Cuando subrayo que en los últimos 10 años el rock y sus variantes, en el Perú, viven un episodio único y trascendental en su historia, también me refiero a la publicación de libros como ‘Demoler. El rock en el Perú 1965-1975’ (Planeta), de , originalmente publicado en 2009 y que ahora ha sido reeditado en una versión “corregida y aumentada”. Una obra de casi 400 páginas donde el autor revisa la historia de la primera generación del rock hecho en el Perú. 

‘Demoler' será presentado en la Feria Internacional del Libro (FIL) de Lima. Este jueves, a las 8 p.m. Merecido escenario para tremenda obra. Antes conversamos con Carlos Torres.

¿Dónde está la riqueza de esta primera generación del rock peruano?
Alcanzó un nivel musical inusitado: técnica y sentimiento.

¿Y en cuanto a discurso?
La movida subterránea tuvo un discurso muy crítico frente a la sociedad. Es más, yo estuve ahí. En el caso de la movida de los sesentas no tanto. Más bien, estuvieron inmersos y en el centro de una propuesta generacional, que se reflejó básicamente en la música en sí, no tanto en la letra. Hubo un dominio técnico muy grande, con grandes músicos y que estaban atentos a lo que estaba sucediendo en ese mismo momento en el circuito anglosajón. El gran valor es ese: estar a la par a nivel generacional de un movimiento que tuvo a la música como principal portavoz.

Demoler
Demoler

¿Qué tipo de profundidad tuvo esa primera generación?
Puramente musical. Ahora bien, hubo algunos que sí tomaron decisiones mayores, como irse a vivir en comunidad. Está El Polen. Pero evidentemente, en el caso de la mayoría, fueron brillantes amateurs con condiciones de músicos profesionales. Ahora, por ejemplo, Raúl Herrera de Los Belking’s me comentó que había tomado el micro de la Cocharcas-José Leal y que escuchaba cómo sonaba el ruido de las llantas con los baches y con la pista, y lo pensó como un patrón rítmico y ahí –me parece– se le ocurrió “Bólido de fuego”, un temón.

Claro, no se exige un rollo político, sino algo de fondo: la ciudad, la cotidianidad, pero algo más allá de la música en sí misma y de letras que solo adornen.
Ese es el problema con generalizar. Fenómenos culturales muy grandes están llenos de contradicciones y no solo en la música.

¿Se la creyeron?
¿Qué es creérsela?

Asumir que, por su talento, podían vivir de la música.
Según cada quien. Mucha gente lo vio como un hobby, mientras estudiaban en la universidad; y luego cuando se casaban, tenían que irse a sus empleos. Eso es lo que sucedió con varios grupos. Bastante gente que quiso hacer una música profesional tuvo que tocar en chifas, restaurantes o irse al extranjero. Pero no hay que culparlos. Nosotros no nos hemos visto en esa circunstancia.

¿Por qué todo ese talento musical se truncó?
Los dos últimos discos 45', del año 75, ya están en el rock progresivo. Cuando reinicia la cuestión en los ochenta, vuelve con el disco de Frágil. Y evidentemente, la movida subte tuvo un corte radical y se erigió como los baluartes del rock en castellano. Fueron parricidas de Frágil y de un montón de grupos peruanos de los años sesenta que cantaron en castellano. Ese es el contexto. Yendo a la pregunta: A Velasco se le culpa de muchos ‘crímenes’, la realidad es mucho más compleja.

¿Se puede decir que, entre las causas más importantes, estamos hablando de la coyuntura política, los mismos músicos y sus intereses y que el mundo cambió y las generaciones siguientes no se veían reflejadas en lo que aparecía?
Totalmente de acuerdo. Ahora, Velasco no prohibió el rock ni las matinales. Pero sí los músicos se sintieron arrinconados frente a un aire nacionalista que estaba en la época, porque habían nuevos sectores sociales que aparecieron en la escena pública. Por otro lado, a nivel global, hay un agotamiento de esta generación. No hubo una generación más joven que, por ejemplo, empezara a tocar glam.

Recién en los ochenta llegó a Lima el eco del punk 77 y el post punk.
Claro, pero con la reinvención del punk desde el rock subterráneo. Entonces, está ese tema global de que hay un agotamiento general. Es más, ves a la misma gente de los sesenta hacer sus peores discos en los ochenta. Además, ves cómo Pablo Luna se fue a tocar con Los Ecos y ves que los grupos de los sesenta que hacen rock, poco a poco, van incorporando ritmos tropicales, hacen discos 45’ con un lado nueva ola y el otro más tropical. Eso pasa bastante en los casos de grupos de provincia.

