite ser “adicta”. “Me da síndrome de abstinencia cuando no voy”, bromea la psicóloga que nació en San Isidro, fue a un colegio de monjas y se formó en San Marcos. Y explica que el cine le ayuda a entender la psicología de las personas. Ahora intenta retratar al otro en su primer libro Tiempos de escolta, un relato sobre la relación con su equipo de seguridad en su paso por el Estado en la lucha contra las drogas. Obra que será presentada este sábado, a las 8 p.m., en la Feria del Libro.

La menor de edad que se colaba a las películas de mayores también fue una rebelde. Nació con siete meses y se aferró a la vida. No aceptó la visión autoritaria de su padre, quien no quería que entre a la universidad. Y con la partida de su único hijo, el recordado fotógrafo y montañista Renzo Uccelli, se enfrentó a la muerte.

“Soy feminista”, se define sentada en su oficina. “Me fascina el gesto y la proximidad analógica con una persona”, añade mientras me mira imperturbable. Carmen Masías luce una chalina verde y trae el cabello cano, que revela sus 75 años. Tiempo que transita con intensidad y alegría.

-¿Por qué hacer un libro sobre su escolta?
Siempre había observado a la seguridad de otros con cierta curiosidad y, a veces, con cierta pena. No digo todos, pero veía que eran tratados como en una división de robots. Me preguntaba: ¿cómo hacen para estar con sus familias? Entonces, el libro está dedicado a ellos, porque son las personas que ponen el pecho por uno. Son héroes anónimos todos los días.

-¿En qué circunstancias han puesto el pecho por usted?
Fui amenazada de muerte cuando estuve en Devida. Fue a través de un escrito, muy bien escrito, que te hacía sospechar que podía ser gente muy pensante. Me llegó como parte de la correspondencia. Y la escolta se convierte en tu sombra. Por ejemplo, Óscar es uno de los protagonistas del libro y a él lo escogí para la escolta. Un infante de Marina que había luchado contra el terrorismo y que había visto morir a 23 de sus compañeros. Curiosamente, cuando llegué al gobierno, me dijeron que no lo tome, por hosco y duro. Pero fue a quien elegí.

-¿Era hosco realmente?
Ocultaba emociones. Muy inteligente. Conforme fuimos dialogando, me di cuenta de que tenía una riqueza enorme como persona. Cuando me contó su historia, entendí por qué era una persona que no sonreía todo el tiempo.

-¿Qué hizo cuando recibió esa amenaza de muerte?
Tuve temor. Pero uno aprende a vivir con el miedo y esa parte del aprendizaje, que es la adrenalina, no deja de ser interesante.

-¿Para vivir así fue que eligió la psicología?
Uno tiene, más o menos, un proyecto de vida. Pero creo que gran parte de la alegría de la vida es la incertidumbre, lo que llega y no lo esperabas. A veces me preguntan por qué fundé –con otras personas– Cedro. “Será porque tienes en tu familia personas que fueron drogadictas”, me dicen. No, simplemente porque tengo una energía que me involucra.

-¿Esa relación que cultivó con su escolta influyó en su trabajo diario?
La persona que es líder imprime a su equipo un tipo de conducta o de compromiso, como la puntualidad, que te lleva a no tener que poner la circulina ni meterte en contra o pasarte la luz roja.

-¿Evitó esas conductas?
La primera vez me aterré. Se metieron en contra, entraron a la vía del Metropolitano. Entonces, dije: “Un momentito, soy la persona más puntual. A no ser que nos esté persiguiendo un narco, acá no tenemos ni por qué correr, ni por qué usar la circulina”. Uno imprime una relación de firmeza, pero no verticalismo.

-Pese a su firmeza, ¿la partida de Renzo aún es una herida?
Es una herida que aprenderás a llevar en la vida, pero que no va a cerrar jamás. A pesar de mi amor por él, mi vida no se acaba. Entierro a Renzo un 14 de diciembre, porque se perdió en la avioneta el 7 de diciembre, y el 17 tenía un compromiso para dar una conferencia en el Congreso. Y ahí estuve. Daba clases en una maestría, no podía plantar a mis alumnos.

-¿De dónde sale esa fortaleza?
Me atrevería a decir que uno trae algo genéticamente.

-El carácter del padre, tal vez.
Sí, pero me inclino a pensar más en resiliencia de mi madre, quien fue la última de ocho hermanos; su padre murió cuando ella tenía 12 años y mi abuela salió adelante con una alegría enorme.

-Se rebeló contra su padre. ¿Hoy contra qué se rebela?
Contra la injusticia, la hipocresía, la doble moral, la intolerancia. En mi libro cuento que voy a la marcha del matrimonio igualitario y le digo a Óscar: “Usted me tiene que acompañar”. Solo me miró. Le presenté a toda la diversidad. Y me preguntó: “¿Cuántas cuadras más vamos a marchar?” (risas). En el carro, al regreso, yo le hablaba de la tolerancia y luego me dijo: “No me va a creer, yo he cambiado mucho mi machismo. Y ahora si voy a una marcha, ya no lo hago por obligación, sino por convicción”. Otro día le dije a Óscar que me acompañe al teatro. “Nunca he ido al teatro, doctora”, respondió. Será la primera vez, insistí. “¿Y si no me gusta?”, dijo. Se sale, no me voy a molestar, le aseguré. No pude ver la obra porque tenía que mirar la cara de Óscar mirando el teatro, porque, además, era sobre un desertor de guerra. Desde ahí, fue un asiduo al teatro.

-Óscar es casi como un hijo, Carmen.
Lo es. Nadie va a reemplazar a Renzo, pero de alguna manera tú sublimas la partida con el cariño a otras personas.

AUTOFICHA

“Nací en San Isidro, el 29 de abril, de 1944. Estudié Psicología en San Marcos. Tengo una maestría en Terapia de Familia. Estudié un doctorado de Psicología, no llegué a hacer la tesis porque justo coincidió con la muerte de Renzo. Y luego en Estados Unidos he seguido diplomados sobre desarrollo comunitario”.

“En cuanto al cine, mis películas imprescindibles son las italianas de la época. Fellini, Rossellini, Pasolini. Las puedo ver siete u ocho veces. Me encanta el cine libre norteamericano. A pesar de que admiro las tecnologías, no me gustan estas cintas de efectos especiales”.

“He regresado a estudiar piano. De chica aprendí piano y pensé que ahora iba a ser más difícil, pero el cerebro es muy plástico. Cuando uno no deja de aprender y se engancha en las cosas de la vida, el cerebro te responde. Por ejemplo, mi marido toca violín, aprende alemán, juega ajedrez y hace surfing”.

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