Andrés Prado, guitarrista y compositor limeño que le rinde tributo a Barranco. (Fotos de Hugo Pérez).
Andrés Prado, guitarrista y compositor limeño que le rinde tributo a Barranco. (Fotos de Hugo Pérez).

Sus casas, el mar, las calles, esas esquinas que son poesía, aquellas paredes que te narran historias. Sus pintores, poetas, músicos, danzantes. El jazz, el flamenco, los ritmos afroperuanos, las sayas, los tangos. Sus días y sombras. Así es y así es ‘Barranquino’, el nuevo disco de Andrés Prado, su manera de rendirle tributo a la magia del tradicional distrito limeño.

Empezó a los 4 años de edad tocando piano, pero fue un fracaso. Era muy rebelde. Resbaló por el violín, charango, quena, zampoña y cayó en la guitarra, que él afirma que no es fin sino instrumento. De abuela y madres pianistas, hermana violinista, él no se define como músico. “La guitarra me acompaña hasta el momento. Si me quedo sin tocar, terminaré dibujando o escribiendo poesía”, señala el guitarrista y compositor que esta noche presenta su décimo álbum, en el Jazz Zone, que está en la Av. La Paz 656, Miraflores. A las 10 p.m.

Para entrar a su casa, hay que dejar los zapatos afuera. Precisa que es básicamente una regla de higiene. Adentro, en una etiqueta pegada en la pared, alumbrada por una luz tenue, leemos un texto escrito con lapicero: “Paz, salud, amor, verdad y belleza”, como una necesidad de recordarnos lo realmente importante. En Andrés no solo hallamos un talento musical inusual, sino también esa inteligencia que preserva el espacio de lo esencial.

¿Qué debe ser la paz?
Es importante encontrar paz, porque si no la hay, significa que estamos viviendo dentro de una superficie, que nos movemos automatizados, mecanizados. La paz es todo lo contrario. Implica encontrar una quietud contigo mismo, lo que te invita a llevar tu vida de una manera profunda, silenciosa. Una vida en paz repercute en tu salud.

¿Y cómo salvamos al amor de ese mundo sin paz?
Estamos hablando de temas que nos pueden tomar un tiempo. El amor es la expresión más profunda y elevada que hay. Implica una tremenda capacidad de compasión, que a su vez tiene que ver con una tremenda capacidad de ponerte en el lugar del otro. Y una tremenda conciencia de que uno no es lo que uno cree que es, sino que en realidad es una ilusión. Todos somos uno, latiendo. Obviamente, estamos hablando de planos y en un plano profundo somos absolutamente lo mismo.

Olvidamos esa profundidad.
Por falta de un mundo de paz. Vivimos en un mundo muy convulsionado.

¿La belleza y la verdad dónde la encontramos?
A veces tratamos de explicar algo que no se puede explicar. La verdad es algo que va más allá de la palabra. No vamos a llegar a ninguna verdad con la palabra.

¿Esos valores cómo se llevan a la guitarra?
La música es libre de pensar en valores. Si es una música que se toca desde una profundidad y sentimiento, sale directamente del corazón. Esa es una de las más grandes verdades que hay. La música tocada desde un lugar profundo es la verdad. Y no requiere de ponerle conceptos o algún tipo de idea. Nada. Porque viaja directamente a través del sonido. Es una energía que se manifiesta, repercute en la vibración y se comunica a través de la música.

¿Pero es posible que esos valores se comuniquen a través del instrumento? ¿O estamos siendo muy abstractos?
En la comunicación musical suceden muchas cosas. Si es sincera, profunda, que parte de un sentir, de la experiencia de tu vida, todos estos valores resaltan a la luz.

¿Cómo se logra el equilibrio entre ser un músico virtuoso y expresar ese sentir profundo?
Virtuoso para mí no necesariamente es un instrumentista que toca rapidísimo. Tiene que ver más con un artista que logra llevarte a planos muy complejos de la emoción. Y eso no necesariamente es resultado de un montón de notas o de una gran habilidad para mover los dedos. No va por ahí. Tiene que ver con cómo manejas los elementos que tú conoces y cómo haces con eso arte. Puedes ser un artista con pocos elementos a la mano, pero los manejas de una manera magistral. Puedes ser un artista con un tremendo y complejo bagaje de elementos, pero al mismo tiempo tienes una expresividad profunda. O también tienes un tremendo conocimiento técnico, pero sin ningún tipo de vivencia profunda. Toda tu inteligencia y capacidad sensitiva tiene que estar al servicio de lo que quieres decir en el instrumento.

A propósito de ‘Barranquino’, ¿cuál ha sido tu relación con Barranco?
He vivido en Barranco, aunque no he nacido ahí. Creo que para los artistas, Barranco siempre ha sido un punto. Es un lugar de inspiración, de movimiento, diferente, donde se siente que hay una intensidad creativa.

Barranco hoy también es un centro de la migración venezolana.
Y también hay una parte que se está volviendo medio San Isidro y otra parte que se está convirtiendo en la calle de las pizzas. Hay que tener un balance, conservar esa magia que tiene. La modernidad bienvenida, siempre y cuando no aplaste todo. La vida de barrio es algo que se está perdiendo.

¿Cómo ha sido tu vida de barrio?
De niño vivía en La Calera, Surco, cerca de una huaca. Y hacíamos mataperradas por todo lado. Felizmente, he tenido vida de barrio. Hoy los chicos no la tienen.