¿Dónde estaba lo genuino en esta primera generación?
Es tan subjetivo eso. Para mí el rock peruano no existe, existe el rock hecho en el Perú. Si existiera rock peruano solo estaríamos hablando de fusión, de El Polen, Los Mojarras, La Sarita. Sería un concepto restringido. Más allá de la perfección artesanal, que sí cuenta a la hora de valorar una forma artística, está la honestidad, en que te lo creas, que hay una pulsión que digas: sí lo está sintiendo. Y eso es lo que legitima esto.

Pero eso sí es bien subjetivo. Porque, por ejemplo, parte de lo genuino del rock subterráneo era que se trató de una reversión de algo que venía de afuera.
Porque lo sientes.

Pero lo ves, es objetivo.
Al rock subterráneo tienes que añadirle contexto político, letras, rollo y puesta en escena. En cambio en toda esta música (de la primera generación), no solo resiste la escucha sino es una escucha que te jala.

Cuando te hice la pregunta de lo genuino pensaba en El Polen y Los Saicos, que hallaron un sonido relativamente propio.
Muchos grupos encontraron un sonido propio, que no era copiado o calcado. Tienes a Los Belkings; Los Yorks, y con un desparpajo muy peruano; Laghonia, que del beat va acercándose a lo progresivo pero bien; Traffic Sound también; Zulu; Los Mad’s, que son de los grupos nacionales que mejor sonaban, eran los mejores músicos; Black Sugar.

Black Sugar es un caso muy particular. Yo sí creo que usa las herramientas convencionales del estilo, pero el cantante es excepcional.
Carlos ‘Pacho’ Mejía se pone a cantar a capela y es impresionante. Yo lo mando a Las Vegas (risas).

Y uno no entiende por qué hoy no es un icono de la música local.
Yo tampoco lo entiendo y es una de las mejores voces del Perú.

¿Cuál fue la influencia de la primera generación del rock hecho en el Perú en las generaciones que le siguieron?
Muy indirecta. Los de Frágil iban, por ejemplo, a los ensayos del grupo de mi papá (Carlos Torres Requena, músico de la época en Dr. Wheat. N.d.R., entre otros). También quedó We All Together, que dicho sea de paso era el emblema de lo pacharaco cuando estuvo en los ochenta. Sin embargo, lo más cercano a un power pop que se pudo dar fue el primer We All Together. El trabajo de Estanislao Ruiz Marino es importante. Hizo un fanzine en el año 72 y posteriormente hizo Rock del Sur, donde abogaba por un rock cantado en castellano, antes de que el rock renaciera en los ochenta. Gran parte de la gente que se formó en Rock del Sur luego fue crítica y activista en la etapa del rock subterráneo, porque la gente de Rock del Sur influirá en la movida subte. Además, quienes estaban en la primera hora de la movida subte era gente que escuchaba mucha música.

En los últimos 10 años creo que, más bien, hay una mirada mayor a esa primera generación y hasta, tal vez, se puede percibir cierta influencia en productos actuales.
Eso me parece importante. El rock nacional ha tenido varios periodos de silencio y discontinuidad. Pero es recién ahora que, gracias a internet, podemos conocer y darle continuidad a esa música.

Tu generación de la ‘jato hardcore’ le tuvo muchos prejuicios a la primera ola del rock hecho en el Perú. ¿Qué rol jugó tu padre para que conectes con los inicios del rock nacional?
Mi padre en lo absoluto. Él me contaba sobre esto y yo le decía: tú idealizas. Yo le pasaba mi música y evidentemente no la entendía. Para él, era ruido. Había una distancia generacional complicada. Los subtes tenían el prejuicio de que la primera generación solo cantaba covers y en inglés. Y eso es mentira.

¿Y cómo conectas?
Ya en los noventa. Por amigos y uno que me vendió el disco de Los Saicos. Y comencé a alucinar. Este libro tiene que ver con un tema personal: los sesentas, setentas es una de mis épocas favoritas en el siglo XX, de la historia universal. Fue una especie de renacimiento, que no la viví. Yo viví, por el contrario, una época muy gris. Yo no guardo nostalgia por la época del rock subterráneo por más pura que haya sido, porque a la vez fue ruda. ‘Demoler’ es una suerte de mansión que había que empezarla a construir y perderme en ese mundo, que lo he construido junto a los mismos músicos e investigadores. Ellos me dieron los ladrillos, yo puse el cemento.