A Angie de la Cruz le diagnosticaron cáncer y hoy es voluntaria de Ponle Corazón.
A Angie de la Cruz le diagnosticaron cáncer y hoy es voluntaria de Ponle Corazón.

Fue paciente y ahora es voluntaria. A los 12 años de edad, le detectaron y hoy, a los 19 años, controló la enfermedad. Su mamá falleció cuando ella era una niña, con apenas 7 años. Hija única, su padre es su razón de ser. Angie de la Cruz, natural de Moyobamba, nos recibe en el albergue donde vivió, vestida con los colores de la colecta Ponle Corazón, que se realizará este 18 y 19 de julio, en 21 ciudades del Perú. Valiente, elocuente e inteligente, frente al cáncer no solo puso corazón, sino también mucha garra.

¿Qué te ha enseñado el cáncer?
A disfrutar cada segundo de la vida, a vivirla al máximo. También me ayudó a conocer más la vida y a personas maravillosas. Obviamente, al principio no fue nada fácil. Estuve en tratamiento casi tres años. Hoy estoy estable, en controles cada seis meses y, como me dice el médico, soy un “milagro”, porque muchos amigos del albergue han fallecido; son pocos los que han superado el cáncer.

Además del tratamiento médico, ¿por qué crees que pudiste superarlo?
No ha sido una lucha solo mía. Haber estado en el albergue me ha ayudado. Ver superarse a otros pacientes me daba mucha motivación. Si bien yo estaba sola acá y mi familia en San Martín, sentí el apoyo de la Fundación Peruana de Cáncer.

Cuando te detectaron la enfermedad, ¿qué pensaste?
“Voy a morir”, era lo primero que se me venía a la mente. Estaba confundida, tenía mucho miedo. Me hacía muchas preguntas. Cuando me iban a dar el alta y no tenía dónde quedarme, a mi tía le dijeron que había un albergue de la fundación, donde iba a tener alimentación y personas que me cuiden. Al principio sentía miedo de estar sola, pero veía chicos de mi edad que estaban recuperándose y eso también me motivaba.

¿Tu fortaleza interior de dónde vino?
Son las ganas de querer vivir. Mi papá de chiquita me ha enseñado a ser valiente. Él me decía: “Tú siempre vas a vencer los obstáculos de la vida”, “tú tienes que ser fuerte si te caes”, “yo estoy contigo”. Pese a que no estuvo cerca de mí, porque vivía en Moyobamba, fue mi fuerza para seguir adelante. Soy su única hija. Mi padre es mi motor y yo soy el suyo.

¿Y ahora qué te dice él?
Que soy lo único que tiene en la vida. “Eres lo más preciado y valioso, y jamás quisiera perderte”, me dice. A veces ya no quería que me pinchen o nada del tratamiento, pero pensaba en mi papá y reflexionaba que por él debo luchar y salir adelante, para darle esa felicidad y no dejarlo solo. Mi mamá falleció de sobreparto por un hermanito que también murió. Ocurrió cuando yo tenía 7 años. Entonces, mi papá y yo estamos ahí para darnos fuerza.

¿Qué le dirías a una persona que le diagnostican cáncer?
No hay que deprimirse. Lo primero que debemos decirnos es yo puedo, yo quiero vivir. Quizá no hay recursos, entonces buscar ayuda. Lo más importante es no decaer, porque el cáncer es una enfermedad que si tú quieres, la puedes vencer. Es muy emocional. Muchas personas se deprimen por su cabello o por el qué dirán los amigos, pero son cosas secundarias, que no interesan. Lo importante es cómo te sientas y que tomes la decisión de estar bien y de vencer este mal.

También hay que tomar acción en la prevención.
Así es. Hay que hacerse chequeos anuales, la Liga Contra el Cáncer también te ayuda en la prevención. Los síntomas del cáncer son muchos, pero si te sientes débil, mal, con fiebre constante o síntomas fuertes, lo más recomendable es hacerse chequeos. A veces, por miedo a descubrir un cáncer, no te evalúas. Hay que ser responsables con nuestra salud.

¿Por qué es importante ponerle corazón a la campaña?
Para mí no es una simple lata. Es vida. Y que no quede solo en palabras, porque al donar estás salvando la vida de muchos. Ponerle corazón es ayudar a las personas que realmente lo necesitan, que están en esta lucha constante. Es darles seguridad, es regalarles una sonrisa, decirles que no están solas. Es decirles: “Yo estoy contigo, tú vas a estar bien, vas a vivir”. A pesar de que mucha gente dude o critique.

El escepticismo persiste.
Antes, cuando tenía el cabello corto y usaba mis gorritos o pañuelos, también salía a recolectar porque quería que la gente vea que esta ayuda sí va para personas que lo necesitan. Los que hemos ganado esa batalla podemos certificar que es gracias a la colecta que se hace cada año.

¿A qué le tienes miedo?
Hace unos años te hubiera dicho que a la muerte. Pero ahora le tengo miedo a la tristeza que pueda causarle a las personas que me quieren ver bien.

¿Qué te emociona?
Poder estar con mi papá. Ya se vino a Lima a vivir. También me emociona hacer voluntariado y estudiar Comunicaciones, porque quizá más adelante puedo ayudar a más personas. De alguna forma, haber tenido cáncer es una bendición, porque me enseñó a valorar más, a vivir con coherencia, al máximo y haciendo feliz a los demás. Todo valió la pena, porque también se abrieron puertas: terminé el colegio bien, fui becada en la universidad y he conocido a voluntarias que fueron como mis mamás.

¿Cuál ha sido el momento más bonito en este proceso?
Cuando me hicieron mi fiesta de 15 años en el albergue. En esa época recién estaba superando la enfermedad. Fue una de las cosas que me marcaron positivamente en mi tratamiento.

¿Y qué extrañas de tu tierra, de Moyobamba?
La gastronomía. Ha sido muy difícil adaptarme a la comida, una de las cosas más complicadas, además del clima. Yo quería comer mi juane y mi tacacho con cecina. Imagínate, estuve tres años sin probar nada de la comida de la selva. Pero eso sí, llegué a comer tacacho a escondidas (risas).

AUTOFICHA:
“Siempre he sido una chica aplicada, primer puesto, delegada. En algún momento quise ser oncóloga. Me sentí identificada por el proceso que me tocó vivir. Pero también he jugado vóley hasta antes de la enfermedad y pensé en dedicarme a ello. Al final, se impuso que también me gusta un montón comunicar”.

“Siempre he sido una chica aplicada, primer puesto, delegada. En algún momento quise ser oncóloga. Me sentí identificada por el proceso que me tocó vivir. Pero también he jugado vóley hasta antes de la enfermedad y pensé en dedicarme a ello. Al final, se impuso que también me gusta un montón comunicar”.

“Me encanta dibujar. Mi papá me enseñó. Me gusta escribir, desde poemas hasta testimonios. Tengo más de 100 páginas escritas sobre todo lo que me ha pasado, todo lo que sentía y mis miedos. Lo escribí para mi mejor amiga que estaba mal y finalmente falleció. Quizá algún día se convierta en un libro”.