Carlos Enrique Freyre ya alista su próxima novela. (Fotos: Marco Ramón)
Carlos Enrique Freyre ya alista su próxima novela. (Fotos: Marco Ramón)

“En Ayacucho, un hombre fue atacado, le cortaron los testículos. La Policía se encuentra investigando si se trata de una venganza personal o de una mafia de traficantes de órganos”, recuerda sobre una noticia que oyó en una radio local, tras lo cual ríe y agrega que “el Perú es un país de ”.

Carlos Enrique Freyre dice que es dos personas. Como escritor, construye historias y geografías que habitan en la ficción. Al mismo tiempo, es militar, lo que le ha permitido conocer de cerca la realidad del Perú y que, finalmente, también es insumo para “lo real maravilloso”, como él lo califica.

Estima que decidió ser escritor cuando leyó 'Papillon' de Henri Charrière. Tenía 13 años. Ahí se definieron sus dos vocaciones, porque marcó su deseo de la aventura. Asegura que no está diseñado para trabajar 35 años debajo de un techo. Prefiere viajar y saborear la distancia.

Viste un impecable terno azul. Tiene voz baja y delgada. Sonrisa tímida, contenida y prudente. En su actitud aparente hay serenidad y seriedad. Estamos en un café de San Isidro para hablar, entre otros temas, de su primer libro, publicado en 2010, 'El Fantasmocopio', y que en 2018 fue reeditado por Planeta, donde narra una historia tan descabellada como real: la creación de una máquina para hablar con los muertos que pone de cabeza a la humanidad. Freyre asegura que si ello fuera posible, él elegiría hablar con su abuelo. Y usted, amable lector, ¿con quién lo haría?

En la realidad pasan cosas que parecen sacadas de la ciencia ficción.
El Perú es un país de ciencia ficción, real maravilloso en muchos casos. Los patrones culturales que existen en el Perú son mucho más antiguos que el mismo Perú. Se han formado varias culturas milenarias y definitivamente ese paso queda no solo en lo racial sino en la construcción de las propias sociedades.

Son como voces ancestrales que nos siguen hablando.
Temas de idiomas, de apellidos. También está la costumbre y la forma en que se enfoca la visión de la vida en relación con el entorno geográfico y que se pierde un poco cuando la gente migra a ciudades como Lima. En el interior hay un tiempo que parece que estuviera detenido.

Imaginario que no debería perderse, ¿no?
Sí, pero también no se debe dejar a esa población en una situación vulnerable, de aislamiento. Se debe respetar la cultura local, aunque nos cueste. A veces creemos que por nuestros conocimientos somos mejores que los otros. Pero no es así. Es complementario.

Vivimos en los extremos: o imponemos nuestra visión o los mantenemos en el olvido.
Cuando la gente se vuelve citadina, entra a este ritmo, el otro lado pasa a un segundo orden. Hay muchos episodios, entre ellos la violencia senderista en las regiones del interior del país, donde si tomas un vuelo estás a 40 minutos. Siempre me ha llamado la atención cómo un país puede estar partido en tan poco tiempo de distancia. Y por eso que es importante escribir sobre lo que sucede en las entrañas del Perú.

Distancia social que el senderismo utilizó.
Sí, no es solo una distancia geográfica. La distancia se construye con los años.

Esas son las distancias más difíciles de acercar.
Dicen que la distancia es el olvido. Es una distancia mental, de corazón, como cuando uno deja de amar a alguien, deja de pensarlo en realidad. Es importante que no solo los oficiales viajemos sino que también los ciudadanos de a pie conozcan esa realidad.

Libro fue publicado en el año 2010 y ahora es reeditado por Planeta.
Libro fue publicado en el año 2010 y ahora es reeditado por Planeta.

¿Ser militar, de alguna manera, te ha acercado a la ciencia ficción?
Cuando salió ‘El Fantasmocopio’ lo catalogaron como ciencia ficción, pero entiendo que también tiene de real maravilloso por cómo la gente tiene esos códigos y la muerte es algo cotidiano que se tiene que resolver a través de una máquina. Me parecía importante cómo llenar los vacíos de la historia. Ni la historia ni la verdad existen si no se escriben. Todo lo que sabemos sobre el pasado y futuro es porque está escrito. Por eso me parecía importante que esta máquina se construyera.

¿Qué tan cerca de la muerte has estado?
Como todos (ríe prudente).

Me parece que las probabilidades de que un militar tenga experiencias más cercanas con la muerte son mayores.
La muerte en ciertos momentos se te hace un personaje cotidiano. He perdido varios compañeros. He estado en operaciones militares, pero no he sido el herido. El ejército es como un papá grande que tiene muchos rostros, uno amigable, de mucha disciplina, de guardar las formas, pero también te da mucha experiencia, no solo en el combate sino en el trajinar por el país. Una cosa es ir a cubrir una noticia cuatro a cinco días y otra es cuando vives ahí, que es cuando contemplas, analizas y te das cuenta por qué el cabello de la gente es de tal color; te sometes a la diversidad del país.

Desde afuera también existe la percepción de que el militar es una persona fría, curtida, que incluso no tiene capacidad de reflexión, que es casi como un…
Como Robocop. No, no. La construcción del país está basada fundamentalmente en visiones militares, entre ellas unir al país, por eso hubo muchos batallones de ingeniería que construyeron carreteras. Los soldados en general y los policías son el reflejo de sus propias sociedades. Los oficiales de mi generación tenemos esta percepción porque el país también ha cambiado.

Incluso, muchas veces, hay una oposición del arte hacia la figura de lo militar.
Sí, pero ser militar no te corta esa vena. Más bien, al contrario, hace que tengas más elementos de juicio para construirla. El país visto desde el helicóptero es una cuestión fastuosa.

Hay autores que se construyen por oposición al militarismo.
La literatura es el ejercicio de la libertad. Hay escritores que sienten que un régimen militar les podría quitar esa libertad. Yo no creo que sea así. El militar tiene que ingeniárselas para resolver los problemas a los que se enfrenta. Tiene que proteger poblaciones, lograr que la vida sea viable en ciertos lugares. Casualmente, mi novela anterior ‘La guerra que hicieron para mí’ cuenta la historia de Amador Ocampo que hizo un muro de madera para salvar a la gente. Los discursos militares de los años sesentas, setentas son muy diferentes a los de ahora. Hoy tenemos otros elementos que combatir como sociedad. Hay que mirarnos a los ojos.

¿Por qué elegiste ser militar?
Circunstancias familiares. Varios tíos míos han sido oficiales y curiosamente escritores. Soy sobrino bisnieto de la escritora tacneña Carolina Freyre. Era hermana de mi bisabuelo. Ella se casó con un diplomático boliviano y su hijo es Ricardo Jaimes Freyre, quien es el mayor representante boliviano de las letras.

¿Qué tiene en común ser escritor y militar?
La capacidad de llegar al corazón de los problemas y exponerlos a la sociedad que no tiene la oportunidad de llegar a esa parte.

¿‘El Fantasmocopio’ es una suerte de respuesta a la muerte?
Cuando la muerte deje de ser la muerte, tal como la conocemos, habrá toda una legislación al respecto. Eso es lo que trata de demostrar el libro, la gente comenzará a administrar la muerte.

¿Llegará ese momento?
No te lo podría decir. Pero cuando Julio Verne escribió sobre la llegada del hombre a la luna, entendía que eso podía pasar.

¿Crees que la muerte es solo un tránsito?
Voy a repetir lo que dicen los cubanos: “no creo en brujas, pero de que vuelan, vuelan” (risas).

¿Qué máquina te gustaría crear?
Una máquina para medir el dolor. No existe algo así. Ayudaría mucho a la humanidad.

El personaje principal del libro, Teófilo Bernabé, de alguna forma no encajaba en la sociedad. Al ser escritor y militar, ¿te ha costado adaptarte?
Esta carrera exige que te adaptes a todo, de una situación de aparente tranquilidad, a un momento de muchísima tensión. Estuve en el estado de emergencia en Lima con Toledo, en el Andahuaylazo y Baguazo.