En medio de esa vida de barrio, ¿cuándo y cómo es que agarras por primera vez una guitarra?
Tendría 9 años. Mi madre me compró una guitarrita chiquita. Pero empecé a los 4 años tocando piano, y fue un fracaso.

¿En la guitarra encontraste un lugar?
No me planteo esas cosas. La guitarra me acompaña hasta el momento. Es un instrumento, no un fin. Si me quedo sin tocar, terminaré dibujando o escribiendo poesía. Para mí todo es lo mismo.

¿Cómo se hace poesía con la guitarra?
La poesía no está en las notas que se tocan ni en las palabras que se pronuncian. La poesía está en las notas que no tocas y en las palabras que no dices.

En el silencio.
Las notas que tocas, de acuerdo a cómo las tocas, muestran su poesía en el silencio que se produce después de tocarlas. Las palabras muestran el espíritu poético cuando termina la frase; ahí surge la poesía. En todo ocurre lo mismo.

En ‘Barranquino’ hay flamenco, tango, vals, samba, saya, jazz y más. ¿Qué los une?
Un espíritu y sentimiento latinoamericano. Es quizá resultado de mi propia raíz: de niño escuchaba a mi abuela tocar todo esto que toco en el disco. Ella tenía un repertorio espectacular. Esa raíz es tan fuerte que me hace sentir a Latinoamérica como una sola.

¿Se puede definir la música latinoamericana?
Nunca he buscado definirla. Pero si queremos intentarlo creo que es música tocada desde una raíz, que tiene que ver con nuestro folclore, con la sabiduría del pueblo, tiene que ver con nuestra tierra, danzas y cómo nos sentimos. Tenemos la misma raíz.

¿Debemos sentirnos más latinoamericanos que peruanos?
No sé si más o menos, pero definitivamente mientras que los seres humanos aprendamos a sentirnos más globales, empezaremos a querernos y respetarnos más.

¿Siempre regresas al jazz? ¿Es parte de esa raíz?
El jazz es una forma expresiva que te invita a explorar la improvisación, que requiere tener muchos elementos a la mano, como para crear espontáneamente, en el momento. La improvisación es un reto. Te lleva a lugares impredecibles.

¿El jazz es un lenguaje universal?
No diría eso, pero tiene una cualidad: por su misma capacidad de flexibilidad se adapta donde vaya. Más bien, incluye a otras culturas. Es un lenguaje que no para de mezclarse todo el tiempo. El jazz es inclusivo.

Aunque aún es exclusivo de ciertas esferas.
En el sentido de que es un lenguaje que no muchos van a escuchar. Quizá porque escuchar jazz implica que te guste también lo impredecible, sorprenderte. No es una melodía que te la cantas de inicio a fin. Y tal vez a mucha gente no le gusta ir a escuchar algo que no sabe exactamente en qué consiste. Tenemos la tendencia de escuchar algo repetitivo, algo que ya sabemos. De repente hay hasta pánico de que nos saquen de nuestra zona de confort.

El jazz es un riesgo.
Y por eso me fascina el jazz, por el riesgo en el que te pone.

En una entrevista dices que nunca decidiste ser músico. ¿Hoy te sientes músico?
Al definir cosas, las limitas y no ves su magnitud total. Nunca tomé la decisión de “yo quiero ser músico profesional”. Simplemente, soy un servidor de la música. Sentirme músico es algo que nunca ha pasado por mi mente. Pero sí sé que puedo hacer música.

Es que vivimos en el mundo de las etiquetas.
El mundo nos exige etiquetas porque las cosas van muy rápido y solo podemos ver esos aspectos superficiales.

¿Cuando etiquetamos, de qué nos estamos perdiendo?
Quizá de todo. Por ejemplo, si alguien te dice: “oye, vamos al concierto de equis”. Y tú preguntas: “¿pero qué tocan?”. “Ah, ellos hacen música afroperuana”, te responde y agregas: “No me gusta la música afroperuana”. Pero si vas, de repente encuentras que si bien hacen esa música, lo que comunican es muy interesante.

¿Eso, incluso, pasa con música actual como el reggaetón?
Puede pasar con todo. Eso depende del artista que tienes al frente. No es el género, sino es el artista. Un buen artista puede hacer de cualquier género una obra de arte.

Y vuelvo: ¿te sientes artista?
No me siento, lo hago. El arte es como el trabajo del artesano. Es una forma de hilar.

La artesanía es como una forma de vida.
Los tejidos son música y la música son tejidos. La pintura es poesía, la poesía es música y la música es pintura. Es así.

Andrés Prado
Andrés Prado

AUTOFICHA:

“Soy Andrés Prado Loayza, nací en Lima, el 14 de agosto del año 1971. Estudié en el Conservatorio, primero en Lima; luego estudié en Argentina, en la Escuela de Música Popular de Avellaneda en Buenos Aires. Y posteriormente, viajé a Londres, para continuar estudiando en el Trinity College of Music”.

“Tengo unos nueve discos. Barranquino sería el décimo álbum, que trae 13 temas. Es en un formato de trío con Hugo Alcázar en la percusión y Omar Rojas en el bajo, que son tremendos músicos. Hace poco grabé un disco en EE.UU., pero de jazz. Saldrá este año”.

“Mi hermana falleció, era una excelente pianista. Pero mi madre tiene 78 años y toca el piano. Ella me ha visto en todo el proceso de la música. Le gusta mucho lo que hago. Es una impulsora de cada locura que realizo. Y mi abuela también fue pianista, tocaba de todo, huaino, yaraví, música española”.