ALFREDO SILVA, EXCAPITÁN DE NAVIO CENEPA. (Piko Tamashiro/GEC)
ALFREDO SILVA, EXCAPITÁN DE NAVIO CENEPA. (Piko Tamashiro/GEC)

El conflicto del Cenepa había empezado. Su pelotón estaba en Lima con orden de inamovilidad. Una tarde de los últimos días de enero de 1995, se pidió que se active el pelotón. Esa misma tarde les dieron unas horas libres para despedirse de sus familiares. En el límite de la noche con la madrugada regresaron a la base, para horas más tarde volar al norte. Se trataba de las Fuerzas de Operaciones Especiales de la Marina de Guerra, grupo integrado por siete marinos, al mando del entonces capitán de fragata Alfredo Silva. Han pasado 25 años.

Escucharon que se inició un tiroteo adelante. Era el mediodía del 22 de febrero. Tomaron posición y, en medio de la selva, en la frontera con el Ecuador, vio una silueta de un casco a unos 10 a 15 metros de distancia y ordenó iniciar fuego. Las fuerzas peruanas no usaban cascos. Fue el momento más elevado en su incursión en el Cenepa. “La selva no te permitía ver nada. Era para entrar a la zona de Tiwinza”, me dice el comandante en retiro que nació un 8 de octubre, fecha en que se conmemora el Combate de Angamos. Un marino desde la cuna.

¿Qué queda 25 años después?

Los sentimientos son, en general, de satisfacción por el deber cumplido. Con esa operación se inició una de las primeras operaciones conjuntas: Fuerza Aérea, Ejército y Marina en lo que se llamó el Teatro de Operaciones Cóndor. Sin embargo, tengo una pequeña desazón en el sentido de que parte de la ciudadanía peruana no tiene claro cuál fue el resultado del conflicto. Los resultados de los conflictos bélicos no se miden en cuántos aviones se perdieron, cuántos buques se hundieron o si se perdieron 5 mil hombres. Se evalúa por el resultado final. Ese conflicto Ecuador lo empezó pretendiendo abrir un reclamo y decir que el Protocolo de Río tenía fallas y que había que revisarlo. Al final, no hubo tal revisión y los 78 km que quedaron sin demarcar después del 41 son un caso cerrado. He conversado con algunos ecuatorianos, e incluso oficiales, y hoy ambas naciones tienen más similitudes que diferencias.

Estimo que es el último conflicto entre países en nuestra región.

Me parece que sí. Nosotros lo denominamos conflicto y Ecuador lo llama guerra.

¿Cuáles son las diferencias?

Cuando un país está en guerra, usa todos sus recursos. En Ecuador hubo grandes movilizaciones, se llamó a las reservas, todo el Estado ecuatoriano estuvo inmerso. En el Perú, no se llamó a la movilización de la reserva. Para nosotros fue un conflicto focalizado en un lugar de la selva.

¿Era su primer conflicto de este tipo?

Soy graduado de la promoción 80. En el 81, tuvimos el conflicto del Falso Paquisha con Ecuador. Yo estaba en una unidad naval, de cruzero con los cadetes, al sur, y se abrió el teatro Paquisha; entonces nos ordenaron regresar a Lima para embarcar infantes de Marina y trasladarlos a la zona.

Cuando se dan ese tipo de operaciones, ¿qué pasa por su cabeza: temor, orgullo?

Uno siente que tu país te está diciendo ‘cumple con tu trabajo’. El miedo es desplazado por la responsabilidad.

¿Cómo fue su llegada a la zona de operaciones en el 95?

Llegamos ya de día en aviones a algún aeródromo: Ciro Alegría o El Valor. De ahí nos llevaron en un camión civil de carga. Íbamos unas 50 personas. Bajamos, nos asignaron helicópteros y salimos hacia el PB1, cerca del mediodía. Al parecer, habían derribado un avión nuestro y los pilotos se habían eyectado, teníamos que ir en búsqueda de ellos. Volvimos a las 4 de la tarde, y una hora después salimos a la misión Coangos. Fue una misión de hostigamiento. Coangos estaba en una cota elevada, PB1 abajo y al otro lado, alineado perfectamente, en otra posición elevada, estaba el puesto de vigilancia Cóndor Mirador, ecuatoriano como Coangos. El objetivo era decirle a Ecuador “ya estamos aquí”.

¿Cuál fue el episodio más difícil que le tocó afrontar?

Después de Coangos, que duró cuatro a cinco días, volvimos al PB1 en la tarde noche. En la mañana, me dijeron que teníamos que salir para la misión que nosotros la llamamos Tiwinza, no sé si el Ejército tenga otro nombre. Era salir a la posición llamada Tiwinza, que debe haber sido muy cerca de la quincena de febrero.

¿Qué pasó en esa misión?

Ecuador había sembrado minas antipersonales en caminos a pie. Entonces, no fuimos por ninguna trocha conocida. Abrimos caminos nuevos. Por eso, en distancias cortas de 5 km tardamos cinco a seis días. Llegamos y fuimos al frente, por decisión nuestra, pese a que pudimos no haberlo hecho, porque en Coangos me quedé con la sensación de no haber hecho todo lo que pudimos.

Era el orgullo del grupo.

¡Exacto! Es un tema de formación, tu unidad tenía que estar ahí. Ya era 22 de febrero.

¿Qué ocurrió en esa posición?

Di la orden de iniciar el fuego y, en menos de 10 minutos, la posición se silenció. Dejamos de recibir fuego enemigo. Entró el equipo de búsqueda y me confirmó que no había sobrevivientes.

Ese fue el momento pico.

En mi apreciación, después del 22 de febrero, Ecuador se enfrentó a tres alternativas: abrir el conflicto, permitir que sus tropas sean humilladas con la rendición o sentarse a negociar.

Y alrededor de una semana después acabó el conflicto.

Claro. Hoy vivimos una paz con el Ecuador. La guerra no hace bien a nadie, pero hay que estar preparado; la guardia de un país siempre tiene que estar elevada.

¿Por qué hoy la carrera militar, al parecer, no es tan atractiva para los jóvenes?

En mi opinión, porque la generación que viví fue maltratada por la ciudadanía en general. También por los salarios, pese a que han mejorado bastante. La carrera militar es más un llamamiento al corazón y a la mente del muchacho, y para eso los altos mandos tienen que trabajar, el país en general tiene que trabajar.

AUTOFICHA

-“Soy Alfredo Octavio Silva Díaz. Nací en Lima, en el 59. Tengo 60 años. Soy marino de siempre: ni siquiera hice quinto de media, en cuarto de media me fui a la Escuela Naval, en esa época se podía hacer eso. Graduado de alférez, opté por la calificación FOE”.

-“Nunca fui herido por esquirlas ni balas enemigas. La muerte siempre está dando vueltas, pero en unidades de ataque como la nuestra no piensas en la muerte. Cuando uno lleva la ofensiva, sabes qué está pasando y sabes adónde estás yendo. El que ataca decide”.

-“Pasé al retiro en el año 2010, luego he trabajado para empresas privadas; se extraña mucho estar en actividad, en el campo de operaciones, pero uno tiene que ser consciente de que el cuerpo humano tiene que darles paso a las nuevas generaciones. El tiempo es algo que uno no puede detener”.