Carlos Enrique Freyre, escritor y militar.
Carlos Enrique Freyre, escritor y militar.

Ahora que estamos con el tema de Las Bambas, ¿qué se hace frente a esas circunstancia?
Bien difícil ser empático porque el Estado necesita recursos. Pero una vez un nativo me dijo esto para entender la visión del otro respecto a lo mismo: es como que te digan que a tu mamá le meterán un tubo en el estómago y que por eso te van a pagar. Estoy casi seguro de que nadie aceptaría. Aunque por ahí siempre hay un desalmado.

Es la madre naturaleza.
No te van a aceptar que le hagan un hueco a esa madre. Hay una serie de discursos conexos, pero fundamentalmente lo que siente el hombre es eso. No hay forma de lidiar con un argumento de esa naturaleza, pero tienes que entenderlo y me parece que debe haber pluralidad y la comprensión del otro.

Lo que hablamos al inicio, todo este imaginario ancestral.
Uno de los fracasos de Sendero en esas regiones se da en función a haber roto esos esquemas. Haber destruido, a través de la violencia, referentes milenarios.

Paradójico porque también fue uno de los errores del Estado.
Sí, fue un error estatal mirar el número solo en el papel. Es un tema que demora años y visiones cortoplacistas no funcionan. La condición esencial para ser escritor es tener buena memoria. Y sí siento que el Perú ha cambiado, me acuerdo del Perú de los ochentas y noventas, y siento que hoy es un país con la libertad suficiente para elegir lo que quieras ser, de tener una vida digna en base a tus estudios, esfuerzo y trabajo. Pero es cierto, nos falta mucho.

En algún momento pasarás al retiro en el Ejército, pero la literatura seguirá. ¿Esencialmente eres escritor?
Al final voy a ser dos personas. No sé si es lo que he elegido, pero es lo que ha pasado conmigo en el transcurso del tiempo. Hay circunstancias que construyen a los hombres. Este país tiene muchísimo que relatar, hay edificios de relatos. Dicen que los hombres empezaron a perder su vínculo con la naturaleza cuando se inventaron los zapatos, porque dejaron de palpar la tierra. Es necesario tener contacto con la naturaleza. Por ejemplo, no podría escribir una novela sobre médicos, porque hay que estar metido en el hospital.

¿’La ciudad y los perros’ es una novela que hubieras escrito?
No sé (risas). He analizado la parte del teniente Gamboa, sé quién es y me gustaría ser el teniente Gamboa, por la visión del oficial perfecto que construyó Mario Vargas Llosa. Lo describe bastante bien y hasta reglamentariamente.

¿No te identificas con el poeta?
Por escribir cartas (risas). En la escuela militar escribía cartas, pero no para mi novia sino para las novias de otras personas. Un oficial me dijo después que, por favor, no vaya a mencionar el tema de las cartas porque gracias a esas cartas se había casado. Me ligó la de cupido (risas).

AUTOFICHA:
“Soy Carlos Enrique Freyre Zamudio. Nací en Lima, en 1974. Estudié el colegio en Camaná, Lima y Moquegua. Ingresé a la Escuela Militar de Chorrillos y salí en el año 2000. He estado en casi todas las regiones del Perú. He seguido más estudios, pero dentro de lo militar. Y la escritura creo que es innata”.

“Papillon de Henri Charrière y El undécimo mandamiento de Jeffrey Archer son libros que me marcaron. Me dieron la convicción de ser escritor. Estoy leyendo Frankenstein. Leo desde Lumbreras hasta Rosario Tijeras. Leo cosas muy dispersas, que me ayudan en la investigación”.

“Escribo una novela sobre un chico que estuvo secuestrado 12 años por Sendero. Basado en una historia real, terrible. Donde lo secuestraron queda a 45 minutos en avión y estamos hablando de 1993. Saldría al próximo año. Siempre se quiso escapar, pero esperó el momento adecuado para tomar esa decisión”